Páginas

miércoles, 31 de enero de 2018

LA IMPUREZA DEL CORAZÓN

Llamó de nuevo Jesús a la gente y les dijo: “Escuchad y entended todos: Nada que entre por fuera puede hacer al hombre impuro. Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”.

Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo. “¿También vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis? Nada que entre por fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina. (Con esto declaraba puros todos los alimentos). Y siguió: Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro,  y hacen al hombre impuro” (Mc 7,14-23)

Siempre que comenzamos a meditar sobre la Palabra de Vida que es el Evangelio, es conveniente leer los versículos anteriores para meterse dentro del “cuadro”, dentro del contexto de ese momento. Y así vemos que Jesús llamó de nuevo a la gente. Sucedió que había una controversia en si los fariseos se lavaban las manos antes de comer, y los discípulos de Jesús no. La Ley de Moisés, con más de seiscientos preceptos, cargaba sobre los hombres de tal manera, que quedaban oprimidos. Jesús viene a liberar a los hombres, no a romper la Ley, sino a darle plenitud y cumplimiento. 
Y no puede ser más explícito: lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su corazón. Y, curiosamente, ¡no lo entienden! Ni los discípulos tampoco.
De hecho, Jesús les recrimina su falta de entendimiento… ¿No comprendéis? La Ley de Moisés señalaba los alimentos impuros, tales como la carne de cerdo, y demás. 
Eso no hace impuro al hombre. Lo que come se va a la letrina, como sabemos, como sabían. Jesús habla de la impureza del corazón. No tanto ya de la impureza como entendemos los pecados contra la castidad, de pensamiento o de obra, sino entendida como “idolatría”, como seguimiento a los ídolos, como abandono de la Ley, pero de la Ley de Dios. Y desmenuza con precisión, diríamos ahora coloquialmente, “para torpes”, los pecados más comunes en que el hombre cae habitualmente, con el agravante de pensar que ni tan siquiera lo son. 
Es lo que en la Escritura se llama “necedad”, lo opuesto a la sabiduría; a la Sabiduría como atributo de Dios.
No están todos en el mismo orden de gravedad, por supuesto, ya que incluso en esa época, el adulterio, - de las mujeres, no de los hombres, - ¡cuidado! Estaba castigado con la lapidación hasta la muerte.  
Pero es que ahora, pecados como la murmuración, el orgullo, la envidia, la difamación, la codicia, la gula, el desenfreno, el fraude…están a la orden del día, y, por desgracia, pueden considerarse hasta “un valor añadido”.
Y es que hemos tergiversado incluso el significado de las palabras. Todos decimos “enseñar en valores”. Palabra pagana. Hemos de enseñar a nuestros hijos en “virtudes”. No es lo mismo.
Los no cristianos, no los juzgamos como buenos o malos. Ese juicio es de Dios, no nuestro. Pero también tienen lo que ellos llaman “valores”: honestidad, amabilidad, respeto a los mayores, ayuda al prójimo (mientras a mi no me perjudique) ¡Ojo!
Ceden el sitio a una señora en el metro, abren la puerta para que pasen los más débiles (mujeres y niños…) Y consideramos “jocoso” y gracioso cuando alguien se emborracha, en esta época, donde se comete el pecado de gula, del que, probablemente nadie se confiesa.
Y es que pecados así, predispone al relajamiento del alma, de tal forma, que todo se convierte en “relativo”. Gran problema este de la relatividad de las cosas.
Y todo ello está muy bien. Son también valores cristianos. Cuando todo ello se hace por amor, cuando se tiene presente a Jesucristo en el hermano, entonces cobra valor de “virtud”. Nos recordará Juan en el Epílogo del Evangelio, que a Dios nadie lo ha visto jamás, sólo el Hijo Único Jesucristo, que es quien lo ha dado a conocer
A Dios lo vemos en Jesús, y si no amamos al hermano, no podemos amar a Dios. De ahí nace la virtud.
Pues queda muy claro, dónde tenemos que “trabajar” nuestro corazón, para no caer en esa impureza, en ese abandono de Dios.

Alabado sea Jesucristo

(Tomás Cremades)
 

lunes, 29 de enero de 2018

Del SALMO 106

"Transforma el desierto en estanques,
el erial en manantiales de agua. Coloca allí a los hambrientos  y fundan una ciudad para habitar" (Salmo 106)

Esto sucede cuando se escucha la Palabra y se acoge ... ¡que así sea Señor en esta  Comunidad y en el mundo! 

Bendito sea Dios

(Por Carmen Pérez)

POEMAS II.- NO SOY EL SAMARITANO.-



En esto hemos conocido el amor de Dios, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.

1 Jn 3; 16-17


 NO SOY EL SAMARITANO
 Ellos son los que no me gustan.
Los heridos, caídos en el camino de la vida.
Los que juzgo, los que desprecio, los que me hacen mirar para otro lado,
Los que ignoro y a los que culpo de su mal.
Los que no me devolverán un halago.
Y yo soy quien mira y pasa de largo.
Yo soy quien no se detiene. 
No soy el samaritano


Yo soy quien encuentra una razón para olvidarlos, para arrancarlos de mi vista y de mi vida.


