sábado, 31 de marzo de 2018

Pastores según mi corazón.- XL.- Hijos de la Sabiduría

Hijos de la Sabiduría

Israel tiene conciencia de que Dios es tan trascendente, tan inalcanzable que no podemos tener acceso a su Sabiduría si Él mismo no nos la infunde. Es en esta línea que le escuchamos prometer a Israel, por medio del profeta Oseas: “Le llevaré al desierto y hablaré a su corazón” (Os 2,16). En una palabra, sólo tenemos acceso a la Sabiduría de Dios si Él la pone a nuestra disposición. A este respecto podemos fijar nuestros ojos –también nuestros oídos- en el siguiente texto de Baruc: “¿Quién ha encontrado su mansión (la de la Sabiduría), quién ha entrado en sus tesoros?” (Ba 3,15). Pregunta aparentemente sin respuesta que nos recuerda este otro texto de Isaías dando a entender la imposibilidad del hombre de estar junto a Dios: “¿Quién de nosotros podrá habitar con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros podrá habitar con las llamas eternas? (Is 33,14b).
Tan trascendente es, pues, Dios como su Sabiduría. Mal panorama se presenta a toda la humanidad si nuestra experiencia de Dios está tejida a partir de nuestros deseos, anhelos, fantasías, elevaciones religiosas, etc. Sí, pobres de nosotros porque, zarandeados por todos estos movimientos que, además, se entremezclan entre sí, no nos quedaría otra que ser una pobre barca sujeta al capricho y vaivén de las olas.
La buena noticia es que el Dios trascendente e inalcanzable se encarnó, se puso a nuestro alcance, sometió el tremendo oleaje que hacía de la barca de nuestra vida lo que quería (Mc 4,39…), al tiempo que puso a nuestra disposición su también inalcanzable Sabiduría con sus tesoros, aquellos a los que aludía el texto de Baruc. Consciente de este incalculable don recibido, Pablo llamará al Señor Jesús “Sabiduría de Dios” (1Co 1,24).
¿Cómo podremos encontrar la mansión de la Sabiduría y tener acceso a sus tesoros?        -nos decía en voz alta Baruc-. ¿Cómo hacerla nuestra una vez encontrada? La buena noticia es que la Sabiduría es como el Emmanuel: ¡está entre nosotros! La pregunta tiene una muy fácil y diáfana respuesta: la Sabiduría se escoge, o mejor dicho, tenemos la posibilidad de escogerla pero sólo desde la  libertad del corazón.
Me explico. Sólo un corazón que se deja deslumbrar por la Sabiduría está en condiciones de escoger con acierto. Digo con acierto porque también los pequeños dioses llamados dinero, poder, prestigio, glorias y vanidades, tienen su luz deslumbrante. Es pequeña, sí, realmente pequeña, pero si el corazón no ha crecido lo suficiente se abraza a lo que es tan raquítico como él, por lo que estos dioses con sus luces ínfimas son capaces de deslumbrarle y seducirle.
Lo dicho, es necesario escoger y con libertad. Sin ésta no hay elección sino determinismo, imposición. El paso para descargarnos de todo deslumbramiento impuesto por lo que uno ve solamente con sus ojos y puede tocar con sus manos, se da cuando cruzamos el umbral que nos conduce a la Sabiduría, la de Dios, la que nos abre a su Misterio. Conforme vamos entrando en él, la experiencia liberadora que nos es dado hacer es la de que ¡no nos sentimos extraños ante la infinitud del Misterio! Dios se nos va revelando dentro de nosotros. Ahora ya podemos escoger la Luz que siempre, aun sin saberlo, hemos anhelado; Luz que ilumina, da calor y guía nuestro corazón y nuestros pasos en esta nueva existencia a la que nos hemos abierto.
Dicho esto, la evidencia se impone: ¡el que sabe escoger, encuentra! Jesús lo dice de esta forma: “El que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Lc 11,10). Jesús está invitando al hombre a discernir qué es lo que realmente quiere, porque de su querer nacerá su buscar y llamar, hasta encontrar lo que verdaderamente da descanso: su Sabiduría: el Rostro Invisible de Dios, su Presencia. Dios, sin dejar de ser trascendente, se hace un lugar en el interior del hombre. En otras palabras, el Transcendente se hace Inmanente a la persona y, por increíble que parezca, es entonces cuando ¡la Palabra sabe a Dios! Nadie sabe explicar esto si no el que lo saborea, y aun así, nunca encontrará las palabras adecuadas.

Una búsqueda determinante
La Escritura pone en boca de Salomón un elogio acerca de la Sabiduría que, si nos fijamos bien, todos estaremos de acuerdo en que no pudo salir de él sino del Espíritu Santo; él se lo inspiró para legarlo como don de Dios a todos sus buscadores: “Yo la amé y la pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza… Pensando esto conmigo mismo y considerando en mi corazón que se encuentra la inmortalidad en emparentar con la Sabiduría, en su amistad un placer bueno, en los trabajos de sus manos inagotables riquezas, prudencia en cultivar su trato y prestigio en conversar con ella, por todos los medios buscaba la manera de hacerla mía” (Sb 8,2… y 17-18).
Hemos leído bien: “Por todos los medios buscaba la manera de hacerla mía”. He ahí la clave irrenunciable para encontrar la Sabiduría y, con ella, sus tesoros ocultos. Se busca con corazón sincero; apenas empieza a saborearla, la preferencia del corazón la encumbra por encima de tronos y riquezas: “Por eso pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de Sabiduría. Y la preferí a cetros y tronos y en nada tuve a la riqueza en comparación de ella” (Sb 7,7-8). Estamos hablando de una elección provocada por el gusto, la preferencia y el deseo. Estos tres presupuestos engrandecen hasta el infinito la calidad de la búsqueda, también la del buscador; normal que Dios se abra a quien así le busca. Fijémonos a este respecto lo que el autor del libro de los Proverbios pone en la boca de Dios personificado en su Sabiduría: “Yo amo a los que me aman, y los que me buscan me encontrarán. Conmigo están la riqueza y la gloria, la fortuna sólida y la justicia. Mejor es mi fruto que el oro, que el oro puro, y mi renta mejor que la plata acrisolada” (Pr 8,17-19).
A estas alturas creo que tenemos suficientes datos para comprender que la elección de la Sabiduría, en realidad la elección del mismo Dios, no tiene que ver nada con una especie de renuncia ascética, el sacrificio por el sacrificio, la negación por la negación, como si tuvieran valor por sí mismos. Además, el hombre que piensa así, con tal estrechez de corazón y  mente, lleva adherido a su ser una auténtica bomba de relojería que termina por estallar, desmoronando su equilibrio psíquico. En definitiva, llegamos a Dios no por renuncias sino por elección.
La Escritura habla de una elección sumamente ventajosa no sólo pensando en el cielo, sino también mientras vivimos en la tierra; es ventajosa, es, utilizando el lenguaje normal del mundo de las finanzas: “el mejor negocio” en el que nos podemos embarcar. La Sabiduría lo es todo para el que a todo aspira, y la encuentra el que la busca y la rebusca, como dice el autor del libro de los Proverbios: “…Si la buscas como la plata y como un tesoro la rebuscas” (Pr 2,4).
Hemos recogido algunos textos de los libros de la Sabiduría y los Proverbios con el fin de ofrecer signos distintivos que caracterizan al verdadero buscador de Dios, de su Sabiduría. A través de estos textos se nos ha diseñado la personalidad de quien la Escritura llama un sabio. Éste conoce la insatisfacción de todo lo que le rodea no porque sea nocivo, sino porque nada de ello está a la altura de su grandeza, la de su alma y corazón. Por ello decidió, escogió y buscó con toda su ser penetrar en el Misterio de Dios; aunque nos parezca una barbaridad, buscó a Dios y ¡se hizo con Él, sí, con el mismo Dios! Utopía y delirio, decimos todos incluido yo mismo; sin embargo, es el mismo Dios quien se ha puesto en nuestras manos en la persona de su Hijo.
Lo realmente bello de estos textos y tantísimos más que nos brinda el Antiguo Testamento es que se abren como promesa y profecía. Ya sabemos que todo el Antiguo Testamento alcanza su cumplimiento y plenitud en Jesucristo. Quizá no tengamos tan claro que estas promesas-profecías también alcanzan su plenitud en sus discípulos; es en ese contexto que Jesús da el toque final, el acabado perfecto de lo que es un sabio, lo definió con esta brevísima parábola: “El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende lo que tiene y compra el campo” (Mt 13,44).

