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jueves, 17 de diciembre de 2015

Debilidad y cobardía de un rey (Mc 6,14-29)

Debilidad y cobardía de un rey (Mc  6,14-29)
(Texto bíblico y comentarios por Tomás Cremades)

Se enteró el rey Herodes, pues su nombre se había hecho célebre. Algunos decían: “Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él fuerzas milagrosas”. Otros decían: “Es Elías”; otros: “Es un profeta como los demás profetas”. Al enterarse Herodes dijo: “Aquel Juan, a quien yo decapité, ese ha resucitado”.
Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: “No te está permitido tener la mujer de tu hermano”. Herodías le aborrecía y quería matarle pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle quedaba muy perplejo y le escuchaba con gusto.
Y llegó el día oportuno cuando Herodes en su cumpleaños dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey entonces dijo a la muchacha:” Pídeme lo que quieras y te lo daré”. Y le juró: “Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino”.
Salió la muchacha y preguntó a su madre: “¿Qué voy a pedir?”Y ella le dijo: “La cabeza de Juan el Bautista”. Entrando, al punto, apresuradamente, a donde estaba el rey le pidió:” Quiero que ahora mismo, me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista”.
El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a cusa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traer la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre.
Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.
PALABRA DEL SEÑOR


En aquellos tiempos, los reyes eran reyes absolutos, de tal forma que, ostentaban todos los poderes legislativos, ejecutivos y judiciales y, por tanto, eran dueños de vida y hacienda de los gobernados. No es de extrañar, pues, que no tuviera Herodes reparo en encarcelar o incluso matar a cualquiera sin juicio alguno, simplemente por capricho de alguien.
Aquí Herodes comete varios pecados: de injusticia por encarcelar a Juan; de lujuria y adulterio, por sus amores deshonestos con su cuñada, vivo su marido; de imprudencia al ofrecer parte de su reino por un “trabajo” bien hecho, simplemente una danza; de debilidad ante sus súbditos por no afrontar su responsabilidad ante algo tan grave como la vida de otra persona, injustamente encarcelado. Y así podríamos continuar con todos los agravantes que hubiere menester.
Recordemos que el rey David cayó en los pecados de adulterio y asesinato, pero su reacción ante Dios por las acusaciones del profeta Natán fue de arrepentimiento, haciendo penitencia, vistiéndose de saco y llenado la cabeza de ceniza en señal de esa misma penitencia. Por ello obtuvo el perdón de Dios, dejándonos ese bellísimo Salmo 51 que conocemos como el “Miserere”.
Además es de señalar la postura inicial que nos relata el Evangelio en cuanto a la curiosidad de Herodes por conocer a Jesús: él desea conocerlo para que le haga un milagro que le divierta. Como un juglar más, como alguien que hace malabares que le diviertan o sacien su curiosidad.
Cuantas veces nosotros no habremos pedido a Dios que nos haga un milagro sobre algo que necesitamos, sin pensar que Él es Providente y cuida siempre de sus criaturas. Como no sabemos pedir, Jesucristo nos enseñó con la catequesis del Padrenuestro la forma en que nos hemos de presentar a Dios, y lo que realmente es necesario para nuestra vida, pero sobre todo, para nuestra salvación.
Alabado sea Jesucristo

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