Hombres y mujeres caídos por los caminos de la vida y nosotros, tantas veces, cristianos ausentes, en silencio y silenciando los gritos que resuenan a nuestro alrededor,  recordándonos que Cristo grita desde las entrañas del caído.


Un grito que nos apela y nos revuelve.
¡Dios misericordioso, no permitas que miremos hacia otro lado cuando nos encontremos con ellos!
(Por Olga Alonso)

"Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos, en alguna de las ciudades de tu tierra que Yahveh tu Dios te da, no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia." 
Dt 15;7-8

viernes, 26 de enero de 2018

¿QUIEN ERES SEÑOR? Hch 9,5 para el Evangelio del Domingo 28 de Enero de2018

En este Evangelio, vemos a Jesús predicando en la sinagoga de Cafarnaún. A un cierto momento y ante la Fuerza y la Luz que emanan sus palabras, un demonio que estaba bien asentado en uno de sus oyentes a voz en grito elevó sus protestas; inmediatamente Jesus le expulsó. Como he dicho,  este demonio estaba bien instalado en este hombre al que no le importaba mucho y al que ni le cuestionaba su vida. Este conformarse a los dictados de Satanás somete al hombre hasta tal punto, que como confiesa Pablo de si mismo, le induce a hacer lo que no querría (Rm7,14..) Esta situación anómala tiene sus días contados para quienes deciden emprender el camino del discipulado abrazándose al Evangelio. No son mejores que nadie ni tienen esa pretensión pero saben que la Palabra, que primero escuchan y después acogen, permanece operante en sus entrañas como dice Pablo (1 Ts 2,13) Operante, es decir que trabaja en ellos dándoles la Fuerza y Sabiduría propia de Dios. Solamente así se puede llegar a ser discípulo del Señor Jesús.

(P.Antonio Pavía)
comunidadmariamadreapostoles.com


CASTIGO DE DIOS


¡No!, no voy a entonar la copla de la gitana que lo tenía to”. Esto es más serio, totalmente serio. Quizá hayamos oído muchas veces lo del “castigo de Dios”. Incluso hasta habremos echado la maldición a alguien con la imprecación: …ya te castigará Dios”.

Mal una cosa y pésima la otra. El Señor Jesús, Bondad infinita y Suprema, no quiere castigar al hombre. Es el hombre quien se castiga por apartarse de Dios siguiendo a sus ídolos. Aquí tropezamos con el misterio de la “libertad” del hombre. Si éste no quiere seguir a Dios, Él nada puede hacer. Dios quiere ser amado en libertad por el hombre. No exige nuestro amor. Y, por ende, tampoco castiga.Dios desea hacer un camino de amor con cada una de sus ovejas.
En el libro de Tobías, hay unos párrafos en el capítulo 13, que dicen: “…Bendito sea Dios…que azota y se compadece, hunde hasta el abismo, y saca de él…”
Y un poco más adelante, vuelve al mismo tema: “…Él nos azota por nuestros delitos, pero se compadecerá de nuevo…”
Entonces ¿es que juega con nosotros en un juego en superioridad de condiciones?
No es así. Ese sería el actuar del hombre malvado. O del hombre normal, entendiendo por normal, el que sigue la “norma” de conducta al uso, que no la correcta.
Cuando algo no nos sale según nuestro capricho, o nuestra conveniencia, o no se presenta con la rapidez que estimamos en “nuestra sabiduría”, el hombre se siente desatendido, no escuchado,…se siente azotado. Y aplica su razonamiento de que Dios me ha castigado por los delitos que he cometido. Piensa en su maldad, que Dios se ha vengado. Se ve hundido en un abismo del que sólo le puede sacar la Misericordia de Dios. Y ahí sí que acierta. 
En la ignorancia del hombre respecto al conocimiento de Dios, le atribuye actuaciones o formas de resolver los problemas como si de otro hombre se tratara. Es una forma primitiva de verlo que ya tenían los antiguos romanos, cuando aplicaban a sus dioses los pensamientos, venganzas, lujurias, y pecados de los humanos. ¡Así les fue!
Dios no juega con el hombre, pues se hizo hombre para que éste fuera semejante a Él. No hay mayor Amor. ¿No se nos ocurre pensar que lo que pedimos y no logramos, o los acontecimientos de la vida, suceden así en ese momento, porque Dios, que ve en su Eterno Presente, conoce que en ese instante no conviene en orden a su salvación? ¡Cómo nos engaña el demonio!
Quedémonos, pues, con este pensamiento: Dios es infinita Misericordia, se acuerda de nuestro corazón (cordis) miserable, y es infinitamente “justo”, es decir, se “ajusta” al hombre en perfecta unión, como una mano se ajusta a la otra.

Alabado sea Jesucristo

                           (Tomás Cremades)

jueves, 25 de enero de 2018

POEMAS II.- YO TE OFREZCO

"Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." .Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente." 

