El Espíritu Santo, ese Dios desconocido de muchos
Índice
1.-LA MISION DEL ESPIRITU SANTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
2.-EL ESPIRITU SANTO Y JESUS
3.-EL ESPIRITU SANTO Y LA IGLESIA
INTRODUCCION.- NOTA DEL AUTOR
El desarrollo de este trabajo comprende tres partes bien diferenciadas. Pero no por ello son incongruentes entre sí, sino que las tres forman parte de un todo, de tal manera que, el desarrollo del conjunto presenta una armonía: La inmensidad de Dios es tan grande, infinita, que fue preciso en su Sabiduría introducir al hombre poco a poco en el ámbito de la fe con el conocimiento paso a paso, y de ahí que se den tres etapas de conocimiento: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento con la llegada del Mesías, nuestro Señor, y lo que, podríamos llamar, el fruto final de este camino, con el depósito de la fe transmitida por la Tradición y la Iglesia.
Para la realización del mismo, el autor se ha inspirado en las clases que sobre el tema imparte la Universidad Católica de Ávila en la asignatura de Teología de la carrera de Ingenieros Industriales.
1.-LA MISION DEL ESPIRITU SANTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El Espíritu Santo es el “Gran Desconocido” de la Santísima Trinidad. Es el menos visible en la historia de la salvación. Pero Dios, en su inmensa Sabiduría, nos lo da a conocer de forma que pueda ser asimilada por el hombre, que nunca podrá comprender en su plenitud, pero que Él buscará los cauces y caminos para que se le llegue a conocer en la medida sólo prevista por Él.
El Antiguo Testamento comienza invitándonos al conocimiento del Espíritu como un soplo de su aliento. Y así, en el Libro del Génesis, primero del Pentateuco, en el capítulo (Gen1,2) nos comenta que dentro del caos existente en la Creación, el Espíritu de Dios “ aleteaba” sobre las aguas.
El profeta Ezequiel compara al pueblo de Israel como un campo de huesos (Ez 37), a los que por medio del “soplo” de Dios, le van creciendo carne, piel, músculos, nervios, que posteriormente recibirán el Espíritu. Y así, nos dice textualmente: “Así dice el Señor Yahveh: ven Espíritu de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos para que vivan” (Ez 37,10).
Si vamos a la enseñanza de los Salmos, podemos anunciar: “Por la Palabra de Yahveh fueron hechos los cielos, por el aliento de su Boca todos sus ejércitos” (Sal 36,6)
Y, por último, en el bellísimo Salmo 104, nos dice: “Si envías tu aliento, son creados y renueva la faz de la tierra” (Sal 104,30)
Progresando en la Escritura, el Espíritu de Dios se nos presenta como interviniente en la historia de Israel para protección y gobierno, incluso para su defensa. Lo vemos reflejado en el libro de los Jueces cuando nos dice: “El Espíritu de Yahvéh vino sobre él, fue juez de Israel y salió a la guerra”, (Jue 3, 10),refiriéndose a Otniel, Juez de Israel.
