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martes, 6 de febrero de 2018

¡…SOLO SE QUE ANTES NO VEÍA Y AHORA VEO…! (Jn 9,1-41)

Es posible, a mi me ha pasado, que al leer este episodio del Evangelio según san Juan, hayas pensado cómo, en ocasiones, te asalte esta expresión: “…Antes no lo pensaba así, y ahora lo veo de otra manera…! ante cualquier acontecimiento de la vida. ¡Cómo fui capaz de aquello, y ahora no lo haría! Y te sorprendes, y me sorprendí, al comprobar el paso de los años. Situaciones que resolví de una determinada forma, ahora lo realizaría diferente.

Y, normalmente, se saca la conclusión que los años nos cambian…que nos vamos haciendo viejos…que la vida actual es diferente…Todo ello no menos cierto, pero que no deja de ser una apreciación pagana, o, al menos, de total indiferencia de la Presencia de Dios en nuestra vida.
Lo cierto es que ¡…antes no veía y ahora veo…! Y viene Jesús, - ahora y también antes-, y nos da esta bellísima catequesis llamada: “del ciego de nacimiento”. No me extiendo en su publicación, porque sería larga para el lector, añadiendo con ello un doble beneficio: por una parte, no aburre un episodio largo, que se tiene en la cita de la Biblia, y por otra, al lector que quiera “hablar con Dios”, con la Sargada Escritura, no le pesará abrir su Palabra, y meditar y orar con ella. Dicho lo cual, me sumerjo en lo profundo del tema, para brevemente, ver mi vida en la perspectiva del pasado. Constantemente nos habla Dios, con los acontecimientos de la vida, pero las preocupaciones del día a día nos hacen “ciegos con los ojos del alma”. A lo peor hemos sido, incluso ciegos de nacimiento, es decir, nunca hemos visto con esos ojos, que, a diferencia de los ojos físicos, nunca se “comerá la tierra”.
Y hay un momento, cada cual busque el suyo, o siga buscando si aún no lo encontró, en que Dios no espera más: se te revela, cayendo de ti esas “telarañas” que no te dejan ver. Quizá, con estas pobres palabras mías, puedas entrar, por la Gracia de Dios, en ese estado de “curiosidad”, que sea el inicio de cambiar el horizonte de tu vida.
Dice el texto del Evangelio que los discípulos le preguntan a Jesús, “…si pecó él o sus padres…”. Era el pensamiento de la época en la espiritualidad del pueblo de Israel. Quizá nosotros también buscamos una explicación al estilo de la época que vivimos, dejando al Autor de todo, fuera de cualquier explicación: Dios no cuenta en nuestra vida.
Jesús sienta cátedra, como no podía ser de otra forma, con la Paciencia como “atributo” de su Misión. “…Ni él ni sus padres, es para que se manifiesten eél las obras de Dios…”. Es la misma contestación que da a Marta, hermana de Lázaro, cuando ésta le recrimina la tardanza en llegar a sanarlo de su enfermedad.
Y hay una actuación de Jesús que sorprende: el ciego no le ha pedido ni tan siquiera auxilio, Jesús es el que actúa. Escupe sobre la tierra y con el barro, unta los ojos del ciego. Su saliva, que procede de su boca, simboliza el poder de su Palabra. Y con ella, haciendo barro, demuestra al igual que el Padre, el “poder creador” de Jesús, como en la formación del hombre Adán. Y le envía a lavarse a la piscina de Siloé, que significa “enviado”. Es decir, envía a este hombre como  mensajero suyo.
Si seguimos leyendo el texto, hay discusiones entre los testigos del milagro y el ciego, que ya no lo es, y hay un diálogo un tanto curioso que no dejo escapar:
“…Nosotros, - los fariseos-, sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde es…” Siempre dudando de la divinidad de Jesús. Es la pregunta que también se hace Poncio Pilatos: ¿de dónde eres? Es la pregunta que nos hacemos nosotros: ¿de dónde vienes?
Y contesta el ciego: “…Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, mas si uno es religioso y cumple su Voluntad, a ese le escucha…” No sólo se ha realizado en él el milagro, sino que, como enviado, por inspiración divina, sin sentirse aún enviado, anuncia el cumplimiento de la Voluntad de Dios. Aquí también podríamos decir, lo mismo que Jesús dirá a Pedro: “esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos…”
Examinemos nuestra vida, y veamos la incidencia de Dios en ella, antes no veíamos, y ahora sí. Ahora somos enviados a proclamar las maravillas de Dios en su Santo Evangelio
 
Alabado sea Jesucristo.

(Tomás Cremades)
 

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