Lc 15; 18-20



 YO TE OFREZCO


Yo te ofrezco, Señor salir cada día con la voluntad llena de vivir la vida, como la viviste tú cuando viniste a este mundo.


Yo te ofrezco desear, con el corazón encendido, que lo que siembras con tu Palabra en mi alma, me acompañe en el camino y me haga parecerme a ti.


Yo te ofrezco quererlo, anhelarlo, buscarlo.


Pero al atardecer, de regreso a casa, mis manos llegan cargadas de tristeza porque el día termina con un “Perdón, Señor, por no haber respondido a tu llamada”.


Yo te ofrezco, Señor, mi corazón que quiere pero no puede amar como quisiera.


Un corazón que se resiste tantas veces a mirarte y escucharte, y recorre su propio camino.


Al menos Señor te pido que mañana, otro día, acompañes de nuevo mi debilidad


Te pido que no te canses, que me esperes y que cuentas con mi deseo de parecerme cada vez un poco más a tí.

(Olga Alonso)

"Abre, Señor, mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas .El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias."
Sl 51; 17-19

miércoles, 24 de enero de 2018

IMITANDO A ELISEO, LA MUJER TOCA EL MANTO DE JESÚS

Mientras hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante Él y le dijo: “Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá””. Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto, se curaría. Jesús se volvió, y, al verla, le dijo: “¡ánimo, hija! Tu fe te ha curado.” Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: “¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida”. Se reían de Él. Cuando echaron a la gente, entró Él, la tomó de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda la comarca (Mt 9, 18-26.

El episodio que se narra hoy se produce inmediatamente después de una discusión de Jesús con los discípulos de Juan, sobre el tema del ayuno. Es curioso ver cómo incluso judíos de buena fe como los discípulos de Juan, se estremecen por lo que ellos consideran una falta a la Ley de Moisés en lo referente al ayuno. No es de extrañar, por otra parte, pues aún no ha sido revelada toda la Palabra de Jesús a las gentes, y éstas todavía andaban como ovejas sin saber a qué pastor entregarse.
De hecho, nosotros, que llevamos años celebrando la Eucaristía, escuchando en catequesis, etc, nos entran escrúpulos o dudas que es necesario consultar con un buen director espiritual, hasta que lleguemos al auténtico DIRECTOR ESPIRITUAL Cristo, de nuestras almas. Todo lleva un proceso, y es la paciencia y la Misericordia de Dios la que nos acompaña.
Dicho esto, como antecedentes de la meditación de hoy, se nos narran dos milagros que se suceden casi de continuo. Alguien que no se identifica en este Evangelio, pero que en el Marcos (5 ,21) se define como Jairo, jefe de la sinagoga, se postra ante Él y le rompe el corazón con la muerte de su hija. La fama de Jesús ha llegado incluso a la Sinagoga, y el hecho de postrase de rodillas ante Jesús ya es un signo de reconocimiento de su divinidad. Jesús se conmueve al ver la fe de este hombre, se levanta y se dirige a casa del tal personaje.
De camino, entre la muchedumbre que sigue a Jesús aparece una mujer con el problema de padecer constantes pérdidas de sangre. Para los judíos la sangre representa la vida, de tal forma que es su vida la que está perdiendo. Y lleva doce años, número simbólico el doce que representa el todo, la plenitud; en este caso es toda su vida la que pierde. En otros evangelistas, se comenta que había gastado todo su dinero en médicos y todo había sido inútil. Temerosa, se acerca por detrás, con la seguridad de que sólo con tocar el manto de Jesús se curará. Bíblicamente el manto representa el espíritu, la personalidad, la esencia misma del ser.
Al hilo de esto, quiero detenerme en este episodio del “manto”. Leyendo el libro 2 de los Reyes, cuando el profeta Elías es arrebatado al cielo por un carro de fuego, su discípulo Eliseo le pide las dos terceras partes de su manto; le pide nada menos que le dé parte de su espíritu. Y así sucede, a Elías se le cae el manto, y es Eliseo quien lo recupera tomando el espíritu de su maestro. Es bellísimo el texto, y recomiendo al lector su meditación en el epígrafe señalado.
Volviendo al Evangelio, Jesús nota que una fuerza especial ha salido de Él al ser tocado su “manto”, y busca a la mujer, no para increparla, sino para decirle ¡Animo tu fe te ha curado!
Hermosa palabra de Dios. Que se haga según tu fe. ¡Cuántas veces pedimos sin saber lo que pedimos! Jesús nos enseñó a pedir con el Padrenuestro. ¡Tengamos fe! Nos dice Jesús: “…Cuantas cosas pidáis al Padre en mi Nombre Yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo…”(Jn, 14,13). ¿Necesitamos más claridad? 
Y entonces cuando pedimos y no obtenemos, ¿Qué ocurre? Simplemente ocurre que pedimos sin fe; y además hemos de ver lo que pedimos, porque lo que a nosotros nos parece que lo necesitamos, puede ser que no sea así, que nos impida nuestra salvación, o que no sea el momento adecuado. Nuestros tiempos no son los de Dios y nuestros parámetros no son los suyos. 
Es muy hermoso el encuentro de Jesús con la hija de Jairo; la niña está muerta, acostada, sin vida. Él la toma de la mano, con ternura, sin prisas, sin sobresalto, huyendo de la multitud, en la intimidad de su alma. La toma con cariño, y la niña se pone en pie. Es la postura del Resucitado.
Me viene a la memoria la última expresión de Esteban en su martirio, cuando es lapidado, en presencia de un jovencísimo Saulo (Pablo). En los últimos momentos dice:”… Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios…” (Hech, 7,56).
Jesús, el Testigo Fiel, puesto en pie, declara ante el Padre a favor de Esteban, que es imagen, en este martirio, de Jesucristo.
Alabado sea Jesucristo

