miércoles, 16 de mayo de 2018

¿QUIÉN PUEDE SUBIR AL MONTE DEL SEÑOR?


(Reflexiones iluminadas por el Salmo 23)
Hay muchos montes en la vida de los hombres; son montes donde habitan sus dioses, los que le oprimen, los que no le dejan ser felices con la felicidad que Dios quiere para ellos. La felicidad del hombre pasa demasiado pronto, y si no está puesta en la dirección de Dios, es “fatiga inútil”. Nos lo recuerda el Salmo (89,10): “…Pues aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, pasan presto y vuelan…”
Sólo hay un Monte donde preside y vive el Señor: es el Monte Calvario, el monte de la Salvación. Jesucristo, el Hijo del Padre se manifestó a los apóstoles en la teofanía (manifestación) del Monte Tabor. Pedro, como tantas veces portavoz y estandarte de los discípulos del Señor, ya no quería marchar de allí, después de haber visto la Gloria de Dios. Pero nos recuerda el apóstol Lucas que:”…no sabía lo que decía…” (Lc 9,28)
Y no sabía lo que decía, porque quería quedarse con el Señor, sin pasar por el camino de la Cruz, el Camino del Maestro.
Y entonces, ¿quién puede subir a ese Monte del Señor? Nos dice el Salmo 23 que solamente el que tenga las manos inocentes, el corazón puro y limpio de iniquidades, el que no jura en falso contra el prójimo, el que no confía en los ídolos. Ahí está la clave de todo pecado: la idolatría, el seguimiento a los ídolos. Es lo que la Escritura llama “prostitución”. El hombre se prostituye no solo cuando es infiel en su matrimonio traicionando su amor con otra mujer, (pecado de infidelidad), sino cuando es infiel a su mujer y, sobre todo, a Dios, su Creador.
Jesucristo, en la catequesis con la Samaritana, le anuncia que su infidelidad es dar culto a otros dioses en otros montes; y le nombra el Monte Garizín, en Samaría. Es lo que Él llama “sus cinco maridos”. No es que ella tuviera cinco maridos, y ahora otro más. Es que los samaritanos, vueltos del destierro de Babilonia, rindieron culto también a los dioses babilonios, incorporándolos a su culto, junto con el Dios de Israel.
En definitiva, sólo a Dios darás culto: a Dios Yahvé, a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Y, este orden de cosas, sólo Él es digno de subir a ese Monte: Jesucristo. Él es el único puro, santo, sólo Él fiel a su Padre, Dios, el Eterno.
Por eso, el Salmo 23 nos recomienda con fuerza: ¡Alzad los dinteles! Elevemos las puertas del corazón, para dar paso a la Palabra de Dios, a su Evangelio, a Jesús. ¡Que se alcen las antiguas compuertas! ¡Va a entrar el Rey de la Gloria! Esa compuertas que no dejan pasar las Aguas de la Salvación, esa agua que “salta a la Vida Eterna” (Jn4,14)
Con estas palabras nos lo diría más tarde el papa san Juan Pablo ll: ¡Abrid las puertas a Cristo!

(Tomás Cremades)

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