El kairós: la ocasión de su vida
Fijémonos bien y dejémonos de banalidades y, sobre todo, de marear la perdiz; vayamos al grano. Este hombre de quien habla Jesucristo se desprendió de sus bienes no por ascesis, ni siquiera por altruismo que podrían ir implícitos en su gesto; tampoco porque haya llegado a una especie de nirvana que le ha hecho indiferente e impasible ante los bienes de este mundo, pasando así a una especie de fusión con el cosmos, sus energías, etc. Nuestro hombre es ajeno a todas estas praxis purificadoras, está simplemente realizando, como dije antes, el gran negocio de su vida. Tiene ante sus ojos la oportunidad de hacerse no con un tesoro, sino con el Tesoro por excelencia, y decide hacer una “transacción de bienes”; sabe que este tesoro conlleva la carta de ciudadanía para ser hijo de la Sabiduría que le preparará y enseñará a vivir y estar junto a Dios, de cuyo amor nunca dudará ya que esta elección ha sido propuesta por Él.
De la abundancia del corazón rebosa la boca, dice Jesús. Echamos mano de la analogía, y  afirmamos que de la abundancia del corazón de este hombre hablan sus hechos. Vende todos sus bienes para poder hacerse con el Tesoro eterno e inmortal. “Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón”, había dicho Jesús (Mt 6,21). Si el corazón de este hombre hubiera estado anclado, sometido a sus bienes, no hubiera tenido discernimiento para apropiarse del tesoro del que habla –en realidad lo ofrece- el Hijo de Dios.
La catequesis que encierra esta parábola de Jesús es impresionante; viene a decirnos que sólo estos hombres alcanzan la madurez en el discipulado porque son creíbles. Los verdaderos buscadores de Dios tienen un olfato espiritual increíble, y también un oído hipersensible para distinguir y reconocer entre los predicadores del Evangelio los que vomitan palabrería y los que anuncian la Palabra desde el corazón, en realidad la llevan sembrada en él.
Los buscadores de Dios reconocen instintivamente a estos pastores según su corazón, ven en ellos a los hijos de la Sabiduría, así los llama Jesús: “…La Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos”  (Lc 7,35).
Son creíbles y son fiables porque transparentan el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), por eso le siguen. Los que les escuchan saben muy bien que las palabras que llegan a sus oídos no son de los hombres, sino de su Señor y Maestro (Lc 10,16). Él, el Maestro, es quien les enseña a ser pastores, sus pastores según su corazón. De estos pastores, en cuyos labios se derrama la Sabiduría de Dios, hablarán los profetas de Israel. Recordemos la bellísima profecía de Malaquías, cumplida -como ya sabemos- en el Buen Pastor y sus pastores: “Los labios del sacerdote atesoran la Sabiduría, y en su boca se busca la Palabra; porque él es el enviado de Dios” (Ml 2,7).
Cómo no reconocer en el apóstol Pablo a uno de estos pastores esperanzadoramente profetizado por Malaquías. Oigámosle: “Que nos tengan los hombres por servidores de Jesucristo y administradores de los Misterios de Dios…” (1Co 4,1). No, no va Pablo a entregar su vida al servicio de sus ideas, sino por lo que realmente vale la pena: ¡Para partir el pan del Misterio de Dios a los hambrientos!
En su misión evangelizadora pronto se olvida que es doctor de la Ley; no echa mano de técnicas pedagógicas, recursos, o bien oratorias cursis para captar la atención de sus oyentes. Le basta y le sobra con la fuerza y sabiduría interior que fluye natural de su comunión con Jesucristo, una comunión que le lleva a estar crucificado con Él (Gá 2,19). Este es su aval ante los hombres a la hora de anunciar el Evangelio, el aval de la comunión perfecta. Es por ello que siendo el Evangelio  de su Señor, también lo es suyo por apropiación, de ahí que pueda hacer referencia a “mi Evangelio”. “A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio…” (Rm 16,25). De ahí la fuerza de su predicación, la consistencia cautivadora que irradiaban sus palabras. Pablo hará constancia a los de Tesalónica de la fuerza persuasiva de su predicación. “…Ya que os he predicado nuestro Evangelio no sólo con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo, con plena persuasión…” (1Ts 1,5).
Pastores según el corazón de Dios, pastores según el Emmanuel, según su relación con el Padre, según su libertad interior, según su sabiduría ante los bienes de este mundo, según su amor incondicional a los hombres, según su entrega, y no con lamentos sino con el canto victorioso de los que poseen la Vida… Por eso la pueden dar y la dan en su pastoreo, lo más parecido al de su Maestro y Señor. Estos son los pastores que el mundo necesita y busca.