(Por Tomás Cremades)
 

Poemas II.- EN MANOS DEL SEÑOR





"¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? .Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las 99 no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños." 


Mt 18; 12-14


EN MANOS DEL SEÑOR
En el cuenco de tus manos,
Recogida, escondida, quiero estar
Recogida por Tí de tanta fatiga inútil de este mundo que nos abandona después de la batalla
Allí, en el cuenco de tus manos, encontrar reposo 
Y sentir cómo soplas sobre mí tu aliento
Para que, después de tomar aire
Pueda caminar de nuevo por estos caminos que pones ante mí
Caminar después de haber sentido y oído tus palabras
Dirigidas a mí y solo a mí.
Nada puede pasar.
El camino espera y si mis rodillas se doblan, allí estarás Tú, inclinándote y recogiéndome
En el cuenco de tus manos.
(Por Olga Alonso)
"Canción de las subidas. De David. No está inflado, Yahveh, mi corazón, ni mis ojos subidos. No he tomado un camino de grandezas ni de prodigios que me vienen anchos. No, mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el regazo de su madre. ¡Como niño destetado está mi alma en mí!" 
Sl 131; 1-2


domingo, 21 de enero de 2018

Pastores según mi corazón.- Cap XXXVI.- Reveladores del Misterio


Reveladores del Misterio
 

No hay esfuerzo más baldío y estéril que el desplegado con el propósito de ignorar y, más aún, reprimir las genuinas intenciones del alma. Sería algo así como intentar ocultar el sol con nuestra propia mano. Por otra parte, es necesario que alguien nos ayude a encontrar los cauces por los que nuestro espíritu se atreva a lanzarse hacia Aquel que se perfila como centro de las intuiciones sonoras de su alma, digo sonoras porque se hacen oír. Tenemos necesidad de samaritanos que nos ayuden a activar lo que los santos Padres de la Iglesia como, por ejemplo, san Agustín, llaman los sentidos del alma. Estos samaritanos-ayudadores tienen su nombre en la Escritura, Dios mismo los llama: “Pastores según mi corazón” (Jr 3,15). También son conocidos como aquellos que revelan el Misterio, el de Dios.

Las intuiciones del alma -llamémoslas también impulsos internos que, traspasando lo visible se adentran en el Invisible- se hacen notar en todos los hombres, los de ayer y los de hoy, sea cual sea su cultura, religión o condición social. Sin embargo, la experiencia que, en este sentido, nos ofrece como legado de incalculable valor el pueblo santo de Israel, es cualitativamente excepcional y única.

El pueblo santo de Dios no es un pueblo que le busque en el vacío del cosmos ni en el caos, hoy le llamaríamos en el absurdo existencial: “Yo soy Yahveh, no existe ningún otro. No te he hablado en lo oculto ni en lugar tenebroso. No he dicho al linaje de Israel: Buscadme en el caos” (Is 45,18b-19). El testimonio del profeta nos da a conocer que Dios es Alguien que salió al encuentro de su pueblo; Alguien que fijó su mirada en él cuando no era más que un amasijo de esclavos sin ningún futuro y casi sin historia en Egipto. Sometidos a la tiranía de la maldad, encarnada en sus dominadores, ni Abrahán, ni Isaac, ni Jacob eran ya creíbles.

Dios les suscita un libertador: Moisés. Es tal su cercanía e intimidad con él que, a un cierto momento y sin duda movido por la infinita belleza del Misterio del Invisible, su propio espíritu estalló en intuiciones que dieron paso a una súplica excepcional: “Déjame ver tu rostro” (Éx 33,18).

No dejamos de lado a Israel, es más, nos servimos de él, y damos un salto en la historia para situarnos frente a Pablo de Tarso, quien nos hablará de la plenitud de los tiempos (Gá 4,6). El apóstol se refiere a la Encarnación del Hijo de Dios, a su vivir con nosotros, plenitud de la historia porque Dios se hizo Emmanuel. Sí, tomó un cuerpo y un nombre: Jesús de Nazaret. En torno a Él, durante la última cena, Felipe, representando a todo el cuerpo apostólico y como recogiendo las intuiciones del espíritu del hombre de todos los tiempos, repitió la súplica de Moisés: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn 14,8).

