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jueves, 29 de octubre de 2015

Poner el nombre.- (por Tomás Cremades)

En nuestra cultura occidental, heredada de nuestros  ancestros griegos  o romanos, el nombre de una persona  o de una cosa sirve  para identificarla, para distinguirla de otras por sus cualidades o por sus formas.
Así, cuando un padre o una madre deciden poner el nombre al niño que va a nacer, este nombre le identificará de otros niños que no son el suyo.
Modernamente, en la época convulsa que vivimos, donde todo se analiza, todo se cuestiona, donde hasta el nombre que te pusieron no te satisface, y deseas cambiarlo, la permisividad del Sistema, la cesión de lo que es, para que no lo consideren “políticamente incorrecto”, la relajación de las leyes, y un largo etcétera…permite el cambio de nombre como si fuera algo de lo más normal.
En el pensamiento judío, en la espiritualidad bíblica, “poner el nombre” tiene otro significado. Refiere, fundamentalmente a la propia esencia del ser. El nombre de una persona no sólo le identifica de los demás, sino que se refiere a su propia esencia de persona.
En el Libro del Génesis, Gen (2,20), cuando Dios enseña a Adán toda su Creación, éste les “pone nombre”; dice:”El hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo, y a todos los animales del campo.
En otras palabras, el hombre tomó dominio y posesión sobre todo lo creado.
  Más adelante, cuando de una costilla creó a la mujer, Adán le puso nombre con el piropo más bello, más limpio y el primero que se hizo a la mujer: “Ésta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos”.
No tomó posesión de ella, pues no era un animal, sino que la distingue llamándola “mujer”, porque “ha sido tomada del varón”.
Y todos los animales recibieron del hombre el dominio y la posesión sobre ellos, que es como decir que se adueñó de su propio ser, de su esencia como vivientes.
En otro capítulo, cuando nace Isaac, Abraham le pone el nombre porque significa: “el hijo de la risa”, ya que su madre y él rieron cuando les anunciaron su paternidad, siendo no fértiles.
En la Carta a los Filipenses, Pablo nos recuerda con este bellísimo canto, no solo la humildad del Humilde, Jesucristo, sino la forma en que Dios le ensalza:
Cristo, a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios…
Por eso Dios le concedió “EL Nombre sobre todo nombre, de modo que al Nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fp 2, 6-11)
Es decir, el Nombre de Jesucristo revela que es Señor, que es el nombre que se reserva exclusivamente a Dios, revelando su esencia divina.
El Salmo 15 nos dice:
Multiplican las estatuas de dioses extraños
No derramaré sus libaciones con mis manos,
Ni tomaré sus nombres en mis labios…
Es decir, tomar sus nombres en mis labios, pronunciar aunque sólo sean sus nombres, es tomar sus maldades (libaciones), aprehender, apresar, su esencia de persona.
Y por último, para terminar de remachar estos argumentos, en Apocalipsis 22 se dice:
Llevarán su nombre en la frente
Ya no habrá más noche, ni necesitarán 
Luz de lámpara o del sol, porque el Señor Dios irradiará su Luz sobre ellos
Y reinarán por los siglos de los siglos
Para decir que, los elegidos, llevarán el Nombre de Dios en ellos, serán hijos de Dios, tendrán su esencia.
Por eso, parafraseando el Salmo 8 podemos decir: Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Por último, como broche de oro, recordamos las Palabras del Señor Jesús en el Padrenuestro: Santificado sea tu Nombre, como primera sentencia de alabanza a Dios.
Alabado sea Jesucristo

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