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martes, 4 de septiembre de 2018

EL MISTERIO DEL AGUA


Cuando metes las manos en el agua de un lago, lasacas con una pequeña cantidad de agua, que poco a poco se va perdiendo entre los dedos, hasta quedar tan solo las manos mojadas. Después el aire las ventea, hasta que se secan.

Así son los placeres de la vida: duran un instante y pueden dejarte un sabor amargo, con la sensación de no haber saciado tus deseos.

Dice el Salmo: “…Pues aunque uno tenga vida setenta años, y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte del tiempo son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan…” (Sal 89)

Y cuando vuelves a meterlas, y no las sacas, encuentras la plenitud y el frescor permanente del agua fresca. Tus manos siguen ahí y por mucho que quieras abrazarlas, por mucho que quieras abarcarlas, no puedes. Así es la Eternidad.

Así es el amor de Dios al hombre, que inunda y anega el alma con su Evangelio, simbolizado en esta Agua que, salta hasta la Vida Eterna: 

“…Cualquiera que beba del agua que yo le daré será para él una fuente de agua que salta para la Vida Eterna…”(Jn 4,14) Hermosas Palabras de Jesucristo a la Samaritana.

Nos lo recordará la profecía de Isaías: “…Y sacaréis aguas con gozo de los hontanares de la salvación…”(Is 12, 2-5)

Toda la Escritura es este pozo sin fondo donde Dios se comunica con el hombre. No perdamos la ocasión de beber de esa “fuente de Agua viva” que es su Santo Evangelio.


(Tomás Cremades)

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