Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida. Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles. Lc 12,35-37 Abre de nuevo hoy mis ojos, Señor. Y entrégame el trozo de tierra que has reservado para mí. Ponme frente a ella al rayar el sol el horizonte. Y háblame sobre tus planes para este día. Pero antes, déjame, durante unos minutos darte gracias. Por haber creído que yo soy digna de trabajar tus campos. Entrégame un día más tus herramientas y dime qué quieres de mí. Dame un corazón apasionado por hacer bien mi trabajo. Y quítame la tentación de pensar que soy más importante que el agua o el sol o las semillas que me pides depositar en la tierra. Deposita en mí tu fuerza, para que no desfallezca si el frío, la lluvia o el viento dificultan mi trabajo. Enséñame que el fruto está en hacer tu voluntad, y que el resultado solamente te pertenece a ti. Los días en que el cansancio y el tedio inunden mi alma, ten paciencia conmigo y dame una razón para seguir trabajando. Cuando algunos pájaros que surcan el cielo del mundo arrebaten las semillas que he plantado, dame perseverancia para volver a empezar. Aunque algunas mañanas mire a mi alrededor y no encuentre a nadie en los campos que rodean mi vida, dame fe para saber que, aunque yo no los vea, millones de hermanos comienzan su labor en los campos que Tú tienes repartidos por el mundo. De cuando en cuando, Señor, regálame tu fragancia, para reparar mis fuerzas y, avísame cuando veas que me olvido de que el campo es tuyo y no mío. Cuando haga planes para decidir qué hacer en el futuro cuando llegue el frío o el calor. Hazme comprender, Señor, que tú siempre estás pendiente de mi trabajo, aunque no te vea. Y que eres tú quien haces planes: yo simplemente trabajo, confío y .así, descanso mi alma en ti. Muéstrame que la libertad verdadera viene de ti, y que lo que siembre dará fruto si te escucho. Y, al final del día, Señor, déjame de nuevo unos minutos para darte gracias. Acompaña de nuevo mis sueños en paz y, cuando despunte el nuevo día, comencemos de nuevo el trabajo juntos frente a tus campos. Hasta el día en el que me permitas hacerlo junto a ti en el cielo. Hazme oír por la mañana tu misericordia, Porque en ti he confiado; Hazme saber el camino por donde ande, Porque a ti he elevado mi alma Salmo 143,8 |
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