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miércoles, 25 de agosto de 2021

Salmo 65(64) - Himno de acción de gracias

Texto Bíblico

Oh Dios, Tú mereces un himno en Sión.Aquí hemos venido a cumplir nuestras promesas, porque Tú escuchas las súplicas.
Toda persona acude a Ti a causa de sus pecados.
Nuestras faltas nos abruman, pero Tú perdonas nuestras culpas.
Dichoso el que Tú escoges y acercas para que habite en tu templo;
nos hemos saciado de los bienes de tu casa, de los dones sagrados de tu templo.
Con prodigios de justicia nos respondes, Dios, Salvador nuestro.
Tú eres la esperanza de los confines de la tierra y de los mares remotos
Tú afianzas los montes con tu fuerza, repleto de poder.
Tú acallas el estruendo de los mares, el estruendo de las olas,
el tumulto de las naciones.
Los habitantes de tierras lejanas temen ante tus signos.
Tú haces gritar de alegría a las puertas de la aurora y del ocaso.
Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida.
La acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales:
riegas los surcos, allanas los terrones, reblandeces con llovizna la tierra, bendices sus brotes.
Coronas el año con tus bienes, y tus senderos destilan abundancia.
Rezuman los pastos del desierto y las colinas se adornan de alegría.
Las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de espigas; dan gritos de alegría y cantan.


Reflexiones: Elegidos para el mundo

El salmista alaba a Dios por que perdona a los hombres sus obras culpables. También nos dice que Dios elige al que va a estar en su templo. 

Nos es fácil descubrir en este texto la figura del  Mesías al que Dios llama su Hijo, «el Elegido», como nos dice Lucas en el pasaje de la transfiguración.Y también es Jesucristo, el elegido de Dios del cual habla este salmo.

No es el hombre el que elige a Dios, sino que es Dios quien, por medio de su Hijo, hace su elección de los hombres. De hecho, Jesús dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca...» (Jn 15,16).
Es muy importante insistir en la iniciativa de Dios respecto a la elección de todo hombre-mujer para su seguimiento. Nadie está capacitado por sí mismo para tomar la decisión de dirigir sus pasos por el camino de Jesús, ya 
que el seguimiento comporta la cruz y ésta se nos presenta como un sacrificio que choca con nuestras ansias naturales de grandeza y de gloria. 
El discípulo de Jesús vive la gracia de su discípulado con una claridad meridiana. Sabe que es un 
rescatado, no un héroe, sabe que el seguimiento que está haciendo es gracias a la fuerza de Dios,  y no por la suya propia; y es este convencimiento el que le preserva del mayor de los pecados: la soberbia. 

Vamos a ver catequéticamente la elección de los cuatro primeros discípulos de Jesús: Pedro, Andrés, Santiago y Juan, tal y como nos lo cuenta Lucas. Encontramos a Jesús que está anunciando la Palabra a la orilla del lago. Se nos habla de dos barcas cuyos pescadores estaban lavando sus redes. De las dos barcas que hay en la orilla, elige una nada más, que era la de Simón a quien le dice: Boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar. Conocemos la extrañeza de Pedro quien, no obstante, obedece a Jesús en atención «a la Palabra que ha escuchado».
Sabemos que la pesca fue abundante, tanto que no cabían en la barca elegida. Los apóstoles tuvieron que hacer señas a los compañeros de la otra barca para que se acercaran, y ambas se llenaron hasta el punto de que casi se hundían. Una fue la barca elegida, no obstante, las dos se llenaron de la pesca milagrosa exactamente igual. 
Ambas rebosaron del fruto de la Palabra que Jesús dirigió a Pedro y que este aceptó (Lc 5,1-7).
Vemos, pues, que la elección que Dios hace de hombres y mujeres concretos, no es en absoluto señal de ningún tipo de predestinación. Son elegidos para un servicio concreto. Elegidos para que todo hombre se salve, para que la gracia de Dios alcance a todos los seres humanos; en definitiva, elegidos en función no de sí mismos, sino de los demás. 

P. Antonio Pavía

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