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miércoles, 19 de agosto de 2015

¡Déjame primero enterrar a mi Padre (Tomás Cremades) 16-07-2015


Jesús está subiendo a Jerusalén, mientras, por el camino, las gentes con las que se encuentra intercambian saludos unas veces, preguntan las más; y Jesús no desperdicia ningún momento para enseñar a la gente su doctrina. Una doctrina quizá exigente, otras veces no comprendida, según los supuestos del pueblo judío, oprimido durante años por el pueblo romano; Israel espera su liberación, y cree en cualquiera que él intuya le sacará de su opresión y de su esclavitud. De eso sabe mucho Israel, como nos demuestra la historia, con multitud de invasiones de los pueblos vecinos.

Hay quien le quiere seguir a cualquier sitio donde Él vaya. Ha crecido tanto la fama no buscada por Jesús, pero imposible de ocultar por las maravillas de su predicación, su santa forma de vivir, la forma de enseñar: “se maravillaban de sus enseñanzas porque enseñaba con autoridad, no como los escribas…” (Mt 7, 28-29), que el pueblo está dispuesto a seguirle aun a costa de no entender todo el Mensaje; Jesús les aclara que el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza (Lc 9, 58).

“A otro le dice: Sígueme. Él respondió: Déjame primero ir a enterrar a mi padre. Le responde: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú anuncia el Reino de Dios” (Mt 9, 59-61).

Por último, en el mismo contexto, hay quien le dice: “Te seguiré, Señor, pero déjame antes despedirme de los de mi casa”. Jesús le dice: “Nadie que pone la mano en el arado y mira atrás es apto para el Renio de Dios” (Mt 9, 61-62).

Llama la atención la petición de Jesús: ¡Sígueme! Es igual a la llamada de Mateo: ¡Sígueme! Y es igual a la que te hace a ti y me hace a mí: ¡Sígueme! No te reprocha nada de tu vida, no te echa en cara tus idolatrías, simplemente te ama.

Nuestra respuesta es la misma ahora que entonces hace ya más de dos mil años. ¡Déjame ir a enterrar a mi padre!

Hay quien trata de buscar radicalidad o incluso intolerancia en Jesús. Son los enemigos de Dios. Siempre buscando la parte negativa de las cosas. Naturalmente, que Jesucristo, bondad y comprensión infinita, como infinitos son todos sus atributos, no dice que lo que los “malintencionados” quieren explicar. Si a alguien se le ha muerto su padre, ¡claro que hay que enterrarlo! Es que en este “enterrar al padre” está la disculpa mucho más sutil: Estoy tan apegado a las cosas de este mundo, -enterrar al padre-, que tengo otras cosas más urgentes que hacer antes de seguirte. Pero no te preocupes, que luego te sigo.

O la disculpa de otro: ¡Déjame despedirme de los de mi casa! Es la misma cuestión. Es la tentación de mirar hacia atrás. Es la visión del pueblo de Israel al caminar por el desierto: “…Toda la comunidad de los israelitas murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto. Decían: Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahvé en el país de Egipto cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos. Nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea…” (Ex 16, 1-4).

Es lo que diríamos de otra forma: amar al Señor NO con todo el corazón NI con toda la mente, NI con todas tus fuerzas, que nos dice el Shemá. Sólo con una parte.

“Amarás al Señor, tu Dios, con TODO tu corazón, con TODA tu alma, con TODAS tus fuerzas…” (Dt, 6,6). Nos lo recuerda el Shemá=escucha. 

Y nosotros, la palabra TODO la traducimos por “sí, pero…”. Es lo que en refrán español diríamos: “poner una vela a Dios y otra al diablo”. Más que nada por dejar las cosas claras.

El que mira para atrás no es apto para la Vida eterna. El diablo, el acusador de los hermanos como dice el Apocalipsis, nos tienta con esto; con la mirada hacia tras: ¡fíjate lo que hiciste! Lo tuyo no tiene perdón de Dios, fuiste injusto, te dejaste engañar, eres culpable… Y tantas y tantas mentiras, que, si es verdad que fueron ciertas, nos oculta la Misericordia de Dios.

El Amor de Dios no es como lo pinta el Enemigo. El amor de Dios es AMOR. El pecado confesado y arrepentido, entregado al Señor con lágrimas verdaderas, lo recogió Jesús y lo clavó en la Cruz Redentora. Él se hizo maldito, se hizo pecado por nosotros, de forma que nada tenemos que pagar. ¡Él pagó por nosotros!

“Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con Él, y nos perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la quitó de en medio, clavándola en la Cruz…” (Col 2,14)

Es estremecedor este relato de Pablo. Deberíamos escribirlo y leerlo todos los días, para darnos este baño de amor a Dios.

Por ello ¡Abramos nuestro corazón a la Verdad, que es Cristo y su Evangelio! ¡Abramos el corazón, para que Él lo purifique! ¡Enterremos a nuestro padre el diablo que un tiempo fue señor de nuestros corazones! ¡Abramos los brazos a Cristo! Él nos sigue llamando con gemidos inefables, en palabras de la Escritura para con su ¡Sígueme!

Alabado sea Jesucristo.

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