viernes, 26 de julio de 2024

SALMO 74(73)- Lamentación tras el saqueo del templo

 Salmo 74(73) 

TEXTO BÍBLICO

Poema de Asaf

1 ¿Por qué, oh Dios, nos rechazas para siempre? ¿Por qué esta cólera ardiente contra las ovejas de tu rebaño?

2 Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo, de la tribu que rescataste como tu herencia, del monte Sión, donde pusiste tu morada.

3 Dirige tus pasos a estas ruinas sin fin: el enemigo ha arrasado completamente el santuario.

4 Los opresores rugieron en el lugar de tus asambleas, pusieron sus estandartes en el frontón de la entrada,    

5 estandartes que no se conocían. Como quien empuña el hacha en el bosque,

6 destrozaron las esculturas golpeando con el hacha y el martillo.

7 Prendieron fuego a tu santuario, profanaron hasta el suelo la morada de tu nombre.

8 Pensaban: <<iArrasémolos de una vez)", e incendiaron todos los templos del país.

9 Ya no vemos nuestros signos, ya no hay profetas, y nadie entre nosotros sabe hasta cuándo.10 ¿Hasta cuándo, oh Dios, seguirá blasfemando el opresor?

10 ¿Va a despreciar el enemigo tu nombre hasta el final?

11 ¿Por qué retiras tu mano izquierda y tienes tu derecha escondida en el pecho?

12 Pero tú, oh Dios, eres rey desde siempre, y liberas por toda la tierra.

13 Tú dividiste el mar con tu poder, rompiste la cabeza del monstruo marino.

14 Aplastaste las cabezas del Leviatán, y la diste en pasto a las bestias del mar.

15 Tú abriste manantiales y torrentes y secaste ríos inagotables.

16 Tuyo es el día, tuya es la noche. Tú estableciste la luna y el sol.

17 Tú fijaste los límites de la tierra, y formaste el verano y el invierno.

18 Acuérdate, Señor, del enemigo que blasfema, del pueblo insensato que ultraja tu nombre.

19 No entregues a las fieras la vida de tu tórtola. No olvides para siempre la vida de tus pobres.

20 Piensa en tu alianza, pues los rincones del país están llenos de violencia.

21 Que no vuelva el oprimido lleno de confusión, que el pobre y el indigente alaben tu nombre.

22 ¡Levántate, oh Dios! ¡Defiende tu causa! ¡Acuérdate del insensato que te ultraja todo el día!

23 ¡No olvides el griterío de tus opresores, el tumulto creciente de los que se rebelan contra ti!

https://youtu.be/SmVhriNOHtY

REFLEXIONES DEL PADRE ANTONIO PAVÍA ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Alianza nueva y eterna

Tenemos ante nosotros un salmo de lamentación. Un fiel israelita da rienda suelta a su dolor ante la devastación de Jerusalén y la consiguiente destrucción y saqueo del templo, hecho que aconteció en el año 587 A.C. La ruina ha sido total; es como si Israel se hubiese quedado sin alma. La han despojado de su núcleo vital, de su identidad.

Desde lo más profundo de su ser doliente, nuestro hombre eleva su voz a Dios con una súplica desgarradora que hace estremecer el alma: «Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo, de la tribu que rescataste como tu herencia, del monte Sión donde pusiste tu morada. Dirige tus pasos a estas ruinas sin fin: el enemigo ha arrasado completamente el santuario... Prendieron fuego a tu santuario, profanaron hasta el suelo la morada de tu nombre».

Esta terrible descripción de la desgracia de Israel, nos recuerda la visión que Dios hizo contemplar al profeta Ezequiel. Era un campo lleno de huesos, una visión que daba a entender la deplorable situación en la que había quedado el pueblo, después del destierro que siguió a la conquista de Jerusalén por el rey Nabucodonosor: «Yavé me sacó y me puso en medio de la vega, la cual estaba llena de huesos. Me hizo pasar por entre ellos en todas las direcciones. Los huesos eran muy numerosos por el suelo de la vega, y estaban completamente secos. Me dijo: Hijo de hombre ¿podrán vivir estos huesos? Yo dije: Señor Yavé, tú lo sabes» (Ez 37,1-4).

