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miércoles, 9 de agosto de 2017

LAS TRES RESURRECCIONES DE JESÚS (por Tomás Cremades)

Dicho así, parece que Jesús hubiera resucitado por tres veces, y no fue así. Sólo resucitó una vez: “…Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, la muerte no tiene ya señorío sobre él…” (Rom 6,9), nos dice san Pablo en la Carta a los Romanos. Pero hay tres muertes, con los correspondientes milagros de Jesús, que es bueno pararse a meditar.


El primero es la resurrección de la hija de Jairo. Lo relata Marcos (Mc 5,21): Jesús, después de la curación del endemoniado de Gerasa,  “pasa a la otra orilla”, nos dice textualmente el Evangelio. Y se llega a él un personaje llamado Jairo, jefe de la Sinagoga, rogándole: “…mi hija está a punto de morir, ¡ven! ¡Impón tus manos obre ella!, para que se salve y viva…!”. Le interrumpe en su camino una mujer que lleva doce años con flujos de sangre, - la sangre para el pueblo judío, representa la vida -, y en ello, que le llegan de casa de Jairo para avisarle que la hija acaba de fallecer. San Agustín interpreta este Evangelio comentando que es la imagen del pecador que muere por el pecado del pensamiento.Podríamos decir, que es una muerte súbita, no es una muerte esperada. Y es que, el pecado de pensamiento, se presenta también en nuestra mente así, de forma “súbita”.
Hay en este relato una nota catequética que no se puede dejar pasar. Es cuando dice: “pasar a la otra orilla”. Pasar a la otra orilla, es pasar al lugar donde reside el pecado, donde el hombre más necesita a Dios. Y ahí está Jesús, en esta otra orilla, buscando a la oveja perdida.
El segundo milagro se refiere a la resurrección del hijo de la viuda de Naim. Y nos lo cuenta Lucas en (Lc 7, 11-17). Acaba de sanar Jesús al hijo del centurión, cuando va de camino a una ciudad llamada NaimEs interesante ver cómo Jesús sana al hijo del centurión, “a distancia”. En tiempos de Jesús, según la Ley de Moisés, el que tocaba a un pagano, a un gentil, quedaba contaminado, y así, cumpliendo la Ley, el Señor, le cura.
Al entrar ve una gran muchedumbre: es del entierro del hijo de una viuda. Las viudas, en aquellas épocas, muy frecuentes, por otro lado, debido a las continuas contiendas, a la par que a la falta de una justicia que aminorara los asaltos y asesinatos, quedaban totalmente desvalidas, al no haber como en los tiempos actuales, una Seguridad Social que les pudiera amparar. No sólo tenían el dolor del  fallecimiento, sino también, se veían condenadas a la miseria, dependiendo de la caridad pública. San Agustín interpreta esta situación como la del pecador habituado a pecar, de obra. Hemos de recordar que “el salario del pecado es la muerte, nos dirá san Pablo; es la muerte del alma. (Rom 6,23)
Y el tercer milagro es el de la resurrección de Lázaro. Lázaro, amigo querido por Jesús, hermano de Marta y María de Betania, fallece. Y le avisan a Jesús que Lázaro ha fallecido. Jesús recibe la noticia, y aún espera dos días más. Llama la atención que el Señor espere tanto tiempo. Y no es por casualidad, Los judíos consideraban que había que esperar al cuarto día del fallecimiento, para asegurar que esa persona había fallecido; podía ocurrir un desvanecimiento, una posible recuperación…lo que ahora podríamos definir como un estado cataléptico; y así, a los cuatro días, era seguro que el cadáver entraba en descomposición. Jesús, espera a que Lázaro esté totalmente muerto, y no haya ninguna duda de ello. La interpretación de san Agustín es la de una persona que vive “habitualmente “en pecado; está totalmente muerta su alma. Es un vivir de permanente ausencia de Dios.
No es que estas interpretaciones de san Agustín reflejen el pecado de los protagonistas del fallecimiento; el santo quiere comparar su estado de muerte con la muerte del alma que produce el pecado en el hombre, en la línea que comenta san Pablo como hemos visto al principio.
Pues estas tres resurrecciones en los milagros de Jesús, nos llevan al pensamiento del fracaso del hombre al pecar gravemente, que le deja al arbitrio total del Maligno. Jesucristo, el buen Samaritano, que no da un rodeo para no contaminarse como en la parábola citada, que es Señor del tiempo y de la historia, que tiene todo el poder del Padre, y a Él invoca en los milagros, que cura a distancia cumpliendo la Ley…, es capaz de sanar el cuerpo y el alma de las personas que mantienen su pecado, ya sea de forma puntual o inmediata, o permanente.
Alabado sea Jesucristo

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