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lunes, 11 de abril de 2016

Misericordia y conversión 3 (por María Pilar)


En Isaías 45, el Señor dice: "Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros confines de la tierra, pues yo soy Dios y no hay otro". Para que se nos quiten las dudas y los miedos, el Señor nos llama a estar con él. El mismísimo Dios saldrá fiador nuestro ante el tribunal porque nadie más tiene  poder para salvarnos.
     Porque Dios nos ama, se compadece; porque se compadece, nos justifica; y porque nos justifica, nos perdona. Nunca se cansa de amarnos, somos nosotros, insensatos y desagradecidos  los que nos podemos cansar de Dios. Y como su paciencia tampoco se acaba, espera, sí, espera nuestra respuesta, espera a que reconozcamos nuestros pecados y le pidamos perdón, porque ese día celebrará por nosotros una gran fiesta. Como lo hizo con el "Hijo pródigo" cuando después  de tocar fondo y verse envuelto en el fango del pecado, reconoció que su mayor pecado fue estar lejos del Padre, que con el  Padre nada le faltaba, y ya ni siquiera era digno ni quería llamarse hijo suyo, y sólo aspiraba a recibir su perdón y ser tratado como cualquiera de sus jornaleros. Sin embargo, el Padre lo recibió con los brazos abiertos y celebró "una gran fiesta", porque su hijo estaba perdido y fue hallado.
   

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