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sábado, 19 de septiembre de 2015

LA LAMPARA.-(por Tomás Cremades)


El ojo es la lámpara de tu cuerpo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso, y si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡Qué oscuridad habrá! (Mt 6,22).

No está hablando Mateo del ojo físico, que también. Si sólo así fuera, los invidentes no tendrían la Luz de la Vida. No es eso. No podemos tomar al pie de la letra la Palabra de Dios.

Es algo mucho peor que no tener vista, que ser ciego. El problema es ser ciego con los ojos del alma; porque el alma, también tiene sentidos: tiene vista, tiene tacto, es capaz de oír, de sentir, de llorar…Lo que ocurre es que no tenemos educados los sentidos del alma, y cuando esto ocurre, somos ciegos, cojos, mancos…

¿Habrá mayor desgracia que vivir a oscuras, en tinieblas, en el mundo de las Tinieblas? Dios nos hizo para que fuéramos luz. 

Dios nos creó para que fuéramos luz. Y ¿cómo nos hacemos luz? Desde nuestro nacimiento, en el sacramento del Bautismo, recibimos la Luz de Cristo;  en el rito, el padrino enciende una vela prendida del cirio pascual que representa a Cristo.

Juan nos recuerda en el prólogo de su Evangelio, que Jesucristo era la Luz verdadera que ilumina todo hombre que viene a este mundo. Nos dice: Hubo un hombre enviado por Dios: se llamaba Juan.  No era él la luz, sino testigo de la Luz.

Nada más terminar la catequesis de las Bienaventuranzas, compendio de toda la Revelación de Jesús, inspirada a Mateo en el Evangelio de Jesucristo, se nos habla en estos términos: “…No se enciende una lámpara y la ponen debajo de un celemín, sino sobre el candelero, para que ilumine a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro padre que está en los Cielos” (Mt 5, 14-16)

Pero ¡ojo! Nosotros somos la lámpara, la Luz es Cristo. Y esto para que no nos enorgullezcamos, porque apagaríamos la lámpara. La gloria siempre a Dios.Si alguno se gloría, que se gloríe en Cristo Jesús” nos dirá Pablo.

Sin embargo hay un salmo que nos recuerda que su Palabra también es la Gran Lámpara, de donde nosotros tomamos nuestra luz. Dice el (Salmo 118, 105): “…Lámpara es tu Palabra para mis pasos, Luz en mi sendero…”

Cuando el mundo de las tinieblas nos abate, y todo nuestro ser está a oscuras porque no ve con los ojos del alma, recordemos que su Palabra, que es el mismo Jesucristo, es nuestro guía y nuestra Luz.

Es muy bello el Evangelio que nos habla de las diez vírgenes: las sabias y las necias, las que tenían sus lámparas encendidas y las que no.

Las sabias- que representa el alma-, tenían la Luz del Espíritu, y cuando el Esposo- que es Jesucristo- viene a visitarlas tienen sus lámparas encendidas. 

Roguemos, pues, al Señor, que mantenga en nosotros la luz de la fe y la esperanza en Él, para que durante nuestra vida demos la luz que brilla, la luz que salva, la luz que enciende los corazones, la luz que arrastra hacia el camino que nos conduce a la Vida.

Alabado sea Jesucristo

 


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