lunes, 29 de mayo de 2017

Trueque con Dios (por Tomás Cremades)

Meditando el Salmo 118, el más largo del Salterio, en sus versículos 145-152, encontramos una invocación inicial del salmista cuando dice: “Te invoco de todo corazón…”. Es curioso que siempre haya sido Dios el que ha solicitado la escucha del hombre. Nos dice el Shemá: “…Escucha, Israel, Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé; amarás a Yahvé con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas…” (Dt 6,4) Y, efectivamente, el salmista invoca a Dios con todo su corazón. Es más, le dice: “…Respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes, a Ti grito: ¡sálvame!, y cumpliré tus decretos…”

Y ahí es donde quería detenerme. Está en el sentimiento humano el premio o castigo del Señor por nuestras obras; la realidad es que Dios no castiga, somos nosotros los que, a causa de nuestros pecados, nos castigamos a nosotros mismos. Hasta ahí, la tradición religiosa de una religiosidad primaria, poco madura., pero necesaria en una primera etapa de conversión. Pero nos olvidamos de que es Dios mismo el que salva gratuitamente; después vendrá la etapa en que reconoceremos que, por causa de esta salvación, nosotros nos encontramos en la necesidad de reconocer su bondad y Misericordia, y actuamos.
Consideremos esta forma de actuar del hombre: “Si me consigues este trabajo, te encargo una Misa”; otra: “Si apruebo esta asignatura, estas oposiciones, etc, te pongo dos velas…”; más: “mi hija está enferma, si la sanas, voy de rodillas hasta el altar…” Es una sensación de “contrato” con Dios. “Si me haces esto que es bueno según mi criterio-no el tuyo-, te devuelvo el favor con algo que te guste: unas velas, una Misa, una oración…”. Es la religiosidad primaria que tiene mucho desconocimiento de Dios. Y así hemos sido durante mucho tiempo, y quizá ahora también. De ahí esa sensación de “trueque” con Dios. 
Si te ofreciera un holocausto no lo querrías. Mi sacrificio es un corazón quebrantado y humillado. Un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias…”nos recuerda David en el Salmo 50.
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí…”(Is 29,13)
Pero Jesucristo es más claro aún: “¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías cuando dijo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí…” (Is 29,13). En vano me rinden culto ya que enseñan doctrinas que son  preceptos de hombres” (Mt 15, 8-10), hablando a los fariseos que cargaban a los judíos con grandes cargas, mientras ellos sólo se ocupaban de aumentar el largo de sus “filacterias”, de sus vanidades. 
Y el hombre se revuelve si no consigue su petición. Sólo Dios sabe lo que nos conviene. A veces no sabemos pedir. Pedimos cosas terrenales que ya conoce el Señor. Pidamos mejor “sabiduría” para conocerle; aumentar nuestra fe; ver a Jesús en los hermanos necesitados, responder con valor pero sin violencia ante los ataques a Dios o a la Iglesia. Pidamos amar en lugar de ser amados.
No nos vendría mal recordar la bellísima oración de san Francisco en el llamado “Cántico de las criaturas”, que dejamos al lector para que lo medite.
Por eso necesitamos, como dice Ezequiel, que cambie nuestro corazón de piedra en uno de carne, capaz de amar en la medida de Él.
 
Alabado sea Jesucristo

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