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sábado, 29 de agosto de 2015

Abandonados en manos de Dios (por Paloma Sebastián)



Señor, en tus manos dejamos todos nuestros proyectos, todas nuestras intenciones, todas nuestras preocupaciones y permanecemos en paz porque “todas nuestras empresas las realizas, Tú”. En verdad que “sin ti no podemos hacer nada”. Como dice en el salmo 126 “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas”. Confiamos en Él y en sus manos depositamos todo. Dios, nuestro Padre nos ama infinitamente y por eso nos abandonamos a Él.
Con el Señor nos sentimos seguros y saciados como dice en el siguiente versículo del salmo 131 “Acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre; como niño saciado así está mi alma dentro de mí.”
Cuando queremos hacer las cosas sin tener en cuenta a Dios y por nuestros propios esfuerzos, el Señor nos dice: Salmo 126, 2 “Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores. ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!”
Dios, nos abandonamos en tus manos como el barro en manos del alfarero para que nos moldees según tu voluntad.
María, se abandonó durante toda su vida en las manos de Dios. Se abandonó en la Anunciación y se abandonó en la Cruz, aceptando con amor y paz todos los planes que el Señor dispuso en su vida. Aunque muchas veces no entendía, ella lo guardaba todo en su corazón. Abandonarse en manos de Dios significa dejarse amar, cuidar, guiar, defender, proteger por Dios. Abandonarse en el Señor implica dejarle a Él llevar las riendas de nuestra vida, es decir, ser pobres de espíritu.
El mayor obstáculo para el abandono es precisamente esto último, el no querer dejar a Dios que lleve las riendas. Para abandonarnos tenemos que confiar en Dios como los niños confían en sus padres. Tenemos que dejar a Dios ser Dios, dejarle ejercer de Padre y entonces nos sentiremos seguros, con paz y felices en sus manos.
Cuando nos resistimos ante aquello que no podemos cambiar experimentamos angustias, miedos, ansiedades… Ante estas situaciones en las que ya nada se puede hacer de nada sirve resistirse sino para tener cada vez más oprimido el corazón. El abandono en Dios nos trae la paz.
Jesús tuvo su mayor combate en el Huerto de los olivos. Sintió una tristeza de muerte y sudó sangre. Pero finalmente vence el combate y dice: “que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Se abandona en el Padre y acepta su voluntad y antes de morir dice Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.
El justo, si se abandona a Dios, encuentra la paz en todo momento, especialmente en la cruz. La cruz no deja de ser cruz pero es una cruz que no se vive con angustia sino con paz. Fruto del abandono es la paz.

 

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