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lunes, 9 de enero de 2017

AMAR LA EUCARISTÍA.-HISTORIA.- CAPÍTULO 8


del libro Historia del Santísimo Sacramento.- Autor D. Francisco Menchén)
El Monacato
El pan eucarístico que para los cristianos era el auténtico cuerpo de Cristo, no solamente fue guardado y adorado en las cárceles romanas, donde los mártires dieron su sangre, así como en los hogares cristianos, sino como pone de relieve John A. Hardon “The history of Eucharistic Adoration” los ermitaños, así como las pequeñas congragaciones que se dedicaban a la vida contemplativa y ascética empezaron a guardar y a adorar el Pan Eucarístico. De modo que desde mediados del siglo III era una costumbre generalizada que los solitarios del Este, especialmente en Palestina y Egipto, preservaran el Pan Consagrado en sus cuevas y en sus alojamientos. El propósito de todo esto era el de tener a mano la Sagrada Comunión.
Pero no solo tenían el sacramento en sus celdas, sino que lo llevaban consigo cuando se iban de un sitio a otro, esto dio lugar a la tradición del Fermentum, que se retrotrae al año 120. El rito del Fermentum consistía en que un trozo de Pan Eucarístico, que a veces era mojado en el vino del Cádiz, era transportado de un Obispo de una diócesis a otro Obispo de otra diócesis. Éste último lo consumiría en una misa solemne como un símbolo de unidad entre las iglesias. Se llamaba Fermentun, no porque se tratase de un pan fermentado sino porque este pan Eucarístico simbolizaba la levadura que penetra y transforma a los cristianos para que se hicieran uno en Cristo.
En ese sentido nos encontramos con que en el siglos II los Papas enviaban Pan Eucarístico a otros obispos en señal de unidad de la fe y así mismo los Obispos solían hacer esto con sus Sacerdotes.
Cuando el monacato cambió la vida solitaria y la convirtió en una vida comunitaria, los monjes tuvieron el privilegio de llevar el Pan Eucarístico con ellos. De hecho los llevaban consigo mismo tanto cuando trabajaban los campos como cuando iban de viaje. Las especies (el pan y el vino) eran dejadas en un receptáculo pequeño y cuando las llevaban consigo mismo, solían llevar el pan en unas bolas pequeñitas colgadas del cuello y que quedaban debajo de sus vestidos. Esta recibía el nombre de Perula. Los manuscritos ingleses e irlandeses
hacen frecuentes menciones de esta práctica, en el sentido de que estos monjes debían de estar preparados para recibir la comunión y al mismo tiempo protegerse de los ladrones, así como los peligros del viaje.
A partir del Concilio de Nicea, la práctica de guardar y adorar el Pan Eucarístico en las casas fue decayendo. El cristianismo, al convertirse en un culto legalizado sufrió un cambio, en el sentido de que el culto pasó de las casas particulares a iglesias construidas para tal fin. De ese modo, el culto al Pan Eucarístico pasó a las iglesias, y sobre todo a los conventos y monasterios. El Pan Eucarístico pasó a depositarse en un lugar sagrado alejado del uso profano y era reservado para los enfermos y moribundos así como para ceremonia del Fermentum.
Desde el principio de la vida comunitaria el Santísimo Sacramento se convirtió en una parte fundamental de las culturas de las iglesias y monasterios. El lugar de donde se dejaba recibió una amplia variedad de nombres: Patoforium, Patoforium, Diakonikon, Secretarium, etc. De hecho se guardaba en una habitación especial separada de la iglesia y del santuario donde se celebraba la misa..
San Basilio
Vivió entre los años 329 al 379, fue obispo de Cesarea, es Doctor de la Iglesia y es santo de la Iglesia Católica, Ortodoxa e incluso figura en el calendario de santos Luterano. La tradición griega lleva el nombre de papá Noel; es él quien se cree que visita a los niños el día 1 de enero, que es el día de su festividad; también se identifica con la figura de San Nicolás que es quien trae los regalos el día de Navidad.
Según J. A. Hardon (Ob, cit.) San Basilio, que conocía bastante la vida monástica, en una eucaristía dividió el pan en tres partes: una la consumió el mismo, la segunda se la dio a los monjes y la tercera la dejó en una paloma dorada que está por encima del altar. Esta es la primera noticia que tenemos sobre la exposición del Pan Consagrado en el altar para que fuera adorado públicamente. 
Edad Media
A partir del S. V. el Santísimo Sacramento pasó a colocarse en una habitación dentro del edificio de la Iglesia pero junto al lugar del culto, nace así la Sacristía, y más tarde se colocará en un lugar preferente junto al altar. Ya que en la edad media aparece una tendencia entre los cristianos de no comulgar porque no se consideraban dignos. La gente acudía a ver el pan eucarístico, el cuerpo de Cristo, de ahí nació la costumbre del Sacerdote de levantar el pan y el vino en la Eucaristía. La gente pasaba un tiempo adorando y rezando ante el Pan Eucarístico, de este modo pronto apareciera el culto de la adoración eucarística. 
Los cristianos desde el S. I empezaron a desarrollar sus vigilias nocturnas donde además de rezar y recitar salmos y lecturas se acababa celebrando la Eucaristía, estas celebraciones se hacían en recuerdo de los mártires y sobre todo en la Pascua de resurrección, con la legalización del cristianismo se celebraba en la iglesia y allí estaba el Santísimo Sacramento.