Aparentemente, no hay ninguna esperanza. Todo en la visión habla de las sombras de la muerte. Sin embargo, la visión concluye con una promesa de Dios que levanta el ánimo del profeta, por cuyo ministerio Israel recupera la esperanza perdida: «Les dirás: así dice el Señor Yavé: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel... Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis...» (Ez 37,12-14). Termina esta promesa con, lo que podríamos llamar, la firma de puño y letra del mismo Dios: «Yo, Yavé, lo digo y lo hago».

Volvemos al salmo y nos damos cuenta de que el autor inspirado, más allá de la desgracia que contemplan sus ojos, tiene presente este amor y fidelidad de Dios. A pesar de tanta desolación, a pesar de que, aparentemente, no hay ninguna salida o solución ante la realidad que se impone, a pesar de que sabe muy bien que han sido los pecados del pueblo los que han provocado tanta destrucción..., nuestro hombre, impulsado por la confianza, se lanza hacia la misericordia de Dios con esta súplica: «No entregues a las fieras la vida de tu tórtola. No olvides para siempre la vida de tus pobres. Piensa en tu alianza...».

Piensa en tu alianza. Ten presente la alianza que has hecho con nosotros. ¡Tú no la puedes romper! Este es el maravilloso secreto de la confianza que alberga el salmista: Nosotros podemos romperla con nuestras idolatrías, pero Tú no. En tu alianza, pues, nos apoyamos. ¡Cuida la vida de tu tórtola! Tengamos en cuenta cómo los profetas, por ejemplo Oseas, comparaban a Israel con una tórtola.

Dios anuncia, por medio del profeta Jeremías, que va a establecer con Israel una nueva alianza. No va a se como la anterior, cuando le sacó de la esclavitud de Egipto. Esta fue rota repetidas veces a causa de la dureza de corazón del pueblo. Dureza de corazón que es propia de todo hombre; dureza provocada por nuestra absoluta incapacidad de fiarnos de Dios. Al hombre le puede costar más o menos hacer algunos servicios a Dios. Y, si esto le tranquiliza la conciencia, tales servicios se pueden hasta multiplicar. Pero somos incapaces de fiarnos de Él hasta el punto de que dirija nuestra vida y de que sean sus opciones, y no las nuestras, las que marquen nuestra relación con Él y con nuestros hermanos.

Por eso Dios va a promover, a partir de su Hijo Jesucristo, la nueva alianza grabando en el corazón del ser humano su Palabra, que es creadora. Palabra que, destruyendo el corazón de piedra, lo crea de nuevo. Esta promesa nos viene anunciada con exultación por Jeremías: «He aquí que vienen días en que yo pactaré con la casa de Israel una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto y que ellos rompieron... Esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días: Pondré mi ley (Palabra) en su interior y sobre sus corazones la escribiré, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31,31-33).

Como ya hemos señalado, la nueva alianza ha sido concedida a toda la humanidad por Jesucristo. Ha sido sellada con la sangre del mismo Dios bajo forma de cordero. Alianza que empapa el corazón del hombre por medio del santo Evangelio que, escuchado con pasión, produce frutos de santidad.


lunes, 22 de julio de 2024

SALMO 73(72).- El juicio final (El problema del impío feliz) Salmo de Asaf

 Salmo 73.-El juicio final (El problema del impío feliz) Salmo de Asaf

Texto Bíblico

 Salmo. De Asaf

En verdad, «Dios es bueno para Israel, para los puros de corazón».

Pero por poco tropiezan mis pies;

nada faltó para que resbalaran mis pasos,

porque envidiaba a los arrogantes,

viendo la prosperidad de los malvados.

iMirad! Para ellos no hay tormentos,

y su cuerpo está sano y robusto.

La fatiga de los mortales no los alcanza, ni sufren como los demás.

Por eso su collar es la soberbia,

y la violencia los cubre como un vestido.

Les brota el pecado de sus carnes,

les rebosa el corazón de malos proyectos.

Se burlan y hablan con malicia,

desde su altura proclaman la opresión.

Ponen su boca en el cielo,

y su lengua recorre la tierra.

Así se sacian a sí mismos,

bebiéndose las aguas del mar.

y dicen: «¿Acaso va a saberlo Dios?

¿Se va a enterar el Altísimo?».

