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miércoles, 27 de noviembre de 2024

Salmo 142(141). Oración de un perseguido(Líbrame, Señor)



142(141). Oración de un perseguido
(Líbrame, Señor)

1 Poema. De David. Cuando estaba en la cueva. Súplica.

2 iA voz en grito, imploro al Señor!

iA voz en grito, suplico al Señor!

3 Derramo ante él mi lamento,

ante él expongo mi angustia,

4 mientras mi aliento desfallece.

Pero tú conoces mis senderos,

y que en el camino por el que ando

me han tendido una trampa.

s Mira a la derecha y fíjate:

iya nadie me reconoce,

no tengo lugar de refugio,

a nadie que mire por mí!

6 A ti grito, Señor,

y digo: «Tú eres mi refugio,

mi lote en el país de la vida».

7 Presta atención a mi clamor,

pues ya estoy agotado.

iLíbrame de mis perseguidores,

que son más fuertes que yo!

8 iHazme salir de mi prisión,

para que dé gracias a tu nombre!

Los justos se congregarán a mi alrededor,

por el bien que me has hecho.


 Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Salmo 142

Líbrame, Señor

Cuando David cayó en desgracia a los ojos de Saúl, tuvo que 

huir y buscar refugio en las cuevas del desierto de Judea. 

Estas servían de refugio a los ladrones y, en general, a 

todos aquellos que tenían cuentas con la justicia. La 

espiritualidad de Israel pone en boca de David esta 

bellísima invocación a Yavé que evoca su persecución e 

infortunio.

David se siente atrapado por un lazo. No comprende que 

Saúl le pague de este modo sus años de servicio y 

fidelidad. Su estupor ante tantas maquinaciones es tanto 

mayor cuanto que es consciente de su irreprochabilidad e 

inocencia. No le cabe en su mente que se le pague con el 

mal ante el bien que ha hecho; de ahí su grito clamoroso: 

«¡A voz en grito imploro al Señor! ¡A voz en grito suplico

al Señor! Derramo ante él mi lamento, ante él expongo mi 

angustia... En el camino por el que ando me han tendido una

trampa. Mira a la derecha y fíjate. ¡ya nadie me reconoce,

no tengo lugar de refugio, a nadie que mire por mí!».

Como ya podemos entrever, la experiencia trágica de 

David es un anuncio profético del Mesías cuya vida fue 

atrapada por el lazo de la muerte. El Príncipe de la 

mentira y del mal sedujo con sus artes a los sumos 

sacerdotes, fariseos, escribas y hasta todo el pueblo para 

arrancar su vida. Jesucristo, verdad del Padre, entra 

voluntariamente en el lazo aprisionador que la mentira ha 

arrojado sobre Él. Mentira seductora que es bebida con 

ansia por aquellos que deberían ser la garantía de la 

verdad y la rectitud.

Tal perversión de mente y corazón, que invierte los 

parámetros del bien y del mal, de lo justo e injusto, ya 

había sido objeto de denuncia por parte de los profetas de 

Israel: «¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; 

que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan 

amargo por dulce, y dulce por amargo!» (Is 5,20).

Realidad perversa que cobra toda su amplitud cuando 

los sumos sacerdotes echan mano del Cordero inocente y lo 

conducen a la muerte. ¿Razón de su condena? El pretendido 

Mesías es un ser blasfemo e impío, su perversidad atenta 

contra Dios. El supuesto celo religioso del pueblo encaminó 

al Señor, a Jesús, a la muerte y muerte de cruz.

Jesucristo previene a sus discípulos, de entonces y de 

siempre, advirtiéndoles de que la misión a la que Él les 

envía no va a ser aplaudida ni reconocida. Esto por la 

simple razón de que la mentira y su príncipe nunca van a 

aplaudir ni reconocer la verdad. Es más, les anuncia que la 

persecución y el odio que ha caído sobre sus espaldas, 

también les alcanzará a ellos: «Si el mundo os odia, sabed 293

que a mí me ha odiado antes que a vosotros... Acordaos de 
la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su 
señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a 
vosotros» (Jn 15,18-20).
Igualmente les predice de que, así como los sumos 
sacerdotes creyeron que actuaban bien y hacían un servicio 
a Dios al condenarle a muerte, también ellos serían 
perseguidos bajo el pretexto de salvaguardar la pureza del 
culto a Dios: «Os expulsarán de las sinagogas. E incluso 
llegará la hora en que todo el que os mate piense que da 
culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al 
Padre ni a mí» (Jn 16,2-3).
Ante tal panorama, nos hacemos una pregunta: ¿Qué es 
lo que mantiene hoy día a tantos hombres y mujeres en su 
fidelidad al Señor Jesús y su Evangelio? Es indudable que 
no son mantenidos por sus fuerzas y cualidades, ya que 
estas se desvanecen ante situaciones injustas e hirientes 
que afrontan.
Lo que mantiene al discípulo en un mundo hostil a la 
verdad no es sino la presencia del Señor Jesús en todo su 
ser. Es presencia y, al mismo tiempo, fuerza. El discípulo 
siente bajo sus pies la roca indestructible que es su 
Señor. Por más que arrecien los vientos, las olas y todo 
tipo de presión, su vida y su misión están en manos de Dios 
que le sostiene.
Los discípulos de Jesucristo son conscientes de que, 
desde la fuerza de Dios, hacen un servicio al mundo al que 
aman, ya que lo miran con los mismos ojos con que Dios lo 
mira y lo ama: «Yo no me complazco en la muerte de nadie, 
sea quien fuere, oráculo del Señor Yavé. Convertíos y 
vivid» (Ez 18,32).
El discípulo del Señor Jesús tiene la experiencia de
que ha sido enviado al mundo con una misión, anuncio de 
salvación, que le supera totalmente. En su debilidad, 
constata, con inenarrable asombro, cómo su Señor Jesús le 
sostiene en sus combates, le levanta en sus caídas –que no 
son pocas– y enjuga las lágrimas que brotan a causa de 
tantas contradicciones por las que ha de pasar. Además, 
ante la persecución, su grito no es contra sus enemigos 
sino hacia Dios. ¡Señor, tú que me has enviado, líbrame!
Terminamos con el testimonio de un discípulo que 
enfrentó toda clase de persecuciones, males y peligros para 
llevar adelante la misión que Jesucristo le había confiado. 
Nos referimos al testimonio de Pablo: «¡Todo lo puedo en 
Aquel que me conforta!» (Gál 4,13).294


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