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lunes, 30 de enero de 2017

Poemas II.-LOS PIES Y LAS MANOS DE JESÚS (por Olga Alonso)


Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante.

Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos.
Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Lc 24; 28-30
 
LOS PIES Y LAS MANOS DE JESÚS


Los pies y las manos de Jesús, clavadas en la cruz son el reflejo de la voluntad de quien le llevó a la muerte.
La voluntad de sujetar contra el madero los pies que se acercaron y se acercan a tanta gente que clama, llamando a Dios.
Sus pies, que se acercaron a aquellos pescadores a los que dijo “sígueme”, sus pies que caminaros hacia la casa de Jairo y hacia la del Centurión Cornelio; sus pies caminaban entonces para estar cerca de los que sufrían y , por eso, quien le entregó a la muerte, clavó sus pies en la Cruz para que allí, quietos, traspasados por los clavos, no pudieran seguir cumpliendo la voluntad para la que fueron creados, llevar el amor de Dios hasta el dolor del hombre.
Y sus manos…..sus manos también fueron clavadas a aquel madero de muerte para que nunca más volvieran a colocar el barro sobre los ojos del ciego, para que no pudieran tocar los oídos del sordo, para que no pudieran escribir en el suelo su palabra de salvación, mientras despedía a la mujer a la que querían lapidar.
Sus manos, incapaces ya de repartir la bondad de Dios sobre los rostros de hombres y mujeres de buena voluntad que acudían a Él.
Pero Dios, nos regaló en la Cruz su victoria y, con las manos y los pies de Jesús inmóviles clavadas al madero, hizo brotar de su seno la sangre que salvó al mundo.
Superando la barrera de la muerte, nos regaló su gloria desde la misma Cruz, que parecía la muerte pero que, en realidad, era el principio de la Vida.
Y ahora, nosotros, los que hemos recibido en nuestro seno el mismo alimento que Jesucristo, la palabra de Dios, su Evangelio, entregamos al mundo esa misma gracia que recibimos.
Abrimos nuestro seno y de él brota lo que somos, lo que hacemos, lo que está destinado a llevar a los hombres hacia Dios.
Nos alimentamos del Evangelio y, entonces, Dios mismo brota de nuestro interior.
Así fue su voluntad y rezamos para no desfallecer. 
¡ Somos tan pequeños y, sin embargo Dios nos ha encomendado tan sublime tarea!
Señor, no nos abandones.
Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros,
rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros
a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy;firmementeconvencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús.
Fil 1;3-6
 

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