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jueves, 30 de noviembre de 2017

LOS PRIMEROS Y LOS ULTIMOS (Tomás Cremades)


En Mateo 20, 1-16 se relata la parábola de “Losobreros de la viña”, sobradamente conocida, y que crea una controversia entre los mismos cristianos. Resulta que un patrono, según la costumbre de aquellos tiempos en el pueblo de Israel, va llamando a los obreros situados en la plaza del pueblo para trabajar en su viña. Y se ajusta con ellos en un precio determinado: un denario. Y el patrono, que sería el empresario actual, va llamando a distintas horas a los trabajadores a trabajar. 

Cuando llega el fin de la jornada, paga igual a todos, independientemente del horario que han trabajado, comenzando por los que han llegado al final. Visto desde el punto de vista humano, parece incluso injusto: a más trabajo, más salario, podríamos pensar. Y no estaríamos mal encaminados. Cuando en la Escritura hay algo que parece “chirriar”, hay que detenerse: Dios nos quiere decir algo. Dios, paradigma de todas bondades y justicias, no puede caer en esa trampa.
El primero que fue llamado desde los tiempos de Adán y Eva, fue el justo Abel, asesinado por Caín, hijo de nuestros primeros padres. Y después el Señor fue llamando a Abraham, a Jacob, a los Patriarcas, a Moisés, a David…a los profetas, y por último a Jesucristo, Dios mismo encarnado en las purísimas entrañas de María, nuestra Madre. Y a todos los ofreció lo mismo: el premio de “trabajar” en su Viña, que no es otra cosa que el Reino de Dios.  Y a todos paga lo mismo, si le somos fieles: la Vida Eterna. 
A algunos les llama a la primera edad, para ser hijos de su Iglesia; a otros más tarde, quizá en la juventud…después de un problema de cualquier tipo…a otros en la madurez o la vejez. Pero es cierto que a todos nos llama. Dice el texto bíblico de Mateo, que “sale” a distintas horas. Y repite, en diferentes formas verbales la palabra “salir”. Literariamente hablando, podríamos decir que incluso es poco afortunada la repetición de esta palabra. Y es que el Señor, insiste e insiste en “salir” a nuestro encuentro. Salió al encuentro de los de Emaús, y sigue saliendo, como salió en busca de san Agustín, por la intercesión de su madre santa Mónica. Él mismo escribiría en su libro de “las Confesiones”: “…tarde te amé, belleza infinita… yo te buscaba en la belleza de las criaturas… pero Tú estabas dentro de mí…” Incluso a Dimas, en los últimos instantes de su vida, con su confesión de fe, le regala la salvación. 
Y sale en busca de la oveja perdida, de nosotros, una y otra vez, con distintos acontecimientos de la vida, haciéndose presente en ella, para recordarnos su Presencia junto a nosotros. Nos llama, en definitiva, a trabajar en su Viña, en su Reino; cada uno con las habilidades, carismas…que nos regaló. Y el pago es igual, para todos: la Vida Eterna. Aquí está la Justicia de Dios, que no es, sino, “ajustarse” a Él. Por eso nos recordará, por medio del profeta Isaías: “mis caminos no son vuestros caminos (Is55,8), o reprochará a Pedro: “tú piensas como los hombres, no como Dios” (Mt 16,21-23)
De ahí que adoremos a Jesucristo, nuestro Maestro y Señor, Dios único y verdadero, que nos enseña las verdades de su Reino, adonde nos tiene destinados.
Adorado sea Jesucristo
 
 

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