Tomás se nos presenta como un hombre escéptico y caprichoso. Por más que sus compañeros insisten en que Jesús se les ha aparecido, que han visto las heridas de su cuerpo, no se lo cree y hasta se permite el mal gusto de proclamar que solo creería en Él si lo ve con sus ojos y palpa con sus manos sus heridas. El Señor, por amor, recoge el guante y se le aparece junto al resto. Por amor a Tomás y también a todos los que a lo largo de la historia emprendemos el camino del Discipulado.
Al igual que aTomás, nos asaltan dudas, escepticismos y desalientos.Tomas es entonces una buena referencia, pues nos parecemos mucho a él y ahora entendemos lo de los planes y caminos del Señor. El Espíritu Santo inspira a este apóstol tan desconfiado como caprichoso, la más sublime confesión en la Divinidad de Jesús que encontramos en el Evangelio.. ¡Señor mío y Dios mío! Confesión reservada únicamente para Yavhe en el Antiguo Testamento. Grande, enorme, la delicadeza de Jesús.. bien sabía que para alcanzar el Discipulado todos deberíamos de partir de las mismas desconfianzas, dudas y hasta altanería que Tomás. ¡Señor mío! dijo el apóstol frente a Jesús. ¡Señor mío y Dios mío!.. proclama todo aquel que ve a Jesús vivo en el Evangelio y en la Eucaristía.
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