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domingo, 27 de enero de 2019

Salmo 32(31).- El reconocimiento del pecado obtirne el perdón


Texto Bíblico:

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
cuyo pecado ha sido sepultado.Dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta ningún delito.
Mientras callé, se consumían mis huesos, rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano pesaba sobre mí.

Mi corazón se había vuelto como un haz de paja en pleno calor del verano.
Te confesé mi pecado,
.no te encubrí mi delito.

Yo dije: «¡Confesaré
mi culpa al Señor!».
me absolviste de mi delito, perdonaste mi pecado.
6 Por eso, que todo fiel te suplique
en el tiempo de la angustia:
aunque se desborden las aguas caudalosas, nunca lo alcanzarán.

Tú eres mi refugio,
tú me libras de la angustia,
y me rodeas de cantos de liberación.

Te instruiré e indicaré el camino que has de seguir. Con los ojos puestos en ti, seré tu consejero.
No seáis como caballos o mulos, que no tienen ni rienda ni freno, hay que avanzar para domarlos, sin que se acerquen a ti.
Los malvados sufren muchas penas, pero la misericordia rodea
al que confía en el Señor.¡Alegraos justos en el Señor, regocijáos!
¡Gritad de alegría todos los rectos de corazón! 

Salmo 32 .- El pecado y la Luz

 «¡Dichoso el que está absuelto de su culpa, cuyo pecado ha sido
sepultado! Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta ningún delito».
Nuestro hombre sabe que es pecador, que muchas obras de sus manos aun
pareciendo justas, no dejan de ser tendenciosas Pero se siente perdonado por
Dios  por esta causa: «Te confesé mi pecado, no te encubrí mi delito.
Dios juzga al hombre por medio de la palabra que es luz en el corazón, allí
donde residen las últimas intenciones de todo obrar humano, donde el pecado
original marca con su sello nuestro decidir y actuar.
Hay muchos ejemplos de esta realidad en los Evangelios. Jesús hace una
predicación asombrosa ante la muchedumbre en el Sermón de la Montaña,
capítulos cinco, seis y siete de Mateo. En esa predicación Jesús va iluminando
el corazón de los oyentes.
Terminado el Sermón de la Montaña, un hombre leproso se acercó, se postró
ante él y le dijo: «Señor, si quieres puedes limpiarme»
 «El leproso», dejó entrar la luz hasta su corazón, se dio cuenta de que era
impuro; es lo mismo que hemos escuchado antes en el
salmista: «Y me absolviste de mi delito, perdonaste mi pecado».
Jesucristo nos dirá el porqué las obras de los escribas y fariseos están viciadas
en su raíz por más que aparentemente sean buenas: «Todas sus obras las hacen
para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias  y bien
largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes...»
Juan nos cuenta la curación de un ciego de nacimiento, y nos dice que el
rechazo a este milagro de los dirigentes religiosos de Jerusalén fue total; y ello
porque Jesús le había curado en sábado
Terminan expulsando hombre de la sinagoga. Jesús dice: «Para un juicio he
venido a este mundo: para que los que no ven vean; y los que ven se vuelvan
ciegos.
Algunos fariseos le dijeron: ¿es que también nosotros somos ciegos? Jesús
respondió: si fuerais ciegos no tendríais pecado; pero como decís: vemos,
vuestro pecado permanece»

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