¡Ahí están! ¡Así son los malvados

y, siempre tranquilos, acumulan riquezas!

¡Así que en vano conservé puro mi corazón, y he lavado en la inocencia mis manos!

Pues todo el día me molestan,

y me castigan cada mañana...

Si yo dijera: «¡Voy a hablar como ellos!», renegaría de la asamblea de tus hijos.

Entonces reflexioné para entenderlo, pero, ¡qué gran fatiga para mis ojos!

Hasta que fui penetrando en el misterio de Dio:>, y entonces comprendí su destino.

Es verdad, tú los pones en lugar resbaladizo,los precipitas en la ruina.

iMirad: en un instante son reducidos al terror, dejan de existir y perecen, sumidos en el pavor!

Como un sueño al despertar, Señor, al despertarte desprecias su imagen.

Si se me agriaba el corazón y aguijoneaba mis entrañas, es porque yo era un necio y no entendía nada.Yo era un animal junto a ti.

Pero yo siempre estoy contigo. Tú me tomas de la mano derecha.

Tú me guías con tu consejo y me conduces con tu gloria.

Contigo, ¡a quién necesitaré en ei cieio! 

Contigo, no hay nada que me satisfaga en la tierra.

Ya pueden consumirse mi carne y mi corazón:¡ mi roca y mi heredad es Dios para siempre!

Sí, los que se alejan de ti se pierden,tú rechazas a los que te son infieles.

Yo, en cambio, estoy contento de estar con Dios,y hacer de Dios mi refugio,para contar todas tus acciones

(junto a las puertas de Sión).

https://youtu.be/M6TjFY66qTE

REFLEXIONES DEL PADRE ANTONIO PAVÍA ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

La mejor parte

Un sabio israelita da rienda suelta a sus pensamientos y se pregunta, escandalizado, por qué los impíos consiguen encumbrarse en las cimas del poder asentándose como si la justicia de Dios no tuviera nada que ver con ellos: «Pero por poco tropiezan mis pies; nada faltó para que resbalaran mis pasos, porque envidiaba a los arrogantes, viendo la prosperidad de los malvados... La fatiga de los mortales no los alcanza, ni sufren como los demás». Sin embargo, no duda de que Dios es bueno y justo, y así lo expresa en el primer versículo del salmo: «En verdad, Dios es bueno para Israel, el Señor para los puros de corazón».

A lo largo del mismo, aparecen las respuestas que Dios va dando a sus dudas. Son respuestas que llevan a nuestro hombre a comprender que la vida solo tiene un sentido, la de llegar a ser hijo de Dios. Filiación que acontece cuando Dios va limpiando el corazón del hombre de todo deseo de encumbramiento y poder. Hay que tener en cuenta que en la mayor parte de los casos, dicho encumbramiento y poder se consigue a costa de los pequeños y los débiles. No digamos ya cuando este escalar en las esferas sociales se hace por medio de sobornos y engaños.

Nuestro hombre sabio prefiere ser hijo de Dios a seguir el camino de prepotencia de los impíos e injustos: «Y dicen: ¿Acaso va a saberlo Dios? ¿Se va a enterar el Altísimo? ¡Ahí están! ¡Así son los malvados y, siempre tranquilos, acumulan riquezas! Si yo dijera: ¡Voy a hablar como ellos!, renegaría de la asamblea de tus hijos...».

Observamos así a nuestro hombre pasar por la prueba de la confusión, casi del escándalo. Lleno de sabiduría, se vuelve hacia Dios, su Padre; Aquel que limpia el corazón de toda pretensión impía. El profeta Isaías exhorta al pueblo a lavarse, a limpiarse de todas las injusticias que alberga en su corazón. Es una fortísima llamada a la conversión: «Lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo...» (Is 1,16-17).

¡Lavaos, limpiaos, convertíos...! Sí, pero ¿cómo si el hombre, ofuscado por el brillo del poder, no distingue la mano derecha de la izquierda? Escuchemos lo que dice Dios a Jonás: «¿No voy a tener lástima yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su mano derecha de la izquierda?» (Jon 4,11).

Jesucristo, el limpio de corazón, el que es la palabra del Padre, será quien limpie el corazón del hombre con lo único que puede ser limpiado: La Palabra  «Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a que os he anunciado» (Jn 15,2-3).

