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jueves, 5 de enero de 2017

TE BUSCO A TI, MI DIOS (por María Pilar Pérez )

 Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría e la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero  al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. (Lc. 2, 46-49)
    Si ya hemos recibido el don de la fe por la gracia de Dios, no podemos permitir que nada nos la arrebate, y para eso hay que cuidarla y alimentarla para que sea firme y fuerte, para no correr el peligro de perder a Jesús en nuestra vida.
Perder la fe significaría perder a Dios, y si perdemos a Dios, sería nuestra propia perdición, -hago mías estas palabras- sería mi propia perdición. Por la fe llega a los pulmones del alma del cristiano el aire suave del Espíritu Santo; el aire que respira todo discípulo del señor Jesús. El aire que capacita al creyente a vivir en su presencia, siempre atentos a la escucha de su voz. Nos capacita y enseña a recibir y vivir la lluvia de la gracia de su Palabra y los Sacramentos, para que unidos a Él, como sarmientos por los que corre la Savia del Tronco que es Jesús, podamos vencer las tentaciones y el peligro de desviarnos y perder el camino, o sea, perder a Dios como consecuencia de los pecados al mantenernos alejados del Señor.
    Para María y José, tú mi Señor Jesús, eras lo más importante de sus vidas, y te buscaron angustiados por todas partes hasta encontrarte. Tú no te perdiste, -debías ocuparte de las cosas de tu Padre-  eran ellos los que se sentían perdidos sin ti; como yo me sentiría si me alejo de ti. Sólo se tranquilizaron al hallarte entre los doctores del Templo respondiendo sabiamente con las maravillas que salían de tu boca.
    Que yo Señor, nunca deje de buscarte. Te busco a ti mi Dios, porque quiero escucharte con el mismo asombro y entusiasmo de los doctores del Templo, y seguirte y serte fiel todos los días de  peregrinación en mi vida de fe; aunque no entienda a veces nada y me vea envuelta en la oscuridad. Tampoco María comprendió la respuesta de Jesús, ni tantas otras cosas durante su vida, y sin embargo, todas  las cosas las guardaba en su corazón.
    Su respuesta a la voluntad del Señor fue: “HAGASE”, dijo  SÍ a la Palabra, con una actitud de total entrega y abandono, y por eso Dios la eligió para ser Hija, Esposa y Madre de Dios. Aún así, María en su vida experimentó el silencio de Dios. Ella es ejemplo a seguir para todo el que le busca.  
                                    

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