La pregunta de Felipe no queda sin respuesta. Es posible que ésta no fuera realmente la que ellos esperaban o la que pedía su curiosidad religiosa. De hecho, la respuesta de Jesús va a medio camino entre negativa y enigmática para estos hombres en el momento concreto que están viviendo. Más adelante y a partir de la experiencia de la Resurrección de su Señor, pudieron comprobar que esta respuesta fue clara y diáfana. Se podrá ver al Padre en la medida en que seamos testigos de lo que hizo a favor de su Hijo: rescatarle de la muerte. El Hijo es vencedor y hace partícipes de su victoria a todos los que creen en Él; esta experiencia de fe les hace ver el rostro del Padre en la glorificación de su Hijo. Ahora sí, oigamos la respuesta que Jesús dio a Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí,  ha visto al Padre” (Jn 14,9).

Entendemos mejor esta respuesta a la luz de la relación que existe en la espiritualidad bíblica entre los verbos ver y creer. Son correlativos e interdependientes, creer implica ver y viceversa. Estamos hablando de un creer desde las intuiciones del alma -como diría Henry Bergson- las mismas que nos hacen llegar a ver. Quizá podríamos hablar más de un contemplar desde el alma, al que el mismo Jesús da mucho más valor que la visión propia de los ojos del cuerpo. Tanto es así que Jesús llama a éstos que ven desde el alma, bienaventurados, dando a entender que estos hombres encierran en su seno el tesoro riquísimo de las bienaventuranzas. Oigamos lo que dijo nuestro Maestro y Señor a Tomás después de que sus ojos vieron y sus manos palparon su Resurrección: “Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que no han visto y han creído” (Jn 20,29).

 

Se dejará ver y oír

Ya el profeta Isaías anunció que vendría un tiempo –el del Mesías- en el que “oirán aquel día los sordos palabras de un libro, y desde la tiniebla y desde la oscuridad los ojos de los ciegos las verán” (Is 29,18). El Señor Jesús visibilizó, dio cumplimiento a esta incomparable promesa-profecía de Dios en su Resurrección cuando abrió el espíritu de sus discípulos para que pudiesen ver, oír, gustar y palpar a Dios en las Escrituras.  “…Y, entonces, abrió sus espíritus para que comprendieran las Escrituras” (Lc 24,45). Dicen los exegetas que al abrir sus espíritus abrió también los sentidos que son propios del alma; recordemos lo que dice san Agustín: “Si el cuerpo humano tiene sus propios sentidos, ¿no los va también a tener el alma?”

A partir de la victoria del Hijo de Dios sobre la muerte y su abrir nuestros espíritus, la Palabra cobra vida en nuestras almas, es como si diera cuerpo a esas intuiciones de las que hemos hablado. Todo ello resuena en las entrañas de los buscadores de Dios dando lugar a la predicación en espíritu y en verdad, como en espíritu y verdad es la adoración de los discípulos del Buen Pastor (Jn 4,24). 

Esta era sin duda la predicación de los pastores de la Iglesia primitiva; ésta y no otra es también la genuina predicación de los pastores según el corazón de Dios de generación en generación. Estos son los pastores que ansían y anhelan encontrar los buscadores de Dios, los hambrientos del Espíritu.

Sabios según Dios e intuidores de lo eterno se encuentran. Los sabios según Dios  hacen de la Palabra su Pan de Vida y, por amor, parten este su Pan a los hombres por medio del anuncio del Evangelio a sus ovejas. A su vez, los intuidores de lo eterno, verdaderos buscadores de Dios, distinguen entre el Pan recién salido del horno del Espíritu –hierba fresca lo llama el salmista (Sl 23,2)- y el pan cocinado en el horno de la propia sabiduría, que no alimenta ni siquiera al mismo predicador. Por supuesto que estos buscadores escogen el Pan verdadero.

Cuando una persona tiene una profunda relación con la Palabra hasta el punto de que ésta se convierte en su Manantial de aguas vivas (Jr 2,13), podemos decir que ha encontrado el descanso de su alma prometido por el Hijo de Dios. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,28-29).

No estamos hablando de un descanso puntual, fruto de un plan programado que, a la postre, es más evasión que asentamiento. Hablamos de una especie de fuerza interior que nos impulsa tanto al descanso como al crecimiento. Hablamos del descanso de quien, siguiendo las intuiciones de su alma, se ha apropiado de la heredad que Dios ha dispuesto para él. Tuvo acceso a ella por medio de los sentidos de su alma y la encontró impresionantemente bella, todo un torrente de delicias y, por si fuera poco, la serena y cierta intuición de saber que puede poner su vida en buenas manos, las de Dios. Todo esto fue profetizado por el salmista y se cumplió en el Hijo de Dios. A partir de Él sigue cumpliéndose en todos y cada uno de sus discípulos: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad” (Sl 16,5-6).

