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viernes, 24 de abril de 2020

PREPARANDO LA PEREGRINACIÓN

Normalmente no nos damos cuenta de la fugacidad del tiempo, y nos da miedo pensar lo que habrá detrás de la muerte. Por eso, metiendo la cabeza en tierra como el avestruz, para no ver lo que se viene encima, hay quien piensa que todo acaba con la muerte, que estamos condenados a una vida llena de sufrimientos sin sentido ni explicación. Esto puede ser válido para el avestruz, pero el ser humano es el rey de la Creación, muy por encima de los animales. 
De ahí vienen muchas teorías que tratan de explicar que “Dios ha muerto” (Nietzsche), es decir, era un invento de los débiles y al aparecer él con su teoría, “define” o “enuncia el postulado” que nadie había conseguido descifrar: la muerte de Dios.
Bien es verdad que Dios murió; pero no es menos cierto que Resucitó, en la persona divina de Jesucristo. Hay personas que dicen que nadie volvió del otro mundo para decirnos que existe; falso argumento: volvió Jesús.
“…Bienaventurados los que encuentran en Ti su fuerza al preparar su peregrinación…”, nos dice el Salmo 83. Y aquí quería centrar esta mini catequesis. Los Salmos, Palabra revelada por Dios, se cumplen en Jesucristo y en todos los que queremos ser sus discípulos; y cuando comemos la Palabra de Dios en un Salmo, hemos de buscarle a Él y ver dónde estamos nosotros en “ese cuadro”. Y digo “comer”, porque la Palabra de Dios es para degustarla, para saborearla: “…eran para mi tus Palabras más dulces que la miel…” (Sal 119,103) o “…Palabras suaves, panal de miel: dulces al alma, saludables al cuerpo…” (Pr 16, 24)
Y volviendo al Salmo, nos recuerda “al preparar la peregrinación”. La historia se repite muchas veces, y los cristianos vivimos repitiendo la peregrinación de los israelitas por el desierto durante cuarenta años. En ese período, los israelitas reclamaron a Moisés por la falta de agua en la fuente de Masá y Meribá; y Dios-Yahvé tuvo que indicar a Moisés que tocara con su cayado la roca para que manase agua. Imagen preciosa: la Roca es Jesucristo, y de su Costado manó sangre y agua. Los Santos Padres de la Iglesia primitiva interpretan estos dos efluvios, el agua del Bautismo y la sangre de la Eucaristía. Posteriormente el pueblo israelita adoraría a un becerro de oro, hecho por ellos mismos. 
No debemos escandalizarnos; nosotros actuamos igual, con nuestras traiciones, nuestras negaciones, con nuestros pecados: En busca de un dios que nos satisfaga de inmediato…Pero Dios nos regala la fe, la seguridad de que Él es fiel, que cumple su Palabra. No en vano nos dirá Pablo: “…acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos…si le negamos él nos negará. Si somos infieles, Él permanece fiel porque no puede negarse a sí mismo…” (2 Tm, 2.13)
Seamos conscientes de nuestra peregrinación por este mundo; y como dice el Salmo, encontremos en Cristo la fuerza para preparar su encuentro definitivo, en comunión con Él y con nuestra Madre. 



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