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lunes, 30 de enero de 2017

AMAR LA EUCARISTÍA-CONVERSIONES-9-Luciana Rogowicz









Nací en una familia judía: abuelos, bisabuelos... todos judíosMi abuela paterna era polaca, y vino antes de la guerra a Argentina por las malas condiciones que había allí en varios sentidos. Es el testimonio de Luciana Rogowicz, argentina, educada como judía que relata cómo la presencia de Jesucristo transformó su vida, hasta llegar al catolicismo.


  

Fui criada con valores tradicionales, familiares; y en cuanto a la religión, educada en las ideas y culto de la religión judía. Fui siempre a una escuela judía, primaria y secundaria. Todo mi entorno era judío, en el club, en la escuela, amistades…incluso siguiendo las tradiciones tales como:”el día del Perdón, el Pesajetc 
 A los 19 años conocí a quien hoy es mi marido. Él, de familia católica. Incluso su hermana es monja hoy en día. Sus padres iban a misa todos los domingos, él también. Mis padres siempre me educaron bajo la premisa tácita de que “mejor me casara con un chico judío”. Pero ellos nunca fueron cerrados, y sabían que antes de eso lo principal era el amor y que quien fuera a ser mi esposo fuese una buena persona.   Siempre charlábamos de diferentes temas: de Dios, de su Verdad, etc. Pero yo no quería entrar en el tema de JesúsEso era algo que un judío ni debía mencionar. Lo “otro”, lo “fuera de los límites”. No me lo enseñaron explícitamente en mi educación judía, pero es algo que se transmite y no sé cómo. En realidad hoy sí entiendo que es una cuestión divina, Dios no lo permite, Dios puso un velo sobre el pueblo judío y sólo va permitiendo de a poco que a algunas personas se les “caiga” este velo y puedan ver la Verdad, leer las Escrituras con un corazón abierto y sincero y encontrar allí las respuestas. En una ocasión, teníamos mi esposo y yo un largo viaje en auto y me insistió para escuchar un audio de un “judío católico. Si bien en un principio me pareció algo medio extraño e incompatible, y no me generaba ningún tipo de interés escucharlo, no quise parecer tan cerrada como para negarme, así que no me quedó otra opción que escucharlo. En este audio esta persona contaba sobre una experiencia “sobrenatural” que había tenido, una comunicación con Dios, y al cabo de un tiempo con la Virgen María. Era de un tal Roy Schoeman. Este audio que escuché ese día era solo su testimonio.. ¿Cómo llegó el Señor en ese momento? En ese mismo instante, sólo por escuchar su testimonio (donde no daba ningún tipo de argumento ni nada, sino que contaba lo que a él le pasó y cómo hoy vivía su vida como judío completo, judío que reconoce a Jesús como el Mesías y a la Iglesia como transmisora de sus ideas y doctrina), el velo “invisible” cayó de mis ojos, de mi corazón, y creí en todo en un solo instante. No entiendo bien cómo funcionó, pero es como si hubieran trasplantado en mi cerebro una parte nueva, llena de conocimiento y entendimiento. No sólo creí que Jesús era el Mesías, sino que la Iglesia era la verdadera transmisora de la verdad, la virginidad de María, la infalibilidad del Papa y todo lo que la doctrina enseña. En ese momento creí para siempre, y también tomé conciencia de “los porqué” de mi existencia. Siempre supe que tenía una misión, como todo el mundo la tiene, pero no sabía aun en qué consistía. Y en ese instante también comprendí que mi misión: debía como judía era “abrazar” esta fe y transmitirla a mi entorno, parientes, conocidos…a todos.
Esto fue hace ya ocho años y medio. ¿Y qué ocurrió desde ese momento? Si bien esa “conversión” fue instantánea en cuanto a mi vida interior, no fue tan rápida en cuanto a mi vida exterior. Con mi esposo conversamos mucho sobre el tema y comencé a investigar. Me puse en contacto con esta persona del testimonio que escuché, Roy Schoeman, y también comencé a investigar y leer argumentos racionales sobre el tema. Mientras tanto estaba mi dilema interior: si creo en esto, debo ser coherente con eso. Y Jesús no sólo dijo increíbles y sabias enseñanzas sino que también dijo las cosas que uno debe hacer: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”… El bautismo, la comunión… era demasiado todo eso para mí en ese momento. La cuestión familiar era muy difícil. ¿Qué dirá mi familia? ¿Cómo le podrá doler esto a mis padres? Y no podía llevar a cabo todo este proceso en secreto. Si mi misión es transmitirles esto, ¿cómo iba a hacerlo en secreto? Esto es solo un resumen de lo que fue pasando por mi mente en los cinco años y medio después de ese momento único. Por supuesto que también seguí con mi rutina, mi trabajo, mi hija, luego otra hija más a quien también bautizamos. Este proceso mío fue interno, conocí historias de otros judíos católicos, y leí sobre las profecías. Pero ahí quedó. No avancé sobre el tema, el temor me paralizaba. Y