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domingo, 21 de abril de 2019

EL TERMÓMETRO ESPIRITUAL

A estas alturas de la vida, yo creo que no hace falta explicar lo que es un termómetro:
un aparato para medir la temperatura corporal. Ésta debe estar entre 36º y 37 ºC,
siendo así que cuando sube mucho indica alteración o infección en nuestro cuerpo,
que, si pasa de los 43 º, las proteínas comienzan a deteriorarse y hay riesgo de
muerte. Y si baja mucho de los 35ºC, nos conduce a una hipotermia que desemboca
en el mismo camino. Esto es sabido por todos, y es casi un insulto a la sabiduría
humana la explicación. Pero nos introduce en lo que viene a continuación.
Y es que hay también lo que podríamos llamar un “termómetro espiritual”. Entre 36 y
37 grados, es decir, en el devenir normal de la vida diaria, si es que somos personas
religiosas, o con inquietudes religiosas, realizamos actos normales de piedad, tales
como alguna oración en el día, la repetición de actos buenos, cumplir bien en el
trabajo…llevamos una vida “normal”. Y en ese orden de cosas, estamos contentos, no
nos duele nada, o sea, no nos duele el alma, porque está en el equilibrio de nuestra
vida. No sentimos el alma. Dios está ahí, yo cumplo con Él, pero deseo y espero que
no me complique mucho la vida. Además voy a Misa los domingos…
A veces la temperatura aumenta, la del cuerpo, y enfermamos; entonces nos
acordamos de Dios, y aumenta nuestra piedad, por temor, no por amor. Es posible que
sea un “guiño” de Dios…Nos curamos y seguimos nuestro plan de vida anterior.
Otras personas viven en una temperatura espiritual de 40 ºC. Son los que caen en el
lado “fundamentalista”: todo es pecado, hay que combatir al infiel, al que no cumple,
envío por Internet mensajes amenazantes o murmuro con quien se ponga, de los
errores y maldades de los políticos. Pienso que sólo es bueno el que va a la Iglesia, y
los demás se van a condenar…No me miro adentro de mi alma, para ver cómo está de
salud !!
También, en el extremo opuesto, hay quien su temperatura es de menos de 35ºC, está
en “hipotermia espiritual”, y piensa: yo voy a Misa los domingos, ya recé de joven en el
“cole” muchísimos rosarios, por tanto no necesito más, eso sí: creo todo lo que
enseña la Iglesia, pero no me complico la vida. Son tibios, ni fríos ni calientes. De ellos
dice el Apocalipsis: “…como no eres frío ni caliente, te vomitaré de mi boca…”(Ap 3,
15-19)
Entonces qué hacer? Ponerse en Manos de Dios. Es el Camino. No podemos rezar
por miedo, hemos de rezar por necesidad. Y si no la tenemos, decirle ante el Sagrario
lo que nos pasa. “…no necesitan médico los sanos, sino los enfermos…” dice Jesús.
Decirle que me falta fe, que quiero creer. Que tengo miedo al infierno, que no se si
siquiera existe, y que acudo a Él porque es mi única salvación. Me duelen mis errores
y pecados, no quiero seguir así.
Algún padre no se enternecería con una confesión así? Probemos con Dios.

(Tomás Cremades)
www.comunidadmariamadreapostoles.com

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