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viernes, 22 de junio de 2018

Salmo 18(17).- Te Deum real


TEXTO BÍBLICO
(Del maestro de coro. De David, siervo De Dios.)

Él dirigió al Señor las palabras de este cántico, cuando el Señor lo liberó de todos sus enemigos de la mano de Saúl.
dijo:¡Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza!
¡Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador; Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte!
¡Alabado sea Dios! iInvoqué al Señor y me salvó de mis enemigos!
Me envolvían olas mortales, torrentes destructores me aterraban, me cercaban los lazos de la muerte, se abrían ante mí trampas mortales.
En mi angustia invoqué al Señor, dirigí a Dios mis gritos. Desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos. Entonces se estremeció y tembló la tierra, vacilaron los cimientos de los montes, sacudidos por su cólera.
De sus narices se alzó una humareda, y de su boca un fuego voraz: de ellas salían carbones encendidos. Inclinó el cielo y bajó, con nubes oscuras bajo sus pies; montó un querubín y emprendió el vuelo, planeando sobre las alas del viento. De las tinieblas hizo su manto, aguas oscuras y espesos nubarrones rodeaban como una tienda.
Al fulgor de su presencia, las nubes se deshicieron en granizo y centellas.
El Señor tronó desde el cielo, el Altísimo hizo oír su voz; disparó sus flechas y los dispersó, y los expulsó lanzando sus rayos.
Apareció el fondo de los mares, y se vieron los cimientos del orbe, a causa, Señor, de tu estruendo y del viento que resoplaban tus narices.
Desde lo alto alargó la mano y me agarró, me sacó de las aguas caudalosas. Me libró de un enemigo poderoso, de adversarios más fuertes que yo.
Me asaltaron en el día de mi derrota, pero el Señor fue mi apoyo. Me sacó a un lugar espacioso, me libró porque me amaba.
El Señor me pagó según mi justicia,
me retribuyó conforme a la pureza de mis manos, porque he seguido los caminos del Señor y no me he rebelado contra mi Dios. Tengo presentes todos sus mandamientos, nunca me he apartado de sus preceptos; para con Él he sido irreprochable y me he guardado de la injusticia.
El Señor retribuyó mi justicia, la pureza de mis manos en su presencia.
Con el fiel tú eres fiel, con el íntegro tú eres íntegro, con el sincero eres sincero, pero con el perverso tú eres astuto.
Tú salvas al pueblo humilde y humillas los ojos altaneros.
Señor, tú eres mi lámpara, Dios mío, tú alumbras mis tinieblas. Pues contigo corro a la lucha, con mi Dios asalto la muralla.
El camino de Dios es perfecto, la palabra del Señor se cumple siempre. Él es escudo para los que a Él se acogen.
¿Quién es Dios fuera del Señor ¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios?
El Dios que me ciñe de poder y hace perfecto mi camino, que asemeja mis pies a los del ciervo y me mantiene firme en las alturas.
Adiestra mis manos para la guerra, y mis brazos para tensar arcos de bronce.
Tú me diste tu escudo salvador, tu diestra me sostuvo ,y multiplicaste tus cuidados conmigo.
Ensanchaste el camino ante mis pasos, y no flaquearon mis tobillos. Perseguí hasta alcanzar a mis enemigos, y no me volví hasta acabar con ellos. Los derroté y no pudieron levantarse; cayeron bajo mis pies.
Me ceñiste de fortaleza para el combate, doblegaste ante mí a mis agresores.
Me mostraste la espalda de mis enemigos y exterminé a mis adversarios.
Gritaban, pero nadie vino a socorrerlos. Gritaban al Señor, pero no les respondía.
Los deshice como polvo que arrebata el viento, los aplasté como el barro del camino.
Me libraste de las contiendas de mi pueblo, me pusiste a la cabeza de naciones; un pueblo desconocido se convirtió en mi vasallo.
Los extranjeros se me sometían, me prestaban oídos y me obedecían. Los extranjeros palidecían, y salían temblando de sus fortalezas.
¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi roca! Sea ensalzado mi Dios y Salvador, el Dios que me concedió venganza y me sometió los pueblos; que me libró de enemigos furiosos, me exaltó sobre mis agresores y me salvó del hombre cruel.
Por eso, Señor, te alabo entre las naciones y toco en honor de tu nombre: «Él da grandes victorias a su rey,
y tiene misericordia de su ungido, de David y de su descendencia por siempre». 

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)  

LA FUERZA DE DIOS

Este hombre hace resonar desde lo más profundo de su alma, una alabanza exultante a Yavé porque, ha visto la muerte cerniéndose sobre él, y ha sido liberado por la intervención de Dios; porque ante un peligro inminente de violencia sobre su vida, no ha manchado sus manos de sangre, es decir, no ha tenido que utilizar su violencia; ha vencido con la misma fuerza de Dios.
Esto nos lleva a recordar las palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña: «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pues yo os digo: “No resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee la mejilla derecha, ofrécele también la otra…”» (Mt 5,38-42).
Jesucristo vence al mal, no con las mismas armas del mal sino con la fuerza de Dios 
y nos hace partícipes de esta victoria a todos los creyentes.
Miremos a Jesucristo que entra en la Pasión «sin devolver mal por mal», al contrario, salen de su boca palabras de perdón: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
Padre, perdónales, siempre te han manipulado y por eso están ciegos, solamente han tenido ojos para ver su propia gloria.
Padre, las fuerzas de los hombres se abaten contra mí, por eso me apropio de la oración que inspiraste al salmista y te grito ¡tú eres mi fuerza…! «En tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,45). No hay fuerza ni violencia en el Príncipe de este mundo para abatir mi espíritu.
¿Y el hombre? ¿Puede el hombre por sus propios cumplimientos traspasar la ley del talión? Evidentemente, no. El pecado original la ha impreso en nuestras entrañas, podríamos decir que incluso la llevamos genéticamente. Con su muerte, Jesucristo aplastó la ley del talión, que es la causa de todas las discordias, crímenes, injusticias, miserias y guerras de la humanidad y, por supuesto, está también en la raíz de todos los desórdenes internos de cada hombre.
Jesucristo muere victorioso y ofrece gratuitamente esta victoria a todos los hombres. Es la gracia de las gracias, que nos hace morir genéticamente a la ley del talión y nos concede la nueva naturaleza de hijos de Dios. No es un perfeccionismo moral, ya que nunca, ni la más alta y encumbrada conquista moral, ha podido ni podrá jamás aplastar nuestra genética de la ley del talión.
Es el Evangelio, la Palabra de vida otorgada por la sangre del Cordero inocente, la única posibilidad de anular el veneno de esta ley de muerte. En Jesucristo, el hombre, revestido de la misma fuerza con que Él entró en la Pasión, vence el mal con el bien, el bien que es el arma de Dios.


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