viernes, 30 de marzo de 2018

¿QUIEN ERES SEÑOR? Hch 9,5 Domingo de Pascua Mc 16,1-8

Señor y dador de Vida

Jesús fue sepultado el Viernes y al amanecer, tres mujeres encabezadas por María Magdalena desafían la tristeza y el escepticismo de los Apóstoles. Se encaminan al sepulcro para embalsamar su cuerpo que por cierto ya había sido embalsamado al morir (Jn 19,39..). Probablemente estas mujeres albergaban la esperanza de que la proclamación de Jesús: "Al tercer día resucitaré,"  fuese la gran Verdad.Tenian clavado en su alma el drama del Calvario, pero también sus Palabras. Solo poniéndose en camino, podrían saber quién tenía la última palabra, si Jesús o la muerte. Saben que una enorme piedra les impedirá asomarse al sepulcro..no les importa, los amigos de Dios son expertos en locuras como ésta. Sabemos que sus ojos vieron que Jesús era la Vida, que sus palabras se habían cumplido, ¡había vencido a la muerte!. La Buena Noticia no termina ahí, si su Señor había vencido a la muerte, ellas también. Esto es la fe, ponerse en camino con mil dudas y enormes piedras que pretenden bloquear nuestros pasos. Nada de esto arredra a los amantes, al final encuentran a Jesús, no muerto sino Vivo y dador de Vida.

(P.Antonio Pavía)
comunidadmariamadreapostoles.com

miércoles, 28 de marzo de 2018

Salmo 3.- Clamor matinal del justo perseguido



Salmo de David. Cuando huía de su hijo Absalón. 

Señor, ¡qué numerosos son mis adversarios, cuántos los que se levantan contra mí! ¡Cuántos son los que dicen de mí: "Dios ya no quiere salvarlo"!

Pero tú eres mi escudo protector y mi gloria, tú mantienes erguida mi cabeza. 
Invoco al Señor en alta voz y él me responde desde su santa Montaña. 

Yo me acuesto y me duermo, y me despierto tranquilo porque el Señor me sostiene. 
No temo a la multitud innumerable, 
apostada contra mí por todas partes. 

¡Levántate, Señor! ¡Sálvame, Dios mío! 
Tú golpeas en la mejilla a mis enemigos 
y rompes los dientes de los malvados. 
En ti, Señor, está la salvación, y tu bendición sobre tu pueblo!


Tú eres Señor, mi escudo protector

En este Salmo oímos al justo, agobiado por la presión de los que le rodean.
El salmista nos habla de un hombre fiel, del que sus enemigos dicen: «Dios nunca va a salvarlo».

Esta figura nos traslada al mismo  Jesucristo.
De hecho, cuando Israel da muerte al Mesías, piensa que lo hace en nombre de Yavé. No hay ninguna injusticia en condenar a Jesucristo, ya que ha dado muestras evidentes de culpabilidad, al pasar por alto la ley y el precepto, al desmitificar el Templo de Jerusalén y al desautorizar a los dirigentes y pastores del pueblo con su predicación.

Pero Jesucristo ve más allá del pecado de su pueblo, y cruza sus ojos con la mirada de su Padre: «Él me responde desde su santo Monte». 
Sus ojos sobrepasan el mal que le rodea y oye una respuesta a sus sufrimientos desde la única boca de donde le puede venir. Es tal la comunión que tiene con su Padre, que le gritará en un postrero esfuerzo de su garganta: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». 

Dios vence así, en su propio Hijo crucificado, al mal en todas sus dimensiones y nos regala esta victoria que es la que nos garantiza que podamos decir junto con Jesucristo: «Puedo acostarme y dormir y despertar, pues el Señor me sostiene». Efectivamente, Jesucristo se acuesta en el lecho de la Cruz y se duerme sobre ella y tiene conciencia de que Aquel que con su Palabra sostiene y mantiene firmes cielos y tierra, poderoso es para romper las ataduras de la muerte e introducirle en su presencia.

Termina este Salmo con: «De ti viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo». Y es así, en la resurrección de Jesucristo fuimos bendecidos y liberados del pecado original todos los hombres.

(Por el P. Antonio Pavía)

.

ALMA Y CUERPO, DOS CAMINOS INSEPARABLES

Al principio creó Dios el Cielo y la Tierra y cuanto hay en ella. Es muy bello el versículo 2 del libro del Génesis,  donde cita textualmente:”…entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente…” (Gen 2,7). Es decir, por medio del Espíritu de Dios, el hombre queda anegado de un alma semejante a Él. Es decir, de un alma inmortal.
El hombre, su ser “persona”, está inseparablemente formado por alma y cuerpo, como sabemos; de tal forma, que si se separan la persona muere. Por ello es necesario alimentar y cuidar de nuestro cuerpo, como donación de Dios que es. 
El problema es esa situación del hombre que ni tan siquiera se preocupa de su alma. Vive para el placer. Es lo que denominamos “hedonismo”. Sabe que tiene un principio vital, y eso del alma…¡historias de la Iglesia!.
Volvemos al principio: si no se alimenta el cuerpo, sabemos todos que la persona muere. Y sin embargo, si no se alimenta el alma, la persona no muere. ¡Craso error!
El alma inmortal, muere a causa del pecado. Nos lo dice Jesús: “…Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed, más bien, al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehena…” (Mt 10, 28)
La frase hay que mirarla con cuidado, con lupa. Se pasa del plural, - los que matan el cuerpo-, al singularel que puede llevar a la perdición-. Se está refiriendo Jesús al enemigo del alma: Satanás. O dicho de otra forma, nuestra alma sigue siendo inmortal, no muere, pero puede llegar a la perdición: el infierno, bajo el poder del Maligno. Hay un ser malvado, que sin poder matar el alma, la puede llevar a su perdición.
Pero, ¿alimentamos el alma? O ¿cómo se alimenta el alma? Podríamos pensar que,  como es inmortal, no necesita alimento.
El alimento del alma es Dios: “…el que come mi carne, y bebe mi Sangre tiene Vida en Mí,- Vida Eterna -, y Yo le resucitaré el último día…” (Jn 6. 54)
“…En verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el Pan del Cielo; es mi Padre el que os da el verdadero Pan del Cielo…” (Jn 6, 32-34)
Todo el Capítulo 6 de Juan explicita enormemente el alimento del alma que es Jesucristo. Y así, adelanta Jesús el Misterio de la Eucaristía, donde está realmente presente en Cuerpo y Alma. 
Pero, además, Jesús está presente en la Palabra que es el Evangelio. El Evangelio no es únicamente un libro. Es el mismo Jesucristo, como nos lo dice el apóstol Juan en el prólogo de su Evangelio: “…En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios…”
Con la Palabra, la Eucaristía, los Sacramentos, en comunidad con la Iglesia Católica, alimentamos nuestra alma, y Él nos resucitará el último día. Dios es fiel, es decir, cumple sus Palabras.
En el episodio de la Samaritana, Jesús les dice a sus apóstoles: “…Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis; mi alimento es hacer la Voluntad de mi Padre…” (Jn 4,32)
Pues si no habíamos caído en la cuenta que necesitamos alimentar nuestra alma cada día, meditemos a la Luz del Evangelio, ¡qué vamos a comer hoy!
Alabado sea Jesucristo