 

Amor y asombro van enlazados

Si bien esta es la experiencia que Jesús abre hacia sus discípulos, sus pastores, los que lo son según su corazón, tiene una relevancia especial, pues es en la heredad de Dios                     –recordemos que se han apropiado de ella- donde los sentidos de su alma alcanzan a ver, oír, palpar y saborear su Misterio. Atónitos, descubren que Dios les muestra su rostro. Sí, es en su heredad donde el hombre conoce y reconoce al Dios vivo, a su Padre.

Con un amor desconocido, el que nace de las sorpresas ininterrumpidas, van al encuentro del mundo en la misma línea  en la que se expresa el autor del libro de la Sabiduría. Para entender este texto, recordemos que la espiritualidad bíblica identifica la Sabiduría con la Palabra: “…Se anticipa a darse a conocer a los que la anhelan. Quien madrugue para buscarla, no se fatigará, pues a su puerta la encontrará sentada… Pues ella misma va por todas partes buscando a los que son dignos de ella; se les muestra benévola en los caminos y les sale al encuentro en todos sus pensamientos” (Sb 6,13-16).

Con la Sabiduría de Dios injertada en el alma, al igual que Pablo, desconfiarán y dejarán de lado los persuasivos discursos de la sabiduría de los hombres, para que sus oyentes fundamenten su fe en la Sabiduría de Dios “Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundamentase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios” (1Co 2,4-5). Fruto de la experiencia de su estar con Dios, de sacar partido a su heredad, están en condiciones de darse a sus ovejas para anunciarles -seguimos de la mano de Pablo- “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios ha preparado para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, incluso las profundidades de Dios” (1Co 2,9-10).

No hay duda de que lo que el Espíritu Santo suscitó en Pablo al hablar así a sus ovejas de Corinto, nos deja más que perplejos. Sin embargo, hemos de decir que no escribe bajo el efecto de ningún éxtasis o arrobamiento místico; está simplemente dándonos a conocer algo de la riqueza de su alma, hablamos de sus intuiciones acerca de Dios. Es como si el velo que le separaba de Él se hubiera rasgado. De hecho lo rasgó su Señor, el Crucificado; recordemos que, al morir, el velo del Templo se rasgó de arriba abajo (Mc 15,38). Sólo el que vino de lo alto, de arriba (Jn 3,13), podía hacerlo. Abierto el velo desde la cruz, desde el cumplimiento perfecto de la voluntad del Padre, el Hijo confirmó que la misión con la que le había enviado al mundo había llegado a su culmen, de ahí su proclamación victoriosa: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).

Todo está cumplido, y, a causa de ello, cumplidas también todas las promesas hechas por Dios a los hombres ya desde los inicios del pueblo santo de Israel. Al rasgarse el velo, el Hijo mostró el rostro del Padre. Él, el Revelador, atrayéndonos a su intimidad, nos lo mostró. No sólo eso, sino que escogió, y sigue escogiendo, pastores que, en su Nombre, siguen revelando el rostro del Padre, las entrañas de su Misterio.

El broche de oro del ministerio de estos pastores estriba en que sus ovejas lleguen a ser capaces –por supuesto que desde Dios- de abrir la Palabra y encontrar en ella el maná escondido, el Pan de Vida, tal y como lo prometió. (Ap 2,17). El maná escondido, el mismo alimento que el Hijo recibió del Padre para cumplir la misión que le confió. Él mismo, el Hijo, fue el primer Pastor según el corazón de Dios. Después de Él, muchos otros llevan su mismo título: pastores y reveladores del Rostro y del Misterio de Dios. Lo pueden ser por identificación con su Señor, su Buen Pastor y Maestro; porque cuando el Hijo de Dios proclamó que Él es el único Maestro (Mt 23,8), sabía bien lo que decía. Él, sólo Él y únicamente Él es el Revelador del Rostro del Padre.

viernes, 19 de enero de 2018

¿QUIEN ERES SEÑOR? Hch 9,5 para el Evangelio del Domingo 21 de Enero de2018

Las sorpresas que el Señor Jesús tiene preparadas para en su momento engancharnos a Él, son tan originales como inestimables. Hoy vemos  que ofrece a Pedro y Andrés una imposible de llevar a cabo: Venid conmigo y os haré llegar a ser pescadores de hombres. Está asociando a estos hombres a su misión:  rescatar a la Humanidad del poderío de Satanás, simbolizado en el mar. Bien saben Pedro y Andrés que están a años luz de la propuesta de Jesús, pero como saben escuchar, han oído que será Él quien les haga ser... Entendieron que seguirle para ser sus discípulos no era cuestión de hacer, sino de "dejarse hacer" por Él.  Por eso, dejándolo todo, le siguieron...


(P.Antonio Pavía)
comunidadmariamadreapostoles.com

jueves, 18 de enero de 2018

Restáuranos

Todos somos conscientes del paso de la vida en nuestro cuerpo. No hay más que mirarse al espejo por las mañanas. Nada hay más estremecedor que volver a ver las fotos antiguas de nuestros años de juventud. La vida nos deja huellas indelebles, que no podemos evitar: aparecen las arrugas, la pérdida del cabello, las temidas bolsas en los ojos, los michelines…a pesar de que “la arruga es bella”, como dice un conocido modisto de ropa, todo ello nos estremece. Es el tributo que nos deja la vida, porque cuando nacemos empezamos a morir. Es la ley natural. Es evidente que necesitamos una “restauración”. 

