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domingo, 16 de diciembre de 2018

Salmo 27(26).- Junto a Dios no hay temor

El Señor es mi luz y mi salvación: ¿A quién temeré?
El Señor es la fortaleza de mi vida: ¿ante quién puedo temblar? 

En la tienda del Señor voy a ofrecer sacrificios de aclamación.
Tu rostro es lo que busco, Señor. 
¡No rechaces con ira a tu siervo, pues tú eres mi auxilio!
¡No me dejes, no me abandones, Dios, mi salvador! 

Cuando me asaltan los malhechores para devorar mi carne, ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen. 
¡Que acampe un ejército contra mí! ¡Mi corazón no temblará!¡Que me declaren la guerra! ¡Yo seguiré confiando!

Una cosa pido al Señor, y sólo eso es lo que busco: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor y contemplar su templo.
Pues él me esconde en su cabaña en el día de la desgracia; me oculta en lo escondido de su tienda, y me alza sobre una roca. 
Ahora levanto la cabeza sobre el enemigo que me cerca.
¡Voy a cantar y a tocar en honor del Señor! 
¡Escucha, Señor, mi grito de súplica, ten piedad, respóndeme! 
Oigo en mi corazón: «¡Buscad mi rostro!»
No me escondas tu rostro.
Mi padre y mi madre me han abandonado. Pero el Señor me ha recogido. 
¡Señor, enséñame tu camino! ¡Guíame por la senda llana, pues me están acechando! 
No me entregues al capricho de mis adversarios, porque se levantan contra mí testigos falsos, que respiran violencia. 
Espero ver la bondad del Señor en la tierra de los vivos. 
¡Espera en el Señor, mantente firme! ¡Ten ánimo y confía en el Señor! 


*Reflexiones al Salmo 27.- Señor, buscamos tu Rostro*
El salmo 27, es una continuación del anterior; el Espíritu Santo pone estas palabras en la boca de nuestro salmista: «Una cosa pido al Señor, y sólo eso es lo que busco: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor».
Vemos a este hombre no sólo con el deseo de una contemplación estática de la belleza del Templo que, personifica el Rostro de Dios; sino que, en una actitud activa, el salmista desea vivamente vivir con Dios y saborear su dulzura. 
¿Cómo puede un hombre mantener y llevar adelante estos deseos e impulsos cuando a veces tenemos la impresión de que Dios no aparece por ninguna parte, cuando miramos dentro y fuera de nosotros mismos y sólo percibimos su angustiosa ausencia? ¿Hay algún motivo para seguir confiando?
Dios nos responde por medio de su propio Hijo Jesucristo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla; y al que llama se  le abrirá» 
El Evangelio proclamado por Jesús es la Voz de Dios; quien la escucha saborea la dulzura de Dios como pedía el salmista; 

Aún en esta nuestra pobreza, aún cuando en la tentación bajemos a lo profundo de nuestros abismos, siempre queda, por muy débil que sea, el grito de nuestro propio corazón insatisfecho. Como dice san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón no reposará hasta que descanse en Ti». 
Sean cuales sean los caminos por donde ha sido llevado un hombre y, por muy imperceptible que sea el grito de su corazón..., Dios lo oye, actúa y salva. No es en nuestros méritos, sino en las infinitas y misericordiosas entrañas de Dios, donde se apoya nuestra esperanza. 
Dios envió su Hijo al mundo para que todo el que se vuelva hacia Él buscando su rostro, sea cual sea su situación moral, no quede defraudado. 
Jesucristo, proclama esta buena noticia: «Venid a mítodos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.» 

Es en el Evangelio en el cual está transparentado en toda su plenitud el Rostro de Dios que busca el Salmista.)

(Antonio Pavía-Misionero Comboniano)

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