(Tomás Cremades)



lunes, 26 de marzo de 2018

POEMAS II.- EN ESTOS DÍAS DE SEMANA SANTA

Es cierta esta afirmación: Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará;      2 Tm 2; 11.12

En estos días de Semana Santa
En estos días de Semana Santa, desde la Cruz, Cristo nos recuerda su sacrificio universal, para todos y por todos, pero también nos habla de una forma muy particular a cada uno, cuando dirigimos nuestros ojos a su cruz.
Nos dice que su recorrido, subiendo hacia el monte Calvario, lo repite muchas veces a lo largo de nuestra vida, transitando por los caminos de nuestro corazón, para terminar allí, donde es su destino, clavado en la cruz en el centro del corazón que busca a Dios.
Hasta allí se dirige para morir y resucitar en lo más profundo de nuestro ser: para morir por nuestras miserias y resucitar para nuestra salvación.
Y allí, dentro de nuestro corazón, se hace uno con nosotros a través de la  cruz de donde nacen raíces profundas que alcanzan todos los espacios que la oscuridad habita.
Raíces llenas de savia, de savia del mismo Dios.
(Por Olga Alonso)
 En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo! Gal 6; 14


Poemas II.-Entra en nuestro corazón

Entraste en Jerusalén sin esconderte, ante todos, mostrando, frente a aquellas personas que te aclamaban, tus intenciones, sin estratagemas, sin engaños .
Así, con esa misma limpieza y esa pequeñez comienzas este día tratando de acceder a ese Jerusalén que es nuestro corazón,  para ser allí,  donde levantamos nuestros altares,  el lugar en el que quieres morir y resucitar.
Por eso tu muerte en el madero es para cada uno de nosotros una llamada a nuestra puerta, a la de nuestro corazón, para culminar la razón por la que viniste a este mundo .
Una llamada a nuestro Jerusalén interior para que abramos y te dejemos paso entre las piezas que sostienen nuestra vida.
Para que te permitamos subir al Calvario, a ese calvario interno que cada uno tenemos en el interior.
Hasta allí llegas para llenar de vida lo que estaba muerto.
En este domingo en que acudimos a que tu agua impregne de bendiciones nuestro Ramos ponemos en tus manos nuestro corazón para que lo alcance esa bendición que es tu Palabra.

Este corazón nuestro que tanto necesita de. Tí y que se dispone a abrir la puerta para dejarte entrar en  humildad como lo hizo Jerusalén  y acoger en nuestro interior tu muerte que es la nuestra y despertar contigo así a tu Resurrección.

(Olga Alonso)


Sión, monte Dios


"Dad la vuelta en torno a Sión contando sus torreones, prestad atención a sus murallas. Observad sus palacios." (Salmo 47,13-14)

Dar la vuelta alrededor de la Cruz de nuestro Señor, es ver todo lo que hace por mí, cómo me enseña que después del viernes de pasión llega el domingo de resurrección. Él tenía que pasar toda la pasión para que tengamos esperanza y certeza de que también los que creemos en Él tengamos nuestro día de resurrección.
Miremos también sus torreones ... sus Santos, los que conocemos: San Francisco, Santa Teresa, los apóstoles..  el Señor les infundió una fuerza capaz de hacer lo imposible para una persona.
Confiemos en el Señor; Él hará lo que a nosotros nos parece imposible... en realidad, irá cambiando nuestra vida como el alfarero va perfecionando su vasija ... poco a poco ...porque si la fuerza se rompe... 
Dejémonos moldear. Unos seremos vasijas corrientes... otros obras de arte como los Santos, pero todos necesarios. 
¡Este es nuestro Dios!

 AMÉN

(Carmen Pérez)

viernes, 23 de marzo de 2018

Pastores según mi corazón.- XXXIX.- Sin dioses extraños

El libro del Deuteronomio, que describe con una belleza incomparable la relación entre Dios y su pueblo, nos ofrece en el capítulo 32 una auténtica joya literaria que refleja la inmensidad de la ternura de Dios con el hombre. Sí, porque todos nos sabemos y sentimos escogidos por Dios en este Israel que, sobreponiéndose a su debilidad moral, se deja elegir, amar y cuidar por Él. Hablo de joya literaria porque en el texto que veremos a continuación  abundan los toques poéticos y místicos. Diríamos que el autor, movido por una especial intuición del Espíritu Santo, se explayó en la ética divina de la liberación de Israel. Al mismo tiempo hablamos de una proclamación de fe que nos parece fundamental para todos aquellos que son llamados por el Señor Jesús a pastorear al nuevo Israel, la Iglesia extendida por el mundo entero. “Como un águila incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así Él despliega sus alas, le recoge y le lleva sobre su plumaje. Sólo Dios le guía a su destino, con él ningún Dios extraño” (Dt 32,11-12).
Es proclamación y es también declaración de intenciones. Ha sido Dios quien, por medio de Moisés, ha conducido y protegido al pueblo a lo largo del desierto. Israel no ha necesitado ayuda de dioses extraños. Yahveh quiso sembrar en el corazón de los israelitas una experiencia llamémosla eterna, es decir, que no se diluya ni devalúe con el paso de los años. Israel lleva grabado a fuego en su alma que fue Dios y solamente Él quien se acercó a ellos, les llamó, les liberó del poder de sus enemigos y les pastoreó en el desierto; es por ello que solamente a Él y no a dioses extraños le tributarán el culto de adoración y alabanza. Lo harán no por miedo ni obligación, sino porque han visto con sus propios ojos la impotencia de los dioses extraños. En definitiva, tiene una historia de Salvación y Presencia lo suficientemente veraz como para adorar a su Dios “con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas” (Dt 6,4-5).
Así, “sin dioses extraños”, es como vemos a Jesús a lo largo de su misión. Quizá esto nos parezca algo insustancial por su obviedad, pero tengamos en cuenta que  Él mismo quiso ser probado por el Tentador, quien, a su manera, se ofreció a acompañarle en su misión. Recordemos la última de las tres tentaciones: “Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: Todo esto te daré si postrándote me adoras. Dícele entonces Jesús: Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto” (Mt 4,8-10).
Así pues, Satanás ofrece a Jesucristo su reino, su poder, la gloria del mundo entero. Pone en sus manos la matriz de donde emergen todos los dioses extraños; dioses que atentan directamente contra la obra por excelencia del Creador: el hombre. Efectivamente, del amor al mundo y a su gloria nacen todas esas necesidades engañosas que, por muy retorcidos vericuetos que hagamos, tienen un solo nombre: el dios dinero; y con él, la gloria humana, el poder, no importa a qué precio, el escalar a ninguna parte porque a ningún espacio de Dios conduce. El hecho es que los dioses extraños, que no es necesario que nos seduzcan puesto que nosotros mismos los fabricamos, producen lo que el salmista llama “la vanidad del alma” (Sl 24,4b).