Restaurar no es demoler, no es tirar por la borda. Es aprovechar lo que tenemos, y tratarlo con los medios que la ciencia nos da. Fijémonos en los edificios: a no ser que se detecte ruina, - digamos enfermedades en nuestro cuerpo que no se puedan sanar-, se puede hacer un “lavado de cara”; una restauración, aprovechando lo que hay de bueno, retirando lo que está peor.
En el alma pasa algo parecido, con la ventaja que contamos con el mejor Médico del universo: Jesucristo.
Probablemente el paso de los años haya embellecido el alma, si hemos sido “tocados” por el Espíritu de Dios. Pero, desgraciadamente, no es lo frecuente. En la juventud, creyéndonos poseedores de la fuerza de la vida, podemos haber cometido muchos errores, de fe, de lejanía de Dios…quizá han influido las compañías…quizá hemos aceptado mejor los desatinos de lo políticamente correcto…el qué dirán…Pero Dios nos espera, tiene paciencia. Pedro nos lo recuerda: “…tened presente que la paciencia de Dios es la garantía de nuestra salvación…” (2Pe 3,15)
También nos lo recordará Pablo en la Carta a Timoteo: “...si somos infieles Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo…”
Nuestra alma, al igual que nuestro cuerpo, puede aun estar llena de arrugas, pero estamos a tiempo. Podemos y debemos “restaurar” el alma: no hay que desesperar, algo se puede conservar. “…La caña  cascada no la quebrará, la mecha humeante no la apagará…” (Is 42,3)
Aún pueden quedar en ella indicios de la fe que nos transmitieron los padres, la fe que nos enseñaban de niños…aquella homilía que no entendía y que ahora se presenta con toda la Fuerza de Dios…
“Señor, ¡restáuranos, que brille tu Rostro y nos salve…”(Sal 79)

(Por Tomás Cremades)
 
 

miércoles, 17 de enero de 2018

POEMAS II.- NO NOS MATA LA MUERTE


"Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»" Jn 3; 19-21

NO NOS MATA LA MUERTE
No nos mata la muerte, Señor, nos mata la vida.
La vida y el tiempo dedicado a morir poco a poco, mientras vivimos en lugares donde tú no estás.
Convenciéndonos de que es allí donde está la verdadera vida y que seguirte es perderla.
Vida que nos mata, vida que nos arrebata el aliento.
Vida que nos confunde y nos deslumbra.
Muerte disfrazada de vida por todas partes.
Vida que nos devuelve tristeza y desolación pero vida en la que creemos y tantas veces acogemos.
Vida que solo muestra su cara de muerte cuando Tú la iluminas.


Ten piedad, Señor y que nos alcance tu Luz.
Hazlo para que vivamos en tu vida, la única, la certera, la que no miente, la que siempre devuelve eternidad.
(Olga Alonso)
 "Una voz dice: «¡Grita!» Y digo: «¿Qué he de gritar?» - «Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba, en cuanto le dé el viento de Yahveh (pues, cierto, hierba es el pueblo). La hierba se seca, la flor se marchita, mas la palabra de nuestro Dios permanece por siempre." Is 40; 6-8

martes, 16 de enero de 2018

NO ME EXCLUYAS DEL NÚMERO DE TUS SIERVOS

“..Dame la Sabiduría asistente de tu trono, y no me excluyas del número de tus siervos…” (Sb 9, 1-6)

