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martes, 21 de julio de 2020

Salmo 57(56).- En medio de los leones

Texto bíblico

Piedad, oh Dios, ten piedad de mí,
pues mi alma se refugia en ti;
me refugio a la sombra de tus alas,
mientras pasa la desgracia.
Invoco al Dios Altísimo,
al Dios que hace todo por mí.


Desde el cielo me enviará la salvación, confundiendo a los que me atormentan.

¡Dios enviará su amor y su fidelidad!

Estoy echado en medio de leones
que devoran a los hombres;
sus dientes son lanzas y flechas,
su lengua es una espada afilada.
jElévate sobre el cielo, oh Dios,
que tu gloria domine la tierra entera!

Tendieron una red a mis pies,y yo bajé la cabeza; 

delante de mí cavaron una fosa,y cayeron en ella.

Mi corazón está firme, oh Dios,
mi corazón está firme.
¡Voy a cantar y a tocar!
¡Despierta, gloria mía!
iDespertad cítara y arpa,
despertaré a la aurora!
Te alabaré entre los pueblos, Señor,
tocaré para ti en medio de las naciones, pues tu amor es más grande que los cielos,
y tu fidelidad alcanza a las nubes.
Y ¡Elévate sobre el cielo, oh Dios,
que tu gloria domine la tierra entera!

Reflexión: Bajo tus alas

Un hombre que alberga en su corazón el deseo de ser fiel al  Dios de la Alianza, se siente alcanzado por una prueba superior a sus fuerzas, sufre un total desfallecimiento de su alma.Cuando una persona se ve probada y perseguida de esta manera a causa de su fe, Dios no la abandona a su suerte, no se desentiende de ella y, menos aún, no la deja a merced de sus enemigos. Dios infunde sobre él su
sabiduría y fortaleza para vencer la prueba.
Así vemos a nuestro hombre, invocando con sabiduría a Dios y suplicándole que su alma atormentada encuentre cobijo a la sombra de sus alas, algo así como si fuese un águila protectora. 
A la luz de esta imagen tan plástica de salvación, nuestros ojos se vuelven al Hijo de Dios crucificado. Él es el que verdaderamente se acoge, como si fueran alas de águila, a los brazos abiertos de su Padre: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Manos y brazos de salvación que le rescatarán de la muerte. En Jesucristo todos estamos salvados. Todos los títulos que Israel ha dado a Dios como: refugio, protector, redentor, rescatador, salvador, etc., se cumplen en Jesucristo en favor nuestro. 

 Dios nos acoje, por medio de su Hijo, lo que no deja de escandalizar a los escribas y fariseos porque, para sorpresa de estos, nadie queda excluido; como lo vemos, entre muchos y variados textos, en este de san Lucas: «Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos» (Lc 15,1-2). 

Es más, nos es fácil hacer una transposición de imágenes. Así como hemos visto a Israel escondido en el plumaje del águila y, sobre las alas de ésta, ha sido llevado de Egipto a la tierra prometida, podemos ver al hombre, alejado como oveja perdida, a cuyo encuentro va
Jesucristo como Buen Pastor, quien la pone, contento, sobre sus hombros. Este ir sobre los hombros de Jesucristo, imagen de las alas del águila, no es para conducirle a una tierra prometida, sino directamente al seno del Padre.
Todo hombre, por el hecho de serlo, es un alejado con respecto a Dios. La imagen de Adán y Eva saliendo del paraíso es la nuestra. Ningún hombre ha podido franquear la puerta de entrada para volver a la presencia de Dios. Así pues, Dios mismo la franqueó para nosotros viniendo a nuestro encuentro y, como Buen Pastor, nos lleva sobre Él hacia el Padre, como Israel fue llevado en alas de águila hasta la tierra prometida.

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