Se adora desde la verdad
En este tipo y calidad de gloria es tentado el Hijo de Dios. Toda esta mentira de muerte que Satanás coloca seductoramente ante sus ojos es sesgada de raíz ante una sola palabra del Señor Jesús: Adoración. Se adora a quien es y a quien da la vida, al Dios vivo. Ante esta respuesta, Satanás se queda sin argumentos. Con esto entendemos que las semillas de muerte ofrecidas por el Tentador nunca podrán cuajar en aquellos que a toda costa quieren vivir. Por eso he dicho antes que la victoria frente a los dioses extraños ofrecidos por el Tentador, es sobre todo cuestión de tener las cosas claras: si uno quiere ser hijo del que da la vida o del que mata; y tener las cosas claras es de sabios. Jesús respondió a Satanás con la Verdad y Sabiduría de Dios; sus discípulos, porque son sabios, también.
El Hijo de Dios encontrará en los pastores de su propio pueblo, el elegido de Dios, una desviación que les impide pastorear a sus ovejas según la Verdad y Sabiduría. Es desviación y también perversión, y consiste en que van detrás de la gloria de los hombres. Imposible entonces el amor a Dios y a sus ovejas. El que busca su propia gloria, no ama a nadie, ni siquiera a sí mismo. Y sin este amor según la Verdad, ¿a quién podrán pastorear, a quién podrán sanar si ellos mismos están profundamente enfermos? Oigamos a Jesús: “La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios… ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?” (Jn 5,41-44).
Jesucristo es libre, radicalmente libre. Lo fue ante Satanás en el desierto y lo fue a lo largo de su misión; la fuerza de su libertad radica -como lo acabamos de leer- en que no está por la labor de recibir gloria de parte de los hombres, sino de Dios. Desde esta su libertad, digamos infinita igual que su amor, está en condiciones de decir a su Padre justamente en el pórtico de su pasión: “Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes de que el mundo fuese” (Jn 17,4-5).
Adivinamos lo que Jesús tendría en su corazón: Padre, he pastoreado a mis ovejas, al mundo entero, buscando sólo tu gloria. Al igual que el águila –por cierto, imagen tuya- que llevó a Israel por el desierto a la tierra prometida, yo también he llevado, llevo y llevaré a los míos, y por medio de ellos al mundo entero, al buen puerto que eres tú. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti y ¡no te olvides nunca de mis discípulos! Quiero que también ellos estén un día conmigo y contigo (Jn 17,24).
No, no hubo dioses extraños con el Hijo de Dios en su misión mesiánica. Aunque parezca redundancia, al no haber dioses extraños en Él, tampoco salieron de su boca “voces extrañas”. En realidad sólo salió la Voz, la que su Padre proclamó una y otra vez para que Israel se volviera a Él: “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (Sl 95,7b-8).
Dios y dioses extraños; Voz y voces ajenas. Hablamos ahora de los pastores, los que siguen la estela trazada por el Buen Pastor, el que renunció a la gloria limitada y escogió la Eterna, la Inmortal, la que le ofrecía su Padre. Para el Buen Pastor, la Voz y Dios fueron los mismos; de la misma forma que fueron también los mismos los dioses y sus voces. Nada hay tanto que identifique a los pastores según el corazón del Señor Jesús que compartir con Él el mismo Dios y la misma Voz. Tienen las manos limpias de voces y dioses extraños.