al mismo tiempo se comenzaba a enfriar todo esto dentro de mí. Pero el Señor no me abandonó; midió mis tiempos, esperó a que su Verdad madurara en mí. Cinco años después de este hecho, ya hoy casi tres años atrás, pasó algo increíble que transformó realmente mi vida y mi alma. Un domingo “cualquiera” acompañé a mi esposo a misa. No tenía muchas ganas de ir, pero ese día realmente no tenía ninguna excusa para no acompañarlo y realmente era más práctico ir con él, ya que luego teníamos que ir a otro lado, y de allí llegábamos directo. Así que me senté junto a él, aguardando que terminase la ceremonia, un poco distraída. Pero algo ocurrió. En el momento de la consagración y sobre todo cuando las personas se acercaban a tomar la comunión, sentí en mí un amor profundo y una unión con todas las personas que estaban tomando la comunión. Una trasformación interior que no podía comprender qué era. En ese momento fue como si el imán más potente del mundo se hubiera instalado en mi alma, un imán que se siente atraído siempre, cada día, por la Eucaristía. Yo creo, y lo sé, que Dios se hace presente allí. Desde ese día, no pasó ni un solo día que no tuviese ganas y necesidad de ir a Misa. Desde ese día mi corazón se tornó hacia Dios. Mi vida interior dio un giro inexplicable, un amor profundo diferente a todo lo que jamás sentí (y estuve y estoy rodeada de amor toda mi vida). Tras ese domingo tan especial, al otro día le pedí a mi esposo que me acompañe a misa. Él me miraba raro: “¿Un lunes? Si ya fui ayer, domingo”. Pero no le quedó otra opción que acompañar a su judía esposa a misa. ¿Cómo decir que no a semejante pedido? El martes, lo mismo… “Vamos a Misa” le dije. Y así todos los días de la semana. No podía pensar en otra cosa que no fuese la hora de ir a Misa. De que el cura levantase la hostia y dijese esas palabras para la Consagración.
 En esa etapa también tuve otras sensaciones y una conexión tan fuerte a Dios en cada momento. Era como si estuviera a mi lado, bien cerca de mi cabeza. Por momentos sentía una energía tan fuerte que solo podía llorar, llorar y llorar. No era de tristeza, ni tampoco de alegría: era como que mi alma se desbordaba de tal sensación de Dios. Sentir que todo lo que había escuchado alguna vez era verdad, que realmente Dios existía, y no solo eso, sino que se brindó por nosotros, en su totalidadY que está presente y nos conoce, me conoce y decidió no esperarme más y me sacudió y me llenó de su amor. Un amor tan grande y tan diferente a lo que conocía. Todo esto, en ese momento de mi vida, fue el impulso que necesitaba para poder llevar a cabo lo que durante años sabía que tenía que hacer: hablar con mi familia, bautizarme y tomar la comunión. Es una larga historia cómo cada cosa pasó, sus dificultades, nervios, pensamientos, tensiones. Pero en el transcurso de menos de tres meses pude hacer todo eso que por cinco años no me había animado a hacer: hablar con algunos integrantes de mi familia y luego bautizarme, tomar la comunión y la confirmación. Desde ese momento y hasta hoy (algunos días, más otros menos), cada vez que voy a una misa, al momento de la comunión mi corazón late. Aunque esté algún día más desconectada por las ocupaciones diarias de la vida, en ese momento mi corazón late como si actuara en forma independiente del resto de mi cuerpo, como si viera lo que mis ojos no ven, como si percibiera lo que mis sentidos no pueden percibir. Si no fuera por mis ocupaciones y responsabilidades, iría dos veces por día a misa para sentir esta presencia tan profunda de Dios. Recibirlo es sentir un abrazo de Él que alimenta mi alma. Una luz que se expande Aún no todo mi entorno conoce sobre esta parte de mi vida. Actualmente estoy comenzando a contar mi historia y estoy armando un blog personal, Judía y Católica, con pensamientos y escritos para personas que les interese este tema y gente que quizás sienta dudas, miedos y necesite compartirlo con alguien. De ningún modo diría que esta es una historia de conversión. La llamo una historia de “plenitud”, ya que no me convertí a otra religión. Soy judía y reconozco al verdadero Mesías del judaísmo que Dios envió, que es Jesús. Y Él transmite sus ideas, sacramentos, doctrinas, a través de la Iglesia. Por eso es que sigo al catolicismo. Esta Iglesia tiene la Eucaristía, a Dios presente, realmente presente en cada misa. Asimismo, no pierdo mis raíces, ni dejé de tener mis tradiciones. Mis hijas son judías y católicas. Van a una escuela hebrea, y también van a hacer los rituales y tomar los sacramentos católicos. Estas dos “religiones” son la perfecta comunión, plenitud, la perfecta unión. Dos piezas de un rompecabezas que encajan perfectamente y ninguna, jamás, elimina a la otra.

(Tomado del texto original de Religión en Libertad, y del Blog: Judía y Católica)

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