Texto Bíblico:
iSeñor, no me reprendas con tu ira, no me corrijas con tu cólera!
Se me han clavado tus flechas, tu mano ha caído sobre mí.
A causa de tu ira nada en mi cuerpo está ileso; no tengo un hueso sano, a causa de mi pecado.
Mis culpas sobrepasan mi cabeza y pesan sobre mí, como una carga insoportable.
Mis llagas están podridas y supuran, por causa de mi insensatez.
Estoy encorvado y encogido, y ando triste todo el día.
Me arden de fiebre las entrañas, no hay en mi cuerpo nada ileso.
Estoy débil y completamente agotado. Mi corazón gime, voy soltando rugidos.
Señor, tienes presentes todos mis deseos, y mi gemido no se te oculta.
El corazón me palpita, me abandonan las fuerzas y la luz de mis ojos también ha huido de mí.
Mis amigos y compañeros se alejan de mis llagas, y mis familiares se quedan a distancia.
Los que atentan contra mí me tienden trampas, los que buscan mi ruina hablan de crímenes, andan todo el día planeando traiciones. y yo, como un sordo, no oigo, quedo mudo y no abro la boca.
Soy como uno que no oye, y que no puede replicar
¡En ti, Señor, yo espero!
¡Tú me responderás, Señor, Dios mío!
Esto pido: iQue no se alegren por mi causa, que no canten triunfo cuando tropiezo!.
Ya estoy a punto de caer, mi dolor está siempre presente.
Yo confieso mi culpa, me angustia mi pecado.
Mis enemigos mortales son poderosos, son muchos los que me odian sin motivo, los que me devuelven mal por bien, y me atacan porque yo busco el bien.
¡No me abandones, Señor! iDios mío, no te quedes lejos!
¡Ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación!
Reflexiones: La Pasión de Jesús
Un hombre, agobiado por el sufrimiento, suplica a Dios para que venga en su ayuda. Se siente pecador y lleva en su carne toda la devastación del pecado. San Pablo nos dice que «el salario del pecado es la muerte». El Apóstol entiende esta muerte como la destrucción interna que vive un hombre al margen de la voluntad de Dios, que en esto consiste el pecado. La muerte que provoca el pecado es fruto de orientar nuestros pasos en dirección marginal a Dios.
El hombre reflejado en este salmo es Jesucristo. Él acoge el pecado de toda la humanidad; dice el apóstol Pablo. «A Jesucristo, que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él» El Padre envía a su Hijo como receptor de todo mal y pecado de la humanidad. Este acoge, todo el poder destructor que provoca el pecado; oigamos al salmista:
«Mis culpas sobrepasan mi cabeza, y pesan sobre mí como carga insoportable. Misllagas están podridas... estoy encorvado y encogido, y ando triste todo el día...». El peso de la Cruz, encorva a Jesucristo hasta el punto de dar con sus huesos en el polvo.
Continúa el salmista: «Mis amigos y compañeros se alejan de mis llagas, mis familiares se quedan a distancia». Y así aconteció con Jesucristo pues, una vez apresado en el Huerto de los Olivos, fue abandonado por sus discípulos: «Entonces los discípulos le abandonaron todos y huyeron».
El protagonista de este salmo, llega a exclamar: «Mas yo como un sordo soy, no oigo, como un mudo que no abre la boca; sí, soy como un hombre que no oye ni tiene réplica en sus labios». Y esta fue la actitud de Jesús ante las acusaciones que caían sobre Él: se mantuvo en silencio. «Se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos atestiguan contra ti? Pero Jesús seguía callado»
Jesús no necesitaba justificarse; sabía que su Padre le haría justicia. Y continúa: « ¡En ti, Señor, yo espero! Tú me responderás, Señor, Dios mío».
Jesús tiene conciencia de que su Padre es la garantía de su inocencia Así se lo expresó en la oración de íntima confianza, que le dirigió la noche de la Pasión: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti...yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti»
Dios Padre glorificó a su Hijo dándole la victoria sobre toda muerte, pecado y corrupción: «Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ser igual a Dios... y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre»
El Padre respondió por su Hijo y, el Hijo responde por nosotros, pues, por su victoria sobre la muerte, ha roto las cadenas de nuestros pecados y hemos sido justificados. El evangelista Lucas nos cuenta este paso de la humanidad del pecado a la gracia cuando habla de la multitud que asistió al Calvario para divertirse perversamente. Pero estos espectadores, al ver la muerte de Jesús, al oír su gesto de perdón intercediendo por ellos ante el Padre, se volvieron golpeándose el pecho.
(Antonio Pavía-Misionero Comboniano)