Con el desarrollo de las comunidades monacales en el S. IV aparecen las vigilias nocturnas diarias a las que se unen algunos laicos, al menos esto queda atestiguado por la monja peregrina Egeria en la Jerusalén del S. V
Pronto empezaron a establecerse en las iglesias vigilias en la noche de los sábados y también apareció la vigilia de Pentecostés.
Hay que distinguir entre la veneración del Santo Sacramento dentro y fuera de la Misa. En la misa tenemos las declaraciones de San Agustín que proclaman: “Nadie coma de este cuerpo sino lo adora...no solo no pecamos adorándolo sino que pecamos no adorándolo”. Por otro lado el Sínodo de Verdum del S. VI manda guardar la Eucaristía en un lugar preeminente y si los recursos lo permiten deben de tener una lámpara permanentemente encendida. Así la Eucaristía se guarda en una cajita llamada Pixide. La adoración al Santísimo fuera de la Misa se va extendiendo a partir del S. IX y a finales del S. XI se va a producir un hecho que va a potenciar este culto: Berengario de Tours, Archidiácono de Angers en Francia, manifestó públicamente que Jesús no estaba presente en las dos especies del pan y el vino; esta teoría fue rechazada por un buen número de sínodos y los Concilios romanos de 1.059 y 1.079 y llevó también al Papa Gregorio VII a hacer una declaración formal sobre la presencia de Jesús en el pan y el vino sacramentado: “Creo de todo corazón y abiertamente lo proclamo que el pan y el vino puesto sobre el altar, por el misterio de la oración sagrada y las palabras del Redentor se convierte substancialmente en la verdadera carne del dador de la vida y la sangre de Jesucristo, Nuestro Señor y que después de la consagración, está presente el verdadero cuerpo de Cristo que nació de María Virgen y se ofreció por la salvación del mundo, colgado en la Cruz y que ahora se sienta a la derecha del Padre, y que está presente la verdadera sangre de Cristo que fluyó de su costado.”
Si en el S. IX la Regula Solitarium establece que los ascetas reclusos deben de estar siempre en la presencia de Cristo, en el S. XI coincidiendo con la disputa de Berengario, se extiende la adoración eucarística fuera de la misa y así Lanfranco, Arzobispo de Canterbury, establece una procesión con el santísimo el Domingo de Ramos. Y también en ese siglo se generaliza la costumbre de ir a orar de forma individual ante el altar el Jueves Santo.
En el siglo XIII aparece la herejía de los Cátaros, los cuales negaban la existencia de Jesús en el pan y el vino y se limitaban a celebrar la Eucaristía como un recuerdo de la última cena del Señor. Esta teoría va a servir como fuente de inspiración de muchas religiones protestantes en la actualidad. Frente a esta herejía el Papa Inocencio III establece el dogma de la Transubstanciación en el año 1.215. Este, antes de llegar al Papado, escribió diversos ensayos de carácter místico destacando “Las miserias de la condición humana y los misterios de la Eucaristía” y ante la herejía de los Cátaros convocó el IV Concilio de Letrán donde se aprueba y define el dogma de la Transubstanciación, lo que no quiere decir que esta doctrina aparezca en este momento, sino que recoge el pensamiento de la Iglesia durante toda su existencia.
El rey de Francia Luis VII, combatió a estos herejes venciéndoles en la cruzada Albigense, el 11 de Septiembre de 1226 y estableció la adoración al Santísimo Sacramento en Aviñón. Así mismo ordenó que dicho Sacramento se guardara en la Catedral de la Santa Cruz de Orleans. La gran cantidad de adoradores hizo que el Obispo, Pierre de Corbie, sugiriera que la adoración debería ser continua en incesante. Con el permiso del Papa Honorio III, la idea se ratificó y continuó de esta manera prácticamente ininterrumpida hasta que fuera detenida durante la Revolución Francesa en el año 1792, retomándose tras los esfuerzos de la hermandad de los penitentes GRIS que la trajeron de vuelta en el año 1829.
De este modo se extiende la devoción al Santísimo Sacramento; Destaca la figura de San Francisco de Asís, el cual nunca llegó a ser Sacerdote pero que profesaba una gran devoción del Santísimo Sacramento. Poco antes de morir pide a sus hermanos que participen en su veneración a la Eucaristía:
“Y lo hago por este motivo; porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo hijo de Dios, sino su Santísimo Cuerpo y su Santísima Sangre, que ellos reciben y solo ellos administran a los demás. Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos”.
Unos pocos años más tarde a mediados de siglo tuvo lugar el milagro de Santa Clara, monja de la ciudad de Asís, ciudad que estaba siendo asediada por los Sarracenos; ella era monja del convento de San Damián: “Esta, impávido el corazón, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la cuelguen frente a los enemigos llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guarda con Suma Devoción el cuerpo de los Santos de los Santos. De la misma cajita le asegura la voz del Señor: “Yo siempre os defenderé” y los enemigos, llenos de pánico, se dispersan. 

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