Meditando este hermoso Cántico del Libro de la Sabiduría, - la Escritura se medita, no se lee -, me llama la atención que dice: “el número de tus siervos”. ¿Es que los siervos de Dios están limitados en número? ¿La salvación no es para todos?
Entre los cristianos, he escuchado muchas veces esto: “¡Bah, al final el Señor nos perdonará a todos…!” Y pienso: Nada más lejos de la realidad. Existe un Cielo y un infierno, como existe un juicio de Dios. Todos estamos llamados a la salvación, que, indudablemente está sólo en manos de Dios, de su infinita Misericordia. Pero la Misericordia y la Justicia de Dios, ambos atributos de Él, no se contradicen sino que se complementan.
Sin entrar en juzgar a nadie, pues eso sólo le corresponde a Dios, nuestra fe cristiana es, además de fe, racional. Nos enseñaron que la fe es creer lo que no vemos, y es verdad. Pero a estas alturas de nuestra peregrinación por la vida, esta definición que aprendimos de niños se queda corta. La palabra “fe” viene del vocablo “fiar”, “fiarse” de Dios. Fiarse de Jesucristo, fiarse de su Evangelio. Y una cosa es, dentro de nuestra fe racional, buscar a Dios, y otra creer que no va a haber un juicio de nuestros actos. Esto independiente de su Misericordia, palabra que nos recuerda la latina “cordis”, corazón. Dios reconoce nuestro corazón mísero y se enternece como una madre con su niño. Y de ahí nace la Justicia, palabra que todos identificamos con “dar a cada uno lo suyo”, que es lo que llamamos “justicia distributiva”, término más pequeño que el más complementario de “ajustar”. La Justicia que Dios nos pide es la “ajustarnos a Él”.
Y entonces toman todo sentido la unión de Misericordia y Justicia. Y volvemos al principio: existe un número de siervos. En el Libro del Apocalipsis, revelado a Juan Evangelista en la isla de Patmos, desterrado por su fe, dice tener una visión del número de los elegidos: “…Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil…”(Ap 7 4-8)
San Agustín interpreta este número diciendo que este número es el producto de doce por doce, como las doce tribus de Israel. Es decir un número muy muy grande, quizá limitado, no infinito…
En la Eucaristía se dice en la Consagración: “Sangre de la nueva Alianza, que será derramada por vosotros y por muchos…”.
Hasta hace poco se decía: “por todos los hombres”. Pero la Iglesia rectificó diciendo “por muchos”. Cuando la Misa se celebraba en latín se decía “per multi”, por muchos; y ha vuelto a esta expresión.
Hay un Evangelio en que le preguntan a Jesús: “Maestro, ¿serán muchos los que se salven? Él contestó: “esforzaos en pasar por la puerta estrecha, porque muchos pretenderán entrar y no podrán…” (Lc 13,24)
Pues, como siempre, el Divino Maestro, Jesús, nos da la clave: No preocuparme tanto del número, sino de esforzarme en “pasar” por esa puerta, que es seguir a Jesús, tomar el arado, sin mirar atrás.
Alabado sea Jesucristo

(Tomás Cremades)
 

lunes, 15 de enero de 2018

15 de Enero de 2018 .-Lectura del santo Evangelio según san Marcos 2,18-22

En aquel tiempo, como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vinieron unos y le preguntaron a Jesús:
-«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?»
Jesús les contestó:
-«¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar.
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo; y entonces ayunarán en aquel día.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto - lo nuevo de lo viejo - y deja un roto peor.
Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos».
Palabra del Señor.
Cambiar las verdades aprendidas por la Verdad De Dios (Por Olga Alonso) 
¿Nos preguntamos si salimos cada día a buscar a Jesús con nuestros viejos vestidos de verdades aprendidaso, por el contrario, ¿deseamos el encuentro con la Verdad de Jesús que es nueva cada día y solamente le pertenece a Él?.
Vivir en las manos del Señor no es fácil porque nuestra mente y nuestro cuerpo buscan la seguridad y Dios no anuncia lo que ocurrirá mañana ni el camino que nos tiene preparado. El encuentro es único cada mañana y la escucha, como la primera vez que oímos su voz.
Cuando nos aproximamos a Él con nuestros vestidos gastados, que repiten fórmulas como si fueran oraciones, empobrecemos nuestra fe y la secamos porque sólo el agua de Dios que es su Palabra descubre cada día ese camino del que habla el profeta Isaías (42,16)Conduciré a los ciegos por un camino que no conocen, por sendas que no conocen los guiaré.
Conocemos las sendas que el Señor nos descubrió ayer, pero desconocemos las de mañana. Si la vida del cristiano fueran un conjunto de normas y devociones, “vestidos usados” para nuestra alma, Dios no sería una respuesta para millones de cristianos que cada mañana alzan sus manos a Dios para recibir su reino.
Si la fe cristiana transforma el mundo es porque cada cristiano es portador cada día de la verdad que Dios le revela cuando ora, y esa conversación es única e irrepetible entre el creyente y Dios.
Pídamosle a Dios que ponga cada día en nuestra boca un cántico nuevo, un cántico de escucha y de espera para recibir su verdad, la nueva cada día, laúnica, la insondable.

viernes, 12 de enero de 2018

¿QUIEN ERES SEÑOR?.Hch 9,5 para el Evangelio del Domingo 14 de Enero de2018

IMucho tiene que ver el amor con el cruce de miradas, lo vemos en el Evangelio de este domingo. Jesús fija su mirada en Pedro con tal intensidad, que consigue hacerse paso y asentarse en su corazón. La originalidad de esta mirada es que no se desvanece con el tiempo, al contrario,  como el buen vino, adquiere más solera.
Después de su triple negación, Pedro, 
abatido por completo, piensa que Jesús lo ha descartado. A esto se añade que no se perdona haber caído tan bajo, cuando de pronto, ve a Jesús que es llevado a juicio y para su sorpresa, éste vuelve la cabeza y repite su mirada.
La verguenza y la culpa fueron barridas por este Amor incomprensible. Desde entonces Pedro vivió su discipulado bajo el fuego del cruce de miradas con el Hijo de Dios. No le envidiemos, este cruce de miradas esta a nuestro alcance ...es parte del Misterio que esconde el Evangelio de Jesús... los que lo buscan lo encuentran.

(Antonio Pavía.- Misionero Comboniano)
comunidadmariamadreapostoles.com