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miércoles, 2 de octubre de 2024

Salmo 100(99) - Exhortación a la alabanza

1 Salmo. Para la acción de gracias.
¡Aclamad al Señor, tierra entera!
2 ¡Servid al Señor con alegría,
llegaos hasta él con gritos de júbilo!
3 Sabed que sólo el Señor es Dios:
Él nos hizo y le pertenecemos,
somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
4 Entrad por sus puertas dando gracias,
en sus atrios con cánticos de alabanza,
dadle gracias y bendecid su nombre:
5 «El Señor es bueno:
su amor es para siempre,
y su fidelidad de generación en generación»


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

De Dios somos

Este salmo es una profesión de fe del pueblo de Israel. 
Podemos imaginarnos a una multitud de fieles haciendo una 
entrada profesional en el templo proclamando su fe, su 
adhesión a Yavé entre cánticos de bendición y alabanza: 
«¡Aclamad al Señor, tierra entera! ¡Servid al Señor con 
alegría, llegaos hasta él con gritos de júbilo!».
Israel se sabe marcado por el sello de Yavé. Sello que 
testifica que Él lo ha elegido, que es hechura de sus 
manos. Tiene conciencia de que pertenece y es propiedad de 
Yavé. De ahí la acción de gracias que brota de los labios 
de los fieles al pisar los atrios del templo: «Sabed que 
sólo el Señor es Dios: Él nos hizo y le pertenecemos, somos 
su pueblo y ovejas de su rebaño. Entrad por sus puertas 
dando gracias, en sus atrios con cánticos de alabanza, 
dadle gracias y bendecid su nombre».
Esta exultación, estos gritos de bendición y alabanza 
a Yavé que emergen del alma del pueblo al entrar 
procesionalmente en el templo, no son fruto de un momento 
emocional, de un ambiente devocional colectivo. Es la 
manifestación de la dimensión espiritual de Israel, 
consciente de que las raíces de su identidad están marcadas 
por la elección que Dios hizo con él tomándolo como 
propiedad y posesión suya. Esta profunda y bellísima 
realidad nos viene expresada de forma magistral en las 
Santas Escrituras: «Porque tú eres un pueblo consagrado a 
Yavé tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo 
de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay 
sobre la haz de la tierra» (Dt 7,6).
Cuando Israel se desvía del camino de elección que le 
ha sido ofrecido, Yavé le envía profetas para recordarle 
que es posesión suya y que, si en ese momento histórico 
están a merced de sus enemigos, es porque le han dejado de 
lado para servir a otros dioses. Veamos, por ejemplo, este 
texto del profeta Jeremías que denuncia la infidelidad del 
pueblo: «Así dice Yavé Sebaot... cuando yo saqué a vuestros 
padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada 
tocante a holocaustos y sacrificios. Lo que les mandé fue 
esto otro: Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y 
vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo 
os mandare, para que os vaya bien. Mas ellos no escucharon 
ni prestaron el oído, sino que procedieron en sus consejos 
según la pertinacia de su mal corazón, y se pusieron de 
espaldas que no de cara» (Jer 7,22-24). Tengamos presente 
que estar de espaldas es la actitud del que no escucha.
Puesto que Israel se ha puesto de espaldas a Yavé y a 
su protección, queda a merced de sus enemigos. Así termina 
el texto del profeta que hemos iniciado antes: «Suspenderé en las
ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén toda 
voz de gozo y alegría, la voz del novio y la voz de la 
novia; porque toda la tierra quedará desolada» (Jer 7,34).
Sin embargo, como ya sabemos, la última palabra de 
Dios sobre Israel y sobre todo hombre es la del perdón y la 
misericordia. Así oímos al profeta Isaías anunciar la 
promesa del retorno de los israelitas de los países a donde 
fueron desterrados a causa de vivir a espaldas de Yavé: 
«Aquel día vareará Yavé desde la corriente del río hasta el 
torrente de Egipto, y vosotros seréis reunidos de uno en 
uno, hijos de Israel. Aquel día se tocará un cuerno grande 
y vendrán los perdidos por tierra de Asur y los dispersos 
por tierra de Egipto, y adorarán a Yavé en el monte santo 
de Jerusalén» (Is 27,12-13).
Fijémonos bien que el profeta nos dice que este 
retorno, esta vuelta del pueblo-rebaño de Dios, se llevará 
a cabo uno a uno; es una experiencia personalísima y que se 
vive dentro de la comunidad. Experiencia que será llevada a 
su plenitud a partir del Mesías. A causa de Él es posible 
la adhesión personal y comunitaria de la fe. La gran
comunidad de la Iglesia engloba la innumerable multitud de 
comunidades extendidas por el mundo. Recordemos que la 
palabra católica quiere decir universal.
Jesucristo, portador y consumador de todas las 
promesas de Yavé, se nos presenta bajo la figura del Buen 
Pastor que llama a sus ovejas una a una para constituir el 
nuevo pueblo-rebaño de Dios: «En verdad en verdad os digo: 
el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, 
sino que escala por otro lado, ese es un ladrón y un 
salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las 
ovejas. A este le abre el portero, y las ovejas escuchan su 
voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera»
(Jn 10,1-3). En este mismo texto, el Señor Jesús anuncia la 
liberadora y gozosa noticia de que este nuevo y definitivo 
rebaño-pueblo perteneciente a Yavé, traspasará las 
fronteras del pueblo elegido: «También tengo otras ovejas 
que no son de este redil; también a esas las tengo que 
conducir, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un 
solo pastor» (Jn 10,16).
Por la muerte y resurrección del Hijo de Dios, todos 
los hombres estamos llamados a ser propiedad, posesión de 
Dios porque hemos sido comprados, rescatados para el Padre 
por medio de la sangre del Señor Jesús. Ha sido la misma 
sangre de Dios la que ha roto las cadenas en las que nos tenía aprisionados el príncipe del mal. 

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