Preciosos a los ojos de Dios
Estos pastores tienen bastante, mejor dicho, Todo, con Dios; no necesitan aplausos, ni adulaciones, ni prebendas, nada extraño a su pastoreo según Dios que gangrenaría su misión, tiene muy claro que toda ambición humana debilitaría su amor a Dios y a los hombres hasta reducirlo al ridículo, el ridículo de hablar sin decir nada. Tienen pánico al dinero sucio, al que está manchado no sólo por las injusticias, sino por el que llega a sus manos utilizando artes que rayan en el fraude. Un pastor según el corazón de Dios sabe perfectamente que Aquel que le llamó cuidará de él, le proveerá de todo lo necesario para su misión, incluyendo en ésta sus medios para vivir.
Libres de dioses extraños, emergen como seres infinitamente libres ante los hombres, no se venden a nadie; han puesto en las manos de su Señor todos los avatares de su existencia. Por ser libres, lo son hasta para volar; me refiero a que también ellos son como águilas que con sus brazos abiertos, al igual que su Maestro el Crucificado, se convierten en hogares que acogen  a los que están cansados y sobrecargados (Mt 11,28).
Estos pastores dan a los hombres una razón para vivir: ¡ellos mismos! Sí, ellos mismos en cuanto rescatados, perdonados y amados entrañablemente por el Hijo de Dios, se convierten para sus hermanos en altavoces que proclaman que la vida en manos de Dios es preciosa; Él mismo dirá: “¡Eres precioso a mis ojos!” (Is 43,4). ¡He ahí la razón para vivir que proclaman estos pastores!
Así, sin dioses extraños ni ajenos, llevan a sus ovejas a la “Fuente de la Vida” (Sl 36,10), a su  Padre, que nunca dejó de sostenerlos y amarlos. Así, sin dioses extraños, es como quieren que sean sus ovejas. Por otra parte, los verdaderos buscadores de Dios, de su Verdad, Sabiduría y Libertad, saben sortear con elegancia a los que, dándose de pastores, les reconocen como dependientes de otros dioses: dinero, poder, gloria humana y, por supuesto, la falsa sabiduría…, la única diosa de los incautos.
No quiero decir con esto que los pastores según el corazón del Buen Pastor han de ser intachables, sin debilidades, nada de eso. Una cosa es ser débiles y otra es estar vendidos a los dioses extraños, los de este mundo; y eso los verdaderos buscadores de Dios lo entienden muy bien, tanto que distinguen entre unos y otros. Siguen a los que se saben débiles pero al mismo tiempo son honestos con Dios y con sus ovejas. Son débiles pero no sometidos a la gloria del mundo, a toda gloria que no sea la de Dios.
Ejemplo de pastor débil, mas inmensamente honesto, lo tenemos en Pablo. Fiel a su Señor, a la misión que le ha confiado, se desgasta por ella; todo le parece poco a la hora de hacer llegar el Evangelio de Jesús. Se desgasta de ciudad en ciudad a lo largo de todo el imperio romano, para poder ofrecer a todo hombre que lo desee el tesoro de la gracia de Dios y su salvación. Tesoro que tiene un nombre: Evangelio.
Pablo sabe por la vocación que ha recibido, que se debe a los hombres, a todos ellos pero desde Dios. Por ello y para que el servicio de la más excelente caridad sea válido y eficaz, huirá como de la peste de todo atisbo de adulación, ni siquiera le interesa caer bien. Su misión es extraña a agradar a nadie si ello lleva consigo desvirtuar su predicación, extraer de ella la fuerza de Dios que lleva implícita el Evangelio: “Pues no me avergüenzo del Evangelio que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree…” (Rm 1,16).
 Sabe perfectamente que si cae en los lazos de la lisonja, gloria y lo peor de todo, de la codicia, sería un impostor, el hazmerreír del mundo entero justamente por eso, por ser un impostor. Sabe también que sólo a causa de su fidelidad al Evangelio es considerado apto por Dios para pastorear. “…Así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones. Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, Dios es testigo, ni buscando gloria humana, ni de vosotros ni de nadie” (1Ts 2,4-6).

jueves, 22 de marzo de 2018

LA MISA, UNA CITA CON DIOS

Todos hemos tenido a lo largo de la vida, una o varias citas importantes: con amigos, familiares, conocidos…Hemos tenido citas con nuestros jefes en el trabajo, citas agradables, citas de compromiso…citas para alternar ante un acontecimiento importante…Tuvimos nuestra primera cita de amor… Hagamos un poco de memoria, y pensemos en aquella cita que marcó nuestra vida; podría ser una cita con alguien  para cerrar un negocio importante, muy importante. Centrémonos en ella. 
Para acudir a esa cita planeamos todo desde el principio: Buscamos el mejor traje, la corbata apropiada al acto, zapatos recién limpios, el pelo muy arreglado, afeitados o perfumados, según nuestra condición sexual.
Y empezamos a imaginar cómo causaríamos la mejor impresión: Seríamos agradables en el saludo, sin resultar desproporcionados; continuaríamos con una alabanza, habiéndonos informado previamente de los éxitos o logros de la persona o empresa que nos contrata, considerando las bondades adquiridas, y agradeciendo el que se hubieran fijado en nosotros.
Dejaríamos hablar al interlocutor, escucharíamos con interés sus palabras, intercambiando opiniones al respecto del asunto que se trataba. Muy probablemente cerraríamos el trato en un lugar tranquilo donde conversar, en una comida muy especial, intercambiando regalos, según el gusto de la persona que nos recibe, o un recuerdo de nuestra ciudad…Terminaríamos dando las gracias por las atenciones recibidas y felicitándonos por el futuro próximo que se nos presenta para trabajar en común.
Así es la celebración de la Misa, salvando la enorme, infinita diferencia, entre ambas situaciones. En la Misa nuestro interlocutor es DIOS. Él nos ha citado. Por eso es importante ir adecuadamente vestidos, no con lujos, sino con dignidad, indicando con ello la importancia de la “entrevista” que vamos a tener. Por ejemplo no iríamos con “bermudas”, aunque haga calor, no llevaríamos ropa que produjera escándalo en el vestir…Nuestra preparación sería de llegar unos minutos antes de la hora marcada, para, en silencio prepararnos ante nuestro “Personaje..
En la Misa es igual: comenzamos con la Señal de la Cruz, que es como el saludo inicial que hacemos a Dios. Y, al ver la desproporción infinita entre Él y nosotros, nos sentimos doloridos del pecado de nuestra “falta de amor” a quien es AMOR. Le diríamos: Señor, no soy digno de que me llames, de que me recibas, pero te has fijado en mí, no por mis méritos, sino por tu Amor. Nuestro saludo es la Señal de la Cruz, recordando a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por eso el sacerdote nos invita, que en un minuto, pensemos en nuestras flaquezas, ante Dios, y le pidamos perdón.
Decíamos que alabamos al dueño de la casa con una alabanza, reconociendo sus méritos. Pues en la Misa hacemos igual: Cantamos el Gloria a Dios!! Y en este canto pedimos paz a los hombres a los que él ama. Y esta Paz, nos recordará Jesús, que Él no la da como la da el mundo (Jn 14,27). Nosotros alabamos, bendecimos, glorificamos y damos gracias a Dios, reconociéndole como el Rey del Cielo y de la Tierra. 
Escuchamos su Palabra, con las lecturas de la Celebración: primero con una lectura del Antiguo Testamento, que abre nuestro entendimiento, que nos prepara para la llegada de Jesús Salvador. Continúa con un Salmo de Alabanza, nuestro saludo al Dios de dioses y Señor de señores, reconociendo en Él a nuestro Creador. Si es domingo, el día del Señor, habrá una segunda lectura, donde ya se recuerda que la Palabra, que es Jesucristo, se ha hecho carne, y ha muerto por nuestra salvación, recogiendo en Sí mismo todos nuestros pecados. Si no es domingo, también Él nos cita. Por tanto es muy bueno acudir a su llamada. Nosotros contestamos: “Palabra de Dios, te alabamos Señor”
Continuamos el “diálogo” con la Palabra de Dios, por excelencia: El Santo Evangelio. El Evangelio no es solamente un libro. Es Dios mismo, Jesucristo Palabra del Padre. En él, nos habla de su vida, de su Amor, del motivo por el que se encarnó en un Hombre como nosotros.
Pero es un “diálogo”: Nosotros contestamostambién hablamos, contestando “Gloria a Ti, Señor Jesús”. Le reconocemos como nuestro Dios y Señor, palabra que en la Escritura sólo se refiere a Dios.
Pero hemos de dar crédito a lo que vamos a vivir; hemos de decir públicamente, que Él es nuestro Creador, Hijo Único de Dios, que ha nacido por Gracia del Espíritu Santo; que ha instituido una Iglesia donde todos los hermanos hemos de vivir con Él. Es el momento de entonar este Acto de Fe: es el canto del Credo.
Y comienza el banquete: la mesa está preparada: es el altar, donde se va a realizar el Memorial del sacrificio cruento de Jesucristo, aunque ahora la Sangre y la Carne de Jesús son resultado de la transubstanciación; y comienza el intercambio de regalos: nosotros traemos el pan y el vino, que son transformados en su Cuerpo y su Sangre. En este banquete Jesús nos da sus regalos: Él mismo es el Regalo. Su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. 
Nosotros también le damos los nuestros: Nuestros pecados, nuestras angustias, los trabajos de cada día, los sufrimientos…las traiciones, el desamor a los hermanos, nuestra falta de fe. Le traemos nuestra pequeñez, las miserias de nuestra alma, las incongruencias de nuestra vida, las velas que le ponemos, guardando siempre algo bajo la manga, porque no nos fiamos del todo… le llevamos el amor al dinero, el seguimiento a otros dioses, la idolatría del corazón… ¿sigo? ¡Hay más regalos!
Hay una proporción desmesurada, infinita entre ambos presentes. Pero es que los que llevamos nosotros Él nos los pidió:”…Venid a Mí los que estáis cansados y fatigados, que yo os aliviaré…”
El Señor no se conforma con estos regalos que Él nos da. Dice el Evangelio de Juan que “…nos amó hasta el extremo…” (Jn 13,1-15). Quiere ser uno con nosotros, entrar dentro de nosotros, hacerse Carne con nosotros. Es el momento de la Comunión de su Cuerpo y de su Sangre.