La palabra vincula al hombre indisolublemente a Jesucristo. Por ella podemos dar el fruto que permanece para siempre. Si esta vinculación no existe, la vida del hombre se apaga sin ningún sentido porque nada de lo que haga sobrevivirá a su muerte. «Permaneced en mí, como yo en vosotros... El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,4-5).

La vinculación a se da más allá de unas supuestas cualidades adquiridas. Sólo se necesita algo con lo que todo hombre nace, ¡Amor! Sí, amor al Evangelio como si no tuviéramos otra esperanza u otro apoyo. Amor tal que lo escogemos por encima de cualquier otra realidad por muy deslumbrante que sea. El mismo amor que manifestó María, la hermana de Marta que, sentada a los pies de Jesús, es decir, en escucha obediente, estaba pendiente de que salía de sus labios. María recibió de Jesús esta alabanza y garantía: «María ha escogido la mejor parte que no le será quitada» (Lc 10,38-42).

Indudablemente, María escogió la mejor parte. Elección que le permite estar siempre con Dios, sin necesidad de ir a ningún convento ni hacer ninguna consagración especial. Ella es signo de todas las personas que, al elegir el Evangelio como luz y fuente de su vida, están y estarán siempre con Dios. Podrán pasar por todo tipo de pruebas y tentaciones, y en sus caídas serán levantadas. Es tan agradable a Dios la opción que han hecho, que nunca le será quitada. Esta bella y profundísima realidad solamente es comprendida y acogida por los humildes, los pequeños.

Volvemos al salmista y nos asombramos cómo, pasada su terrible tentación, se ve colmado de la sabiduría del Espíritu Santo, sabiduría que le hace entender que su gozo consiste en saber estar con Dios. Nadie le impone esta realidad, es una percepción profundísima. Su estar con Dios es el bien por encima de todos los bienes: «Yo, en cambio, estoy contento de estar con Dios, y hacer de Dios mi refugio, para contar todas tus acciones».


sábado, 20 de julio de 2024

SALMO 75(74).- Juicio total y universal


 Salmo 75.-Texto Bíblico

1Del maestro de coro. «No destruyas». Salmo. de Asaf Cántico.

2 Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, invocando tu nombre y contando tus maravillas.

Y dice el Señor:

3 «En el momento que decida, yo mismo juzgaré con rectitud.

4 Tiemble la tierra con todos sus habitantes, yo mismo he afianzado sus columnas.

5 Yo digo a los arrogantes: ¡Basta de arrogancias! y a los malvados: ¡No alcéis la frente!

6 ¡No levantéis altivamente la frente, no digáis insolencias contra la Roca!»

7 Pues ya no es ni de oriente ni de occidente, ya no es ni del desierto ni de los montes,

8 por donde viene Dios como juez: a uno humilla, a otro ensalza.

9 Pues El Señor empuña una copa, un vaso con vino drogado.. Él lo escanciará, lo sorberán hasta las heces, lo beberán todos los malvados de la tierra.

10 Pero  yo proclamaré siempre su grandeza, y cantaré para el Dios de Jacob.

11 Él quebrará la frente del malvado, y el poder de los justos se alzará.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: Impiedad y misericordia ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Impiedad y misericordia

En este salmo, un hombre orante se dirige a Dios clamando contra los impíos y los arrogantes. A tal punto llega su aversión hacia este tipo de personas, que llega incluso a poner en la boca de Dios estas palabras: «Yo digo a los arrogantes: ¡Basta de arrogancias! Y a los malvados: ¡No levantéis altivamente la frente, no digáis insolencias contra la Roca !».

No es que el salmista sea un hombre perverso. Le mueve el celo por la ley y le duele que ésta sea despreciada por el hombre cuyo vestido es la arrogancia; ve, pues, normal y necesario que Dios señale a estos hombres inicuos. Por eso, siguiendo con el salmo, escuchamos: «El Señor empuña una copa , con vino drogado. Él lo escanciará, lo sorberán hasta las heces, lo beberán todos los malvados de la tierra».

