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miércoles, 1 de mayo de 2019

Salmo 43(42).- Lamento del levita desterrado (cont.)

iHazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra un pueblo sin piedad!
iLíbrame del hombre malvado y traidor!
Pues tú eres, oh Dios, mi fortaleza: ¿por qué me rechazas? ¿Por qué he de andar triste bajo la opresión de mi enemigo?
Envía tu luz y tu verdad: ellas me guiarán y me conducirán hasta tu monte santo, hasta tu morada.
Llegaré hasta el altar de Dios, Dios de mi alegría. Te cantaré y alabaré con la cítara, ¡Oh Dios, Dios mío!
¿Por qué te afliges, alma mía,
gimiendo en mi interior?
Espera en Dios, que volveré a alabarlo: «iSalud de mi rostro y Dios mío!».

Reflexión: Tu Luz y tu Verdad

Un hombre fiel oprimido por sus enemigos, se dirige a Dios con esta súplica: 
«Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra un pueblo sin piedad. Líbrame del hombre malvado y traidor».
Al poner su causa en manos de Dios, está excluyendo el enfrentamiento con sus enemigos con las mismas armas que estos: la mentira, el fraude, la iniquidad, etc.
Renuncia a buscarse la justicia con su fuerza; prescindiendo de: el «ojo por ojo, diente por diente».
Llega un momento en que se siente rechazado y olvidado por Dios. Es como si hubiera apostado por Él en vano, como si su relación con Él no fuera más que un espejismo. «Pues tú eres, oh Dios, mi fortaleza: ¿Por qué me rechazas? ¿Por qué he de andar triste bajo la opresión de mi enemigo?». No obstante, a pesar de su
desesperanza en Dios, en quien ha confiado, redobla su oración y le suplica: «Envía tu luz y tu verdad: ellasme guiarán y me conducirán hasta tu monte santo, hastatu morada».
Este hombre fiel representa a todos los hombres que buscan a Dios, que responde enviándoles a su propio Hijo. Él, como Buen Pastor, les conduce hacia el Padre.
Jesucristo nos dice que ha sido enviado por Él como Camino, Verdad, Vida, Luz delmundo.
Envía tu luz, oíamos al salmista. Y dice Jesús: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» Envíame tu verdad, le oíamos también. Y Jesús responde a Tomás cuando le pregunta cómo podemos saber el camino: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por mí» 
Jesucristo es el enviado del Padre para que el hombre conozca a Dios, que le hace justicia en la adversidad. Son muchos los textos en los que el Hijo de Dios manifiesta su conciencia de haber sido enviado por el Padre. «Padre, ha llegado la hora; glorifica
a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti...ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo». Esta certeza de Jesús de ser enviado por el Padre, es su garantía de que Él le hará justicia cuando culmine el drama de la Pasión. El Padre le hizo justicia rompiendo las ataduras de la muerte,
Con esta victoria se presenta ante los discípulos y, con el poder del Padre, los envía al mundo con su luz y su verdad, para que todo hombre tenga en Él la salvación.
 «Al atardecer de aquel día, el primero de la semana... se presentó Jesús en medio de los discípulos y les dijo: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío» A partir de entonces, el mal del mundo ya no es aplastante, ya que todo hombre puede, en su desolación, suplicar a Dios como el salmista, ¡envíame tu luz y tu
verdad!
No es una oración al azar, porque la luz y la verdad están entre nosotros, nos son dadas por la predicación de la Palabra. Dice el Evangelio de Juan: «La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» «Santifícalos en la
verdad: tu Palabra es la verdad» Todo aquel que cree, acoge y hace suyo el
Evangelio, está en la verdad y está en la luz; Esto significa que la vida eterna no empieza a partir de la muerte, sino a partir de que un hombre entra en la luz y la verdad de Dios. La escucha de Dios, de su Palabra, es la garantía de nuestra comunión con Dios. «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» En este mismo contexto, Mateo da al verbo escuchar el contenido de recibir a Dios: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado» 
La Iglesia primitiva vivía claramente la realidad de que eran enviados por Dios para ofrecer la salvación al hombre por medio del anuncio de la Palabra. “Dijo el Espíritu Santo: Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado... Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí navegaron hasta Chipre. Llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos»

(Antonio Pavía-Misionero Comboniano)

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