Igualmente el Espíritu de Yahveh vino sobre el juez Jefté en su lucha contra los amonitas, como nos lo recuerda el libro de los Jueces en su capítulo 11, versículo 29: “…El Espíritu de Yahvhe vino sobre Jefté, que recorrió Galaad, Manasés, y pasó por Mispé de Galaad donde los Amonitas…”
En la consagración de Saúl como rey de Israel, nos dice: “Te invadirá el Espíritu de Yahvéh, entrarás en trance con ellos y quedarás cambiado en otro hombre” (1 Sam 10,6-10) y En la victoria de Saúl, rey de Israel, contra los amonitas, al ver a su pueblo llorando, “le invadió el Espíritu de Dios, irritándose sobre manera” (1 Sam 11,6)
A veces el Espíritu se presenta como un “don permanente”, asegurando la fidelidad de una determinada misión. Y así encontramos en el libro del Génesis, cuando José, hijo de Jacob, es nombrado Primer Ministro por el faraón de Egipto, por la interpretación de los sueños: “¿Acaso se encontrará otro como éste que tenga el Espíritu de Dios? (Gen 41,38)
Hay un texto bellísimo en la salida del pueblo de Israel de Egipto, en lo que se refiere a las quejas contra Yahvhé; se han cansado de comer el maná, y añoran la comida que tenían aun estando esclavos; las quejas encienden “la ira “de Yahvhé y ardió contra ellos su fuego devorando una parte del campamento. Por eso se llamó a esa zona Taberá, porque había ardido el fuego de Yahvhé contra su pueblo. Y entonces interviene Moisés quejándose de la pesada carga que le ha encomendado, y diciéndole que se acuerde de su pueblo, el que Él ha dado a luz. Y Yahvhé, Dios Misericordioso, suscita setenta ancianos entre los escribas para ayudarlo. Y le dice: “...Yo bajaré -a la Tienda del Encuentro-, a hablar contigo; tomaré parte del Espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos para que lleven contigo la carga del pueblo…” (Num, 11, 14-25)
Más tarde, en el episodio de la inminente muerte de Moisés a la puerta de la tierra Prometida, Yahvhé suscita un nuevo Jefe para su Pueblo: Josué. Y lo elige con estas palabras: “…Toma a Josué, hijo de Num, hombre en quien está el Espíritu…” (Num 27,17-18)
Y siguiendo el camino del Antiguo Testamento, ya que el hombre es incapaz de volverse- convertirse- a Dios, Él suscita profetas que anuncien su Palabra. Los Profetas no personas que adivinan el futuro; esos son los mal llamados “adivinos”. Los Profetas anuncian la Verdad y la Omnipresencia de Dios, a los que se les ha enviado su Espíritu.
Y es Ezequiel el Profeta de los llamados “mayores”, junto a Isaías, Jeremías y Daniel, quien de forma esplendorosa traerá a los hombres de su tiempo y futuros, la idea del Espíritu de Yahvhé.
Comienza con la visión de la “gloria de Dios” que le dice: “…Levántate, “hijo de hombre” porque voy a hablarte. Cuando el Espíritu me habló entro en mí y me hizo permanecer en pie, y yo escuché al que me hablaba…” (Ez 3, 1-2)
Esta expresión de “hijo de hombre”, es una expresión mesiánica, recogida en la Escritura por primera vez en el libro de Daniel, capítulo 7; y nos está profetizando ya al Mesías. Y dice que cuando el Espíritu entró en él, permaneció “en pie”; es la postura del Resucitado, Jesús.
Continuando con Ezequiel, leemos más adelante la renovación de la promesa hecha por Dios, arrancando de los hombres el corazón de piedra para darles un corazón de carne. Y anuncia: “…Infundiré mi Espíritu en vosotros y haré que cumpláis mis preceptos (podemos traducir por Palabra), y que sigáis mis leyes…” (Ez 36, 24-28)
Siguiendo con los Profetas Mayores, Isaías nos anuncia proféticamente que el Mesías saldrá de la estirpe de David, a través de su padre Jesé: “…Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre Él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de de ciencia y temor del Señor…” (Is 11, 1-2)
El profeta Isaías comenta también: “…He aquí a mi Siervo a quien yo sostengo, mi Elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi Espíritu sobre Él: dictará ley a las naciones…” (Is 42, 1).
Es lo que se conoce como “El Canto primero del Siervo de Yahvhé”. Jesucristo es el auténtico y único “Siervo de Yahvhé” en quien Dios se complace. Así nos lo hace saber en el Bautismo de Jesús: “…Este es mi Hijo amado, en quien me complazco…” (Mt 3,17)
Más adelante, nuevamente Isaías anuncia con solemnidad: “…El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva (el Evangelio), a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos y proclamar un año de gracia del Señor…” (Is 61, 1-2)
Este texto es totalmente relevante, porque así comienza la predicación del Señor Jesús como nos recuerda el Evangelio de Lucas en su capítulo 4. (Lc 4, 14-22 a)
En definitiva, vemos que todo el antiguo Testamento, nos inicia en el comienzo de la Trinidad en la Persona del Espíritu Santo de Dios.
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