A la luz de los sentimientos expresados por el autor, podríamos hacernos una pregunta. ¿Se puede quedar Dios indiferente ante una humanidad que, llena de arrogancia, decide prescindir de Él? No, Dios no puede quedar indiferente ante este alejarse del hombre, ante este esconderse de su rostro. Y claro que va a actuar, pero no como casi pide a gritos nuestro salmista. Va a actuar, va a intervenir ¡salvando al hombre!

Veamos primero dos clases de impiedad que pueden alcanzar al hombre de todos los tiempos, de todas las razas, culturas y religiones..., al corazón humano.

La primera es la del hombre que no cuenta para nada con Dios a la hora de dirigir su vida. Al no contar con Dios, tampoco cuentan nada para él sus hermanos, sobre todo, si estos no sirven para sus intereses, sean los que sean. Esta clase de impiedad la vemos reflejada en la figura del juez impío a quien Jesús nos presenta así: «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres...» (Lc 18,3).

La segunda clase de impiedad es la de aquellos que, siendo siervos de la ley, aplastan a todo aquel que no vive religiosamente como ellos. Por si fuera poco, llegan incluso a creer que, obrando así, demuestran y manifiestan su servicio y amor a Dios. Como ejemplo de esta clase de impiedad, presentamos al apóstol Pablo. Él mismo nos dice que, antes de su encuentro con Jesucristo, era «intachable en cuanto a la justicia de la ley» (Flp 3,6). Imposible, pues, encontrar a alguien más perfecto y cumplidor. Sin embargo, tanta «santidad de vida» no le impidió perseguir a los cristianos, «traidores a la ley», y destrozar familias enteras llevándolas a la cárcel.

Constatamos, pues, que, a nivel general, existe una impiedad y arrogancia subyacentes. Ya el autor del salmo nos advierte de cómo, ante tanta perversidad, «el Señor empuña una copa con vino drogado». ¿Qué va a hacer Dios con esta copa puesto que, de una u otra forma, todos hacemos parte de tal recinto de impiedad?

Dios decide enviar a su Hijo como Cordero para quitar el pecado del mundo. Jesucristo voluntariamente se reviste de la impiedad y arrogancia de la humanidad. Dios permite que su Hijo muera en la Cruz como impío y maldito, como pecador por encima de todos los pecadores..., y que le sea dado a beber el vino drogado.

Justo instantes antes de morir, Jesús gritó: ¡tengo sed! Y le acercaron a la boca una esponja empapada en vinagre. Bebió Él sólo el vino drogado. Bebió Él sólo «el castigo por el que clamaba el salmista». Jesús, el Hijo de Dios, con su entrada voluntaria en el misterio de la Cruz , convirtió el mal en bien, la maldición en bendición, el vino drogado de la muerte en el vino del Espíritu Santo, que fluyó de su corazón y salió de su costado cuando este fue atravesado por la lanza.

Los santos Padres  afirman en su predicación que la tierra quedó llena de Espíritu Santo cuando, de la herida del costado, manó sangre y agua. En el mismo contexto, otros afirman que la sangre y el agua simbolizan el nacimiento de la Iglesia, identificando el agua con el bautismo, y la sangre con la eucaristía. Por fin, hay otros que utilizan el símbolo del vino viejo avinagrado bebido por Jesús, y el vino nuevo salido de su costado, como una alquimia por la que se convierte en Palabra, Espíritu y Vida. Identifican, pues, la sangre del costado con el nacimiento del Evangelio como fuente de vida del hombre.

Todos los textos que vemos, tanto en los salmos como en los profetas, acerca del agua viva y purificadora, de las fuentes de la salvación, tienen aquí su cumplimiento. El hombre que bebe, permanentemente, de la fuente viva del Evangelio, queda lleno del Espíritu Santo. Quizá así podemos entender mejor lo que el apóstol Pablo decía a todos aquellos que acogían la predicación que el Señor Jesús le confió: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1Cor 3,16).


viernes, 19 de julio de 2024

SALMO 72(71) El rey prometido (Salmo de Salomón)


Texto Bíblico

Oh Dios, confía tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey.

Que gobierne a tu pueblo con justicia, a tus pobres conforme al  derecho.

Que los montes traigan la paz, y las colinas la justicia.

Que él defienda a los pobres del pueblo, salve a los hijos del indigente y aplaste a sus explotadores.

Que dure tanto como el sol y la luna, de generación en generación.

