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sábado, 20 de julio de 2024

SALMO 75(74).- Juicio total y universal


 Salmo 75.-Texto Bíblico

1Del maestro de coro. «No destruyas». Salmo. de Asaf Cántico.

2 Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, invocando tu nombre y contando tus maravillas.

Y dice el Señor:

3 «En el momento que decida, yo mismo juzgaré con rectitud.

4 Tiemble la tierra con todos sus habitantes, yo mismo he afianzado sus columnas.

5 Yo digo a los arrogantes: ¡Basta de arrogancias! y a los malvados: ¡No alcéis la frente!

6 ¡No levantéis altivamente la frente, no digáis insolencias contra la Roca!»

7 Pues ya no es ni de oriente ni de occidente, ya no es ni del desierto ni de los montes,

8 por donde viene Dios como juez: a uno humilla, a otro ensalza.

9 Pues El Señor empuña una copa, un vaso con vino drogado.. Él lo escanciará, lo sorberán hasta las heces, lo beberán todos los malvados de la tierra.

10 Pero  yo proclamaré siempre su grandeza, y cantaré para el Dios de Jacob.

11 Él quebrará la frente del malvado, y el poder de los justos se alzará.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: Impiedad y misericordia ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Impiedad y misericordia

En este salmo, un hombre orante se dirige a Dios clamando contra los impíos y los arrogantes. A tal punto llega su aversión hacia este tipo de personas, que llega incluso a poner en la boca de Dios estas palabras: «Yo digo a los arrogantes: ¡Basta de arrogancias! Y a los malvados: ¡No levantéis altivamente la frente, no digáis insolencias contra la Roca !».

No es que el salmista sea un hombre perverso. Le mueve el celo por la ley y le duele que ésta sea despreciada por el hombre cuyo vestido es la arrogancia; ve, pues, normal y necesario que Dios señale a estos hombres inicuos. Por eso, siguiendo con el salmo, escuchamos: «El Señor empuña una copa , con vino drogado. Él lo escanciará, lo sorberán hasta las heces, lo beberán todos los malvados de la tierra».

A la luz de los sentimientos expresados por el autor, podríamos hacernos una pregunta. ¿Se puede quedar Dios indiferente ante una humanidad que, llena de arrogancia, decide prescindir de Él? No, Dios no puede quedar indiferente ante este alejarse del hombre, ante este esconderse de su rostro. Y claro que va a actuar, pero no como casi pide a gritos nuestro salmista. Va a actuar, va a intervenir ¡salvando al hombre!

Veamos primero dos clases de impiedad que pueden alcanzar al hombre de todos los tiempos, de todas las razas, culturas y religiones..., al corazón humano.

La primera es la del hombre que no cuenta para nada con Dios a la hora de dirigir su vida. Al no contar con Dios, tampoco cuentan nada para él sus hermanos, sobre todo, si estos no sirven para sus intereses, sean los que sean. Esta clase de impiedad la vemos reflejada en la figura del juez impío a quien Jesús nos presenta así: «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres...» (Lc 18,3).

La segunda clase de impiedad es la de aquellos que, siendo siervos de la ley, aplastan a todo aquel que no vive religiosamente como ellos. Por si fuera poco, llegan incluso a creer que, obrando así, demuestran y manifiestan su servicio y amor a Dios. Como ejemplo de esta clase de impiedad, presentamos al apóstol Pablo. Él mismo nos dice que, antes de su encuentro con Jesucristo, era «intachable en cuanto a la justicia de la ley» (Flp 3,6). Imposible, pues, encontrar a alguien más perfecto y cumplidor. Sin embargo, tanta «santidad de vida» no le impidió perseguir a los cristianos, «traidores a la ley», y destrozar familias enteras llevándolas a la cárcel.

Constatamos, pues, que, a nivel general, existe una impiedad y arrogancia subyacentes. Ya el autor del salmo nos advierte de cómo, ante tanta perversidad, «el Señor empuña una copa con vino drogado». ¿Qué va a hacer Dios con esta copa puesto que, de una u otra forma, todos hacemos parte de tal recinto de impiedad?

Dios decide enviar a su Hijo como Cordero para quitar el pecado del mundo. Jesucristo voluntariamente se reviste de la impiedad y arrogancia de la humanidad. Dios permite que su Hijo muera en la Cruz como impío y maldito, como pecador por encima de todos los pecadores..., y que le sea dado a beber el vino drogado.

Justo instantes antes de morir, Jesús gritó: ¡tengo sed! Y le acercaron a la boca una esponja empapada en vinagre. Bebió Él sólo el vino drogado. Bebió Él sólo «el castigo por el que clamaba el salmista». Jesús, el Hijo de Dios, con su entrada voluntaria en el misterio de la Cruz , convirtió el mal en bien, la maldición en bendición, el vino drogado de la muerte en el vino del Espíritu Santo, que fluyó de su corazón y salió de su costado cuando este fue atravesado por la lanza.

Los santos Padres  afirman en su predicación que la tierra quedó llena de Espíritu Santo cuando, de la herida del costado, manó sangre y agua. En el mismo contexto, otros afirman que la sangre y el agua simbolizan el nacimiento de la Iglesia, identificando el agua con el bautismo, y la sangre con la eucaristía. Por fin, hay otros que utilizan el símbolo del vino viejo avinagrado bebido por Jesús, y el vino nuevo salido de su costado, como una alquimia por la que se convierte en Palabra, Espíritu y Vida. Identifican, pues, la sangre del costado con el nacimiento del Evangelio como fuente de vida del hombre.

Todos los textos que vemos, tanto en los salmos como en los profetas, acerca del agua viva y purificadora, de las fuentes de la salvación, tienen aquí su cumplimiento. El hombre que bebe, permanentemente, de la fuente viva del Evangelio, queda lleno del Espíritu Santo. Quizá así podemos entender mejor lo que el apóstol Pablo decía a todos aquellos que acogían la predicación que el Señor Jesús le confió: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1Cor 3,16).


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