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viernes, 13 de noviembre de 2020

Reflexión al Evangelio del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (Mt 25, 14-30)

Los talentos y el Evangelio


Leemos en este Evangelio que un hombre se ausento y que dejó sus bienes a cargo de sus siervos a quien dio cinco, dos y un talento para que los negociaran. Veamos el sentido alegórico de esta parábola.

El hombre es el mismo Jesús que confía sus bienes a sus discípulos. Sus bienes son sus palabras que da a quien a ellas se abran a la vida eterna. (Jn 6, 68). La cuestión es qué criterio tiene Jesús para confiar los bienes eternos de su Evangelio a sus discípulos. Bueno, según nuestra perspectiva pragmática, criterio ninguno. Fijémonos por ejemplo en Pedro; es un bocazas: "¡Aunque todos se escandalicen… yo no te negaré!" (Mt 26, 33-35). A la primera de cambio le negó tres veces. ¿Cuál fue la reacción de Jesús ante un hombre tan poco o nada de fiar? ¡Confiarle sus ovejas rescatadas al precio de su sangre! Le pidió que las apacentara (Jn 21, 15). Así hace con todos y todos somos tan poco de fiar como Pedro. ¿Qué podemos decir de Pablo? Soberbio hasta la médula, perseguidor y asesino de cristianos (Hch 26, 10-11). Jesús le llamó. Me pregunto cómo temblaría todo su cuerpo cuando escribió: "Se fio de mí, me hizo capaz y me confío su Evangelio" (1 Tm 1, 12). Entendemos ahora lo necio que fue el que enterró el talento. Representa a quien se desvive por mil cosas, incluso dentro de la Iglesia y no sabe para qué sirve el Evangelio, quizás una pieza más en su puzle "de perfeccionismo"… eso es enterrarlo, pasar de él.

P. Antonio Pavía

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