Que baje como lluvia sobre el césped, como llovizna que riega la tierra.

Que en sus días florezca la justicia y una gran paz hasta que falte la luna.

Que domine de mar a mar, del Gran Río hasta los confines de la tierra.

Que en su presencia se inclinen sus rivales y sus enemigos muerdan el polvo.

Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones.

¡Que se postren ante él todos los reyes, y le sirvan todas las naciones!

él libera al pobre que clama, y al indigente que no tiene protector.

Él se apiada del débil y del indigente, y salva la vida de los pobres.

Él los rescata de la astucia y la violencia, porque su sangre es preciosa a sus ojos. 

¡Que viva y que le traigan el oro de Saba! ¡Que recen por él continuamente, y lo bendigan todo el día!

Que haya abundancia de trigo en los campos,by que ondee en la cima de los montes.

Que den fruto como el Líbano, y broten las espigas como la hierba del campo.

Que su nombre permanezca para siempre, y su fama dure como el sol:

¡Que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra!

iBendito sea el Señor, Dios de Israel, porque sólo él hace maravillas!

iBendito por siempre su nombre glorioso!

¡Que toda la tierra se llene de su gloria!

¡Amén! ¡Amén!

 (Fin de las oraciones de David, hijo de Jesé)


https://youtu.be/LL4-zp_JxGI


REFLEXIONES DEL PADRE ANTONIO PAVÍA ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


 Paz y pastoreo

Las Sagradas Escrituras nos presentan hoy una aclamación, un salmo real que va describiendo a un rey que, asistido por Dios, traerá la paz no solo a su pueblo, Israel, sino a todo el mundo; paz que abarcará de uno a otro confín de la tierra. Nos anuncia proféticamente la paz mesiánica: «Oh Dios, confía tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey. Que gobierne a tu pueblo con justicia, a tus pobres conforme al derecho... Que en sus días florezca la justicia y una gran paz hasta que falte la luna. Que domine de mar a mar, del Gran Río hasta los confines de la tierra».

Es indudable que el Espíritu Santo inspiró al autor del salmo para anticiparnos a Aquel que es nuestra paz: Jesucristo. Con este título nos lo presenta el apóstol Pablo: «Porque Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2,14).

El Hijo de Dios es, efectivamente, la paz del hombre. Él mismo dice que nos da su paz, que no es como la que da el mundo: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14,27). Es cierto que el mundo da una paz, pero Jesucristo marca la diferencia entre una y otra. La paz que da el mundo, a causa del pecado que subyace en él, es siempre inestable, algo así como si estuviera sujeta con hilos. La paz del Mesías, que ya anuncia el salmo, permanece para siempre; y así nos viene expresado con este lenguaje simbólico y ricamente expresivo: «Que dure tanto como el sol y la luna, de generación en generación». Es por eso que Jesucristo puede acercarse al hombre con esta buena noticia: te doy mi paz, la que permanece para siempre por que no tiene fin.

Jesucristo es la paz de Dios sobre el hombre, y esta es lo primero que concede a los apóstoles, sobrecogidos y temerosos, encerrados en el cenáculo después de los dolorosos acontecimientos de , vencedor de la muerte, vencedor de todos los miedos del hombre, se presenta ante ellos y les dice por dos veces la paz con vosotros (Jn 20,19-21).

Paz que, como hemos leído, rompe todas las fronteras; paz que no distingue entre razas, culturas o pueblos. El Hijo de Dios, al alabar la fe del centurión romano, inmensamente superior y más profunda que la de los estudiosos de , dijo a los que le escuchaban: «Os digo que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande»; e, inmediatamente, proclama la paz universal bajo la figura del banquete del Reino: «Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos» (Mt 8,10-11).

Volvemos al salmo y observamos que se anuncia con insistencia la promesa de que el Mesías será portador de la paz que libera y levanta a los pobres, a los humildes, a los desdichados... «Porque él librará al pobre que clama, al indigente que no tiene protector. Él se apiada del débil y del indigente... Él los rescata de la astucia y la violencia, porque su sangre es preciosa a sus ojos».

