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viernes, 11 de marzo de 2016

Se abrazaron a sus pies; se abrazaron al Evangelio.(por Tomás Cremades)

Se abrazaron a sus pies; se abrazaron al Evangelio.
Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alegraos”. Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: “No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. Mientras iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los Sumos Sacerdotes todo lo ocurrido. Ello, reunidos  con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: “Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais”. Y si esto llega a oídos del gobernador nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros”. Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy. (Mt 28, 8-15)
PALABRA DE DIOS
Con este  Evangelio  san Mateo, culmina la narración de la vida de Jesús, que comenzó con la genealogía y termina con la aparición  en Galilea a sus discípulos y el legado del discipulado: “Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”
En los versículos objeto de este comentario, ya se ha producido la Resurrección de Jesús, y la aparición con estruendo de terremoto que hizo rodar la entrada del sepulcro. Los soldados se pusieron a temblar y quedaron como muertos; pero las mujeres sólo vieron al ángel que custodiaba la entrada, y que les anunció la resurrección de Jesús.
Llama la atención la fe de estas mujeres, que no se cuestionan nada de la desaparición, sino que creen “a pies juntillas” las palabras del ángel, y corren a anunciarlo a los discípulos. No dudan, le han conocido en la vida terrena y oído de su propia boca que resucitará, y creen. Son los “pequeños” de los que habla el Evangelio: los que creen contra toda evidencia, los que tiene fe.
De pronto Jesús se presenta ante ellas con las mismas palabras con que comenzó la historia de la salvación: “Alegraos”. Estas palabras son las mismas que el arcángel Gabriel le dice a la Virgen María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…” (LC 1, 28)
Inmediatamente ellas se acercan y le abrazan los pies. Es curioso este detalle. Los pies, en la Escritura hacen referencia al Evangelio, a la Buena noticia; dice el profeta Isaías: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del Mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación…” (Is 52,7)
Y en este detalle, vemos cómo las santas mujeres se abrazan al Evangelio, a Jesucristo, al anunciador de la Paz, al que nos trae la Salvación. 
En las catequesis de la Última Cena, Jesús nos dice: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde…” (Jn 14,27)
Esta paz que sólo Él nos puede dar, ya se lo indica a las mujeres: “No tengáis miedo”“que no se turbe vuestro corazón”
Son las mismas recomendaciones que tantas veces hemos escuchado a nuestro queridísimo san Juan Pablo ll: No tengáis miedo!!
Pero aparece el enemigo, el Acusador Satanás, presente en todos los acontecimientos de la vida de todo hombre; y con él, el engaño, la mentira, la corrupción de los sumos Sacerdotes y los ancianos, la corrupción de los soldados, que por dinero cambian el testimonio; y la corrupción del Gobernador, que se vislumbra, pues cuando piensan que pueden ayudar a los soldados en el caso de que se descubra la verdad, se pueden ganar la confianza de éste para colaborar en la mentira. Quizá ya habría ocurrido otras veces, cuando intuyen esta solución…
Por tanto, no hay mucha diferencia en la actuación del hombre actual respecto al hombre de hace dos mil años.
Continúa el Evangelio diciendo: Jesús les salió al encuentro. Siempre Jesús nos sale al encuentro; salió al encuentro de los discípulos de Emaús, cuando, desorientados, tristes, sintiéndose engañados, desilusionados…huyen de la atmósfera letal que se palpa en el Cenáculo después de la muerte de Cristo.
Sale al encuentro cada día en los necesitados, en los enfermos, en los que lloran, en los ancianos que están solos, en las mujeres violadas, en las madres que no saben salir de una situación de aborto…Sale al encuentro de mí y de ti, que lo estás leyendo. Y, ¿cómo respondo?
Y ¿cómo respondes?
Jesús, en el encuentro contigo de cada día, cuando me regalas tu Palabra en el Evangelio, que yo sepa encontrarte, y ser luz para los demás, llama ardiente de Amor a Ti, que viva tu Presencia en todos los momentos de mi vida. Que tu Resurrección me transfigure a mí como te transfiguró a Ti, que sepa darme a los demás y tu Palabra sea lámpara para mis pasos y Luz en mi sendero (Sal 118, 105).
 
Alabado sea Jesucristo
 

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