Llega el momento de trabajar juntos: Él lo ha dicho todo, ¿y yo?: Señor, conoces mis miserias, pero todas las has recogido Tú; me quieres como soy, sólo pides amor; yo no te veo, pero te siento en el amor que debo a mis hermanos, los que me acompañan todos los días, y los que no te conocen; a esas ovejas que Tú amas las tengo que atraer a ti, e invitarles a que te conozcan a tu Mesa, a tu CITA. Si se fijan en mis palabras no acudirán, porque verán mis incongruencias…que puedan ver en mí a otro Cristo.
El sacerdote, en Nombre de Jesucristo Dios, nos despide dándonos la bendición, nombrando a la Santísima Trinidad. Con una recomendación: “Podéis ir en paz”
La Misa ha terminado, pero quedan ocultas aquellas palabras en latín Ite, Misa est”, que el pueblo llano, desinformado, entendía: “marchaos, la Misa ha terminado”. Realmente lo que dicen estas, por breves, no menos bellas palabras: “sois enviados”, que es lo que significa el verbo acuñado en la palabra Misa. Somos enviados como testigos de la Pascua, del Paso del Señor, pues todos los días que se celebra la Eucaristía es “Pascua”, el paso de Dios. Enviados a comunicar a todos los hombres que la Salvación de Dios, revelada en el Antiguo Testamento a los Profetas, y anunciada y vivida por el último PROFETA JESUCRISTO, ha llegado a todos nosotros.
Con estos pensamientos la Misa, la CITA DE DIOS, es el momento más agradable del día.
La Misa no es únicamente una Cita con Dios. Se renueva el Misterio de la salvación del hombre, recordando como un Memorial, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, Hijo Único del PadreHoy he querido contemplar este Misterio desde la perspectiva de la cita con Dios.

Alabado sea Jesucristo

(Por Tomás Cremades)
(Texto inspirado en una Catequesis del P. Angel Espinosa de los Monteros)



miércoles, 21 de marzo de 2018

Poemas II. Tú que me has despertado de la muerte

En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. J 5;24
 TÚ QUE ME HAS DESPERTADO DE LA MUERTE

 Tú que me has despertado de la muerte
Tú que quisiste morir por mí sin saber siquiera si yo, después, sanada, me volvería hacia ti
Tú que, entonces, quisiste resucitarme de una muerte consumada como la de Lázaro
Tú, Señor, sigues viniendo cada día a resucitar todos los espacios muertos de mi alma, que se empeñan en volver a morir.
Si fuera por mí, pensaría que es inútil, que todo está perdido pero como conozco tu eterna paciencia, espero cada día esa venida tuya, esa voz diciéndome: “Desátate y levántate”.
Esa voz a la que espero desde la conciencia infinita de mi incapacidad.
Y ese anhelo de sentir otro espacio en mí alma conquistado, ganado para  ti.
¿Qué es Señor la vida, sino esta serie de batallas en las que Tú conquistas poco a poco nuestra alma y la asemejas a ti?
¿Qué es la vida contigo, sino este camino, buscado y deseado en el que, cada mañana, esperamos a ser por ti, un poco más resucitados?


Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar, y tocó mi boca y dijo: «He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado.» .Y percibí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra»? Dije: «Heme aquí: envíame.»" Is 25;6-8

(Por Olga Alonso)

viernes, 16 de marzo de 2018

DUC IN ALTUM (Rema mar adentro) (Lc 5, 1-11)