Los pobres, los humildes, los desdichados..., los mismos que Jesús vio y que hicieron estremecer su corazón. San Mateo nos cuenta este detalle cuando Jesucristo posó sus ojos sobre toda aquella muchedumbre enferma que abría sus oídos a las palabras que salían de su boca, y nos lo cuenta así: «Al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Llama la atención la claridad con que se nos indica que el mal que sufre esta muchedumbre acontece por falta de pastoreo.

Ya el profeta Ezequiel había denunciado en nombre de Dios a los pastores de Israel con estas palabras tan fuertes: «No habéis fortalecido a las ovejas débiles, no habéis cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida..., y ellas se han dispersado por falta de pastor y se han convertido en presa de todas las fieras del campo; andan dispersas. Mi rebaño anda errante por todos los montes... sin que nadie se ocupe de él ni salga en su busca» (Ez 34,4-6).

Ante esta situación y porque Dios ama inconteniblemente al hombre, a todo hombre, pone en la boca de Ezequiel una promesa: «Yo mismo seré el pastor». Escuchemos al profeta: «Porque así dice el Señor Yavé: aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él... Vosotras, ovejas mías, sois el rebaño humano que yo apaciento, y yo soy vuestro Dios, oráculo del Señor Yavé» (Ez 34,11.31).

Dios, que es siempre fiel a sus promesas; Dios, que vela por todo hombre en su debilidad, suscita a su propio Hijo como pastor, cumpliendo así su Palabra. Jesucristo es el que nos pastorea por el camino de la paz, como profetiza Zacarías ante el nacimiento de su hijo Juan Bautista. Nos dice que Yavé ha suscitado al Mesías «para guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,79). Jesús mismo proclama que es «el Buen Pastor que da su vida por las ovejas» (Jn 10,11).


jueves, 18 de julio de 2024

Salmo 71(70).- Plegaria de un justo en su vejez

 Texto Bíblico:

 A ti, Señor, me acojo,

 ¡jamás quede yo avergonzado!

¡Por tu justicia, sálvame, libérame!

¡Date prisa, inclina tu oído hacia mí!

¡Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, pues mi roca y mi alcázar eres tú!

Dios mío, líbrame de la mano del malvado, del puño del criminal y del violento;

porque tú, Señor, eres mi esperanza y mi confianza desde mi juventud.

En el vientre materno ya me apoyaba en ti, y en el seno materno tú me sostenías.

Siempre he confiado en ti.

Muchos me miraban como a un milagro, porque tú eras mi refugio seguro.

Llena está mi boca de tu alabanza y de tu esplendor todo el día.

No me rechaces ahora en el vejez, no me abandones cuando me faltan las fuerzas,

porque mis enemigos hablan de mí, juntos hacen planes los que vigilan mi vida:

<< ¡Dios lo ha abandonado. Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará!».

¡Oh Dios, no te quedes lejos de mí!

Dios mío, ven aprisa a socorrerme.

Queden avergonzados y arruinados los que persiguen mi vida.

Queden cubiertos de oprobio y de deshonra los que buscan hacerme daño.

Yo, en cambio, no dejo de esperar, continuando tu alabanza.

Mi boca contará tu justicia, y todo el día tu salvación.

¡Contaré tus proezas, Señor Dios, narraré tu victoria, tuya entera!

Oh Dios, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy anuncio tus maravillas.

Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones, oh Dios, hasta que describa tu brazo a la siguiente generación, tus proezas y tus sublimes victorias, las hazañas que realizaste.

¡Oh Dios!, ¿quién como tú?

Me hiciste pasar por angustias profundas y numerosas.

Ahora volverás a darme la vida, me harás subir desde lo hondo de la tierra.

Aumentarás mi grandeza, y de nuevo me consolarás.

¡y yo te ensalzaré con el arpa, por tu fidelidad, Dios mío!

Tocaré la cítara en tu honor, oh Santo de Israel.

Te aclamarán mis labios, y también mi alma, que tú redimiste.

¡Mi lengua, todo el día, repetirá tu justicia, porque quedaron avergonzados y confundidos los que buscaban hacerme daño!


Reflexiones(padre Antonio Pavía (Extractado del libro En el Espíritu de los Salmos y publicado con autorización expresa de la Editorial San Pablo) 

Ser en Dios

Un hombre fiel se ve acosado por sus enemigos sin duda porque su estilo de vida, orientado a buscar la consonancia con la palabra de Dios que escucha cada día, provoca un auténtico rechazo social. Rechazo por parte de aquellos que, aun siendo también asiduos a la escucha de las Escrituras, no ven en estas sino un añadido más al culto formalista que practican.

