Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve. Espera pacientemente a que demos el paso, nos acerquemos y le dejemos trabajar en nuestra alma, para darle vida cambiando nuestro corazón de piedra en un corazón de carne; y por su misericordia, si dejamos doblegar nuestra voluntad según su voluntad, a nosotros su rebaño, nos rescatará y conducirá a su santa morada (Salmo 118).
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