“…Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra, y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre…”
Nos situamos en los principios del apostolado de Jesús: sus primeras catequesis en Galilea. Ha anunciado su misión y envío en la Sinagoga, leyendo el texto de Isaías (Is 61, 1-2), cura a un endemoniado, y realiza los primeros milagros, curando a muchos enfermos, entre ellos a la suegra de Pedro. La gente se agolpaba alrededor del lago de Genesaret, y Él observa dos barcas que acaban de llegar a la orilla. Una es la de Pedro. Jesús solicita que le lleven un poco dentro del mar al objeto de tener una perspectiva más amplia para predicar, pues la gente se agolpaba para escucharle.
Sabemos que la “barca”, en el lenguaje de la Escritura, representa a la Iglesia. Llegan dos barcas, pero Él elige una: la de Pedro. Jesús empieza a perfilar su misión. Sin que nadie se de cuenta, ya está eligiendo la barca de Pedro, su Iglesia. Y llama la atención la exquisita solicitud del Maestro rogando a Pedro, que aún conservaba el nombre de Simón, para que le alejara un poco de tierra. Jesús se sienta, en toda su Majestad, anunciando con la predicación el Reino de Dios, que es Él mismo. 
La postura de “sentarse”, representa una actitud de, diríamos, posesión; es una actitud del que se “adueña” de la situación que vive en ese momento. Recordemos que más tarde, cuando llame a Mateo, éste se encontraba “sentado” a la mesa de los impuestos, es decir, era “un impuesto viviente”, sólo vivía para el dinero. Mateo era “dueño” de su propia gloria: los impuestos, el dinero…
Pues en esa actitud, de su propia Majestad, Jesús enseña al pueblo. Se produce una comunicación tal que están ambos, Jesús y el pueblo, en oración. Jesucristo nos enseña a rezar así, dejando por unos momentos, que olvidemos todo lo que nos rodea, que no pensemos de dónde hemos venido, lo que hemos hecho, o lo que hagamos después. En esos instantes, estamos con Él. Eso es orar.
Y continúa el Evangelio: “…cuando acabó de hablar, dijo a Simón: ·Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar…” Simón le respondió. “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada, pero por tu Palabra, echaré las redes” y, haciéndolo así pescaron gran cantidad de peces.
Jesús invita a “Remar mar adentro”. El mar en la Escritura es un lugar tenebroso, donde habita el Maligno, el Leviatán (Sal 104,26). Es donde hemos nosotros de entrar a predicar: a los alejados, a los tibios, a los que no conocen a Dios, o no quieren nada con Él…es el “mar adentro”, es el “Duc in Altum”, que significa ese “conducir hacia lo Alto”, hacia arriba.
Una vez que hemos orado, hemos de volver a nuestros quehaceres. Hay que volver a pescar, a faenar según nuestro propio trabajo.
Y Pedro cae de rodillas, lleno de temblor: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”. Es el primer acto de fe, al encontrase en presencia del Altísimo. Jesús contestó: “…No temas, desde hoy serás pescador de hombres”
Sabemos que, según la Tradición Apostólica, en el griego clásico la palabra “pez” se dice “Ichthys”, y los primeros cristianos formaban un acróstico con las palabras Iesous Theous Uios Sotes, esto es:Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador. El primero que “acuñó” este acróstico fue Clemente de Alejandría (150-215)
Un segundo acto de fe lo protagonizará mucho más tarde el apóstol Tomás. Cuando habiendo solicitado “palpar” con sus manos a Cristo resucitado, Éste se le presenta en carne mortal para dar crédito a su Resurrección. Tomás, de rodillas, como Pedro, dirá esa hermosa oración: “…Señor mío y Dios mío…”(Jn 20,28)
Alabado sea Jesucristo

(Por Tomás Cremades)

Confianza en el Señor

"Esperad, oráculo del Señor, el día en que yo me levante a acusar." (So 3,8-9)

Señor, qué gran confianza nos da, saber que serás Tú quien acuse ... ¡Ya lo has hecho! y que dijiste: "Perdónales no saben lo que hacen..." , esto me ayuda a volver a Tí, como el hijo pródigo, para que perdones todos mis pecados y me abraces .. con ese Amor tuyo que no tiene límite ... para que me pongas el vestido nuevo (que es cubrirme con tu Evangelio)... Y descansar en tus brazos de todas mis fatigas inútiles .

Este es nuestro Dios
Amén

(Por Carmen Pérez)

SIMBOLOGÍA DEL BIEN Y EL MAL: ABEL Y CAÍN

Desde que nuestros primeros padres, Adán y Eva, pecaron, el Mal y el Bien han estado presentes en la Humanidad a través de todos los tiempos. Con su pecado, el poder del Maligno sobre el hombre ha permanecido hasta el día de hoy, y hasta el fin de los tiempos.
El Libro del Génesis, inspirado por el Espíritu Santo, no sólo nos dice cómo y en qué circunstancias se produjo la desobediencia a Dios, personificando el Mal en forma de serpiente, sino que su descendencia, en sus hijos Caín y Abel, hereda y perpetúa su actuación a lo largo de todos los tiempos, como si de una maldición hacia el hombre se tratara.
Caín, el mayor de los hermanos, se dedica a las labores del campo, y Abel, el menor, al pastoreo del ganado de ovejas.
Nos lo relata así: “…Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún tiempo,- desde su nacimiento -, y Caín hizo a Yahvé una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahvé miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera, y se abatió su rostro….” (Gen 4,3-8)
Yahvé le dijo: “…Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar…”
Y aquí me detengo ante algo que sorprende: Yahvé-Dios, el Justo por antonomasia, aprecia los trabajos de Abel, y, sin embargo, no valora los de Caín. Desde el punto de vista humano, parece algo así como un capricho, una determinada predilección de Dios, carente de justicia. 
Pero no es así. Ya hemos comentado en varias ocasiones, que cuando la Escritura dice algo que sorprende a la lógica humana, hay que detenerse a meditar. Dios nos hace un “guiño”, nos da una señal, que no podemos pasar por alto: Caín hace una oblación, una entrega a Dios, de los frutos del “suelo”; no los frutos de la “tierra”, sino “del suelo”. El suelo, como oposición al Cielo. Es decir, le ofrece algo de valor miserable, los frutos propios del hombre que teme a Dios, pero que no le ama. Así son o pueden ser nuestros frutos cuando no están inmersos en el  amor a Dios. 
Abel, por el contrario, es “pastor de ovejas”. No es pastor del ganado, sino de “ovejas”. Y lo dice claramente. Este “de ovejas”, es fundamental: Dios está recibiendo el pastoreo de sus hijos, representando en las ovejas lo que tantas veces Jesucristo nos dirá: Yo Soy el Buen Pastor, cuido a mis ovejas, mis ovejas me conocen, escuchan mi voz… (Jn 10, 11)
Abel representa una imagen incipiente de lo que será Jesús nuestro Buen Pastor, que agrada al Padre. Ya desde sus inicios toda la Escritura va reflejando, en toda su plenitud, la Historia de la Salvación del hombre, representada por el anuncio, aun velado, de Jesucristo.
Y hay, a continuación, una imagen muy bonita, que tomará Pedro mucho tiempo después, del ataque del demonio al hombre: “…Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar…” (1P, 5-8)
Toda la Escritura está llena, desde el principio, de notas catequéticas, que hacen de ella un “puzle” maravilloso, adonde Dios nos invita a entrar, para escrutar su Palabra, su Mensaje, que es el mismo Jesucristo.
El Evangelio es la culminación, el “Broche de Oro”, de toda la Revelación del Padre, encarnada en su Hijo, Jesucristo. Vayamos, pues al Evangelio, donde Él está presente, como Palabra de Dios.

Alabado sea Jesucristo.

(Por Tomás Cremades)