Esta situación nos lleva a un texto del libro de  en el que también un justo se ve golpeado por parte de aquellos que se sienten denunciados a causa de su forma de actuar: «Tendamos lazos al justo que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo de obrar, nos echa en cara faltas contra  un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una vida distinta a la de todos y sus caminos son extraños» (Sab 2,12-15).

Nuestro hombre fiel no tiene argumentos ni defensas que puedan dar razón del aliento de vida que lleva impreso en su alma y que le mueve poderosamente a buscar su relación filial con Dios. Relación que emerge de la verdad y vida de  que con tanto amor escucha y retiene. Por eso su experiencia de fe es un absurdo para aquellos que viven en la vaciedad de un culto al que le falta corazón.

Así pues, ya que está sumido en una absoluta indefensión, se acoge al Dios a quien ama y por quien se siente amado: «A ti, Señor, me acojo, ¡jamás quede yo avergonzado! ¡Por tu justicia, sálvame, libérame! ¡Date prisa, inclina tu oído hacia mí! ¡Sé tú mí roca de refugio, el alcázar donde me salve, pues mi roca y mi alcázar eres tú!».

Hay una señal inequívoca por la que percibimos que este hombre es realmente un hombre de Dios; y es que, a pesar de la persecución intolerable que está cayendo sobre él, a pesar de las angustias que colman en extremo su corazón y su alma, sus labios no cesan en una continua alabanza y gratitud hacia Dios. Es un hombre sabio porque considera que lo que recibe de Dios es inmensamente mayor que las ofensas que recibe por parte de los hombres. De ahí que su boca esté llena de alabanza y gratitud: «En el vientre materno ya me apoyaba en ti, y en el seno materno tú me sostenías... Llena está mi boca de tu alabanza y de tu esplendor todo el día».

Seguimos con el salmo y vemos, asombrados, que este hombre orante no se detiene simplemente en su continua alabanza a Dios sino que, más aún, siente la necesidad de anunciar, de transmitir a sus hermanos los amores y gracias que Dios siembra en su corazón: «Mi boca contará tu justicia, y todo el día tu salvación... Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones, oh Dios, hasta que describa tu brazo a la siguiente generación».

Es evidente que este israelita fiel es figura de Jesucristo. Él, voluntariamente carga sobre su alma y su cuerpo toda la lejanía que el hombre tiene para con Dios. Lejanía siempre encubierta por medio de cultos y manifestaciones religiosas simplemente exteriores y superficiales, que actúan como sedantes adormeciendo la auténtica vocación del hombre: ser en Dios.

Jesucristo es sistemáticamente rechazado por sacerdotes, escribas y fariseos, como vemos, por ejemplo, al final de la parábola de los dos hijos invitados a trabajar en la viña: «Los sumos sacerdotes y fariseos comprendieron que estaba refiriéndose a ellos y trataban de detenerle» (Mt 21,45-46). Y, efectivamente, lo detuvieron y lo encaminaron al Calvario.

Rechazado también y no creído hasta por sus mismos familiares: «Y le dijeron sus hermanos: Sal de aquí y vete a Judea para que también tus discípulos vean las obras que haces... Es que ni siquiera sus hermanos creían en Él» (Jn 7,3-5).

Abandonado incluso por sus propios discípulos al ser testigos de su fracaso y debilidad en el momento de la pasión (cf Mt 26,56). No hay duda que el primer seguimiento de los discípulos ante la llamada de Jesús, estaba marcado por el interés de llegar a ser alguien a su lado. Una vez que le detuvieron y, viendo que sus intereses se desvanecían, simplemente, le abandonaron.

Por último, cuando Pilato puso a Jesús en el platillo de la balanza juntamente con Barrabás, todo el pueblo, a una sola voz, inclinó la balanza a favor de Barrabás al grito de ¡Crucifícale! (cf Lc 23,21).

Jesús lleva a su plenitud la experiencia de rechazo del salmista. Aun así, no dejará de alabar y bendecir a su Padre. Muere en manos de los hombres para que estos puedan ser en Dios.