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lunes, 11 de abril de 2016

He conocido a Jesucristo (por Miguel Iborra)

He conocido a Jesucristo
 
 
Cuando has sido la persona más optimista  contigo mismo y con los demás...

Cuando has sufrido todo lo que  has sufrido poniendo los máximos esfuerzos cada vez más aumentados...

Cuando has extendido los máximos horizontes y tantos nuevos campos de acción...

Cuando has visto tanto sufrimiento a tu lado...

Cuando has dado tanto, nunca lo suficiente..

Cuando más y más a menudo escuchas el silencio...

Cuando las enfermedades, los dolores y la escasa movilidad ya no perdonan...

Cuando es inevitable  ocultar la consternación...

Cuando el esfuerzo cada vez quiere cantar menos y haces del corazón tristeza... 

Cuando, de repente, ya se dispara la debilidad...

Cuando al buscar la inspiración en la naturaleza, solo ves la mano de Dios... 

Cuando los dolores, sufrimientos, aflicciones, penas y tormentos  pueden pesar sobre nuestras almas y echar raíces en nuestros cuerpos, .... 

Es solo entonces, cuando puedes expresar que has conocido a Jesucristo y que Él también te conoce a  y está siempre a tu lado.  

El sufrimiento se transforma y sublima cuando se es consciente de la cercanía y solidaridad de Dios en esos momentos. Es esa la certeza que da la paz interior y la alegría espiritual propias del hombre que sufre generosamente y ofrece su dolor "como hostia viva, consagrada y agradable a Dios "(Rm 12,1). El que sufre con esos sentimientos no es una carga para los demás, sino que contribuye a la salvación de todos con su sufrimiento.
 
 “Venid a mí todos los que estáis cansados...” (Mt 11,28) -   En un tiempo pasamos por esta vida en la ignorancia y la incertidumbre. Nuestro viaje por este mundo nos cargó con un pesado fardo de negligencia culpable... De repente, hacia oriente, descubrimos inesperadamente un manantial de agua viva. Mientras nos apresuramos por llegar a él, la voz de Dios se manifestó gritando: “Los que tenéis sed, venid al agua.” (Is 51,1) Viéndonos como nos acercamos, aplastados por una carga muy pesada, la voz siguió: “Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré.” (Mt 11,28) Y, una vez oída esta voz llena de bondad y compasión, nos hemos descargado de nuestros pesos. Urgidos por la sed, nos tiramos al suelo para llegar al manantial de agua y apagar nuestra sed. Bebimos hasta saciarnos y nos levantamos con nuevas fuerzas.
Después de levantarnos, nos quedamos allí, estupefactos por el exceso de nuestro gozo. Contemplamos el yugo que nos había oprimido a lo largo de nuestro camino y los pesos que nos habían aplastados hasta morir... Absorbidos en nuestros pensamientos, otra vez nos llegó la voz que salía de aquella fuente que nos devolvió la vida: “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.”” (Mt 11,29) Al oír estas palabras, nos dijimos unos a otros: “No nos echemos atrás después de haber encontrado la vida, gracias a este manantial... No nos carguemos de nuevo el peso de nuestros pecados que hemos echado lejos de nosotros yendo a la fuente bautismal...Hemos recibido la sabiduría de Dios...Hemos sido invitados al descanso por la voz del Señor.
 
 
Escuela de vida evangélica,
donde el discípulo, dirigiendo la mirada al Crucifijo,
aprende cómo se ama a Dios sobre todas las cosas
y se entrega la vida por los hermanos;
cómo el perdón vence la ofensa
y al mal se le combate con el bien,
cómo el corazón se abre al amigo
y con la aflicción se alivia la pena.
 
 Ahora ya no me acuerdo de nada, 
huyeron de mí todas mis dolencias. 
El ímpetu del ruego que traía 
se me ahoga en la boca pedigüeña.
 
Y sólo pido no pedirte nada, 
estar aquí, junto a tu imagen muerta, 
ir aprendiendo que el dolor es sólo 
la llave santa de tu santa puerta.
 
Amén.
 
«Si un día el dolor llama a tu puerta no se la cierres ni se la atranques: ábresela de par en par, siéntalo en el sitial del huésped escogido, y sobre todo no grites ni te lamentes, porque tus gritos impedirían oír sus palabras, y el dolor siempre tiene algo que decirnos, siempre trae consigo un mensaje y una revelación» (Salvaneschi, Consolación).
 
Necesitamos a la Santísima Virgen María, en  nuestra relación con Dios. Qué  sepamos acogerla siempre en nuestro corazón para que continúe siendo nuestro faro y guía.
 
Miguel Iborra Viciana
 
 
 

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