miércoles, 13 de marzo de 2019

Salmo 44(43).- Elegía nacional


Texto Bíblico:

Oh Dios, lo oímos con nuestros propios oídos, nuestros padres nos lo contaron: la obra que realizaste en sus días, en los días de antaño.
Tú mismo, con tu mano, expulsaste naciones para plantarlos a ellos.
Maltrataste pueblos, para hacerlos crecer.
No fue su espada la que conquistó la tierra, ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro, porque tú los amabas.
Eras tú, mi Rey y mi Dios, quien decidía las victorias de Jacob.
Contigo atacamos a nuestros opresores,
en tu nombre aplastamos a nuestros agresores.
No confiaba yo en mi arco, ni mi espada me daba la victoria.
 Eras tú quien nos salvaba de nuestros opresores, y abochornaba a cuantos nos odiaban.
Nos enorgullecíamos de Dios todo el día, celebrando tu nombre sin cesar. Ahora, en 
cambio, nos rechazas y nos avergüenzas, y ya no sales con nuestros ejércitos.
Nos haces retroceder ante el opresor, y nuestros adversarios nos saquean a placer.
Nos entregas como ovejas al matadero, nos has dispersado entre las naciones.
Vendes a tu pueblo por nada, y no ganas con su precio.
Nos conviertes en escarnio de nuestros vecinos, en diversión y burla de cuantos nos rodean.
Nos has convertido en refrán de las naciones, sacuden por nosotros la cabeza los pueblos.
Tengo siempre delante mi deshonra, y la vergüenza me cubre la cara, con los gritos de ultraje y de blasfemia en presencia del enemigo que se venga de mí.
Todo esto nos sucedió sin haberte olvidado, sin haber traicionado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón, ni se desviaran de tu camino nuestros pasos. y tú nos aplastaste donde viven los chacales, y nos cubriste con las sombras 
de la muerte.
Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios, y extendido las manos a un dios extranjero, ¿no lo habría Dios averiguado, él, que conoce los secretos del corazón?
Por tu causa nos matan cada día, y nos tratan como ovejas para el matadero.
¡Despierta, Señor! ¿Por qué duermes? ¡Levántate! ¡No nos rechaces más!
¿Por qué escondes tu rostro
y olvidas nuestra opresión y nuestra miseria?
Nuestra alma está hundida en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo.
¡Levántate! ¡Ven a socorrernos! rescátanos, por tu amor! 


Reflexión: El triunfo del Cordero


El salmista se desahoga con Dios por medio de esta oración. Le recuerda las catequesis que han sido transmitidas al pueblo de generación en generación: «¡Oh Dios, lo oímos con nuestros propios oídos, nuestros padres nos lo contaron: la obra 
que realizaste en sus días...Tú mismo, con tu mano. Oigamos un ejemplo de esta transmisión oral de las maravillas de Dios con su pueblo: «Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: ¿qué son estos estatutos, estos preceptos y estas normas que Yahvé, nuestro Dios, os ha prescrito?, dirás a tu hijo: 
éramos esclavos de faraón en Egipto, y Yahvé nos sacó con mano fuerte»
el salmista está sufriendo el destierro, donde conoce todo tipo de humillaciones y vejaciones: “Nos entregas como ovejas al matadero, nos has dispersado entre las naciones. Vendes a tu pueblo por nada, y no ganas con su precio. Nos 
conviertes en escarnio de nuestros vecinos, en diversión y burla de cuantos nos rodean».
Yahvé ya había advertido a su pueblo, que padecerían el destierro si volvían su corazón a los ídolos de los pueblos vecinos: «Cuando hayas engendrado hijos y nietos y hayáis envejecido en el país, si os pervertís y hacéis alguna escultura de cualquier 
representación..., Yahvé os dispersará entre los pueblos y no quedaréis mas que unos pocos, en medio de las naciones a donde Yahvé os lleve. Allí serviréis a dioses hechos por manos de hombres»
A pesar de esto, el salmista saca de su corazón una queja contra Dios: «Todo esto nos sucedió sin haberte olvidado, sin haber traicionado tu alianza, sin que se volviera 
atrás nuestro corazón, ni se desviaran de tu camino nuestros pasos».
¿Cómo puede nuestro hombre desvariar tanto, si en la espiritualidad del pueblo de Israel es una constante la conciencia de haber abandonado a Dios? Veamos, esta oración de Ester: «Yo oí desde mi infancia en mi tribu paterna, que tú, Señor, elegiste 
a Israel de entre todos los pueblos, y a nuestros padres de entre todos para ser herencia tuya para siempre cumpliendo en su favor cuanto dijiste. Ahora hemos pecado en tu presencia y nos has entregado a nuestros enemigos porque hemos honrado a sus dioses»
Nos da la impresión de que el salmista no sabe lo que dice cuando proclama ante Dios la inocencia del pueblo; sin embargo, está anunciando al Cordero Inocente, nacido de la dinastía de David. El Mesías es el Cordero sin culpa, inocente, que cargará con la 
idolatría, la trasgresión y la infidelidad de Israel y, a partir de este pueblo, con las culpas de todos los hombres, es decir, con el pecado del mundo.
Así es anunciado Jesucristo por parte de Juan Bautista cuando estaba bautizando en el Jordán: «Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: He ahí el cordero de Dios, 
que quita el pecado del mundo... Yo le he visto y doy testimonio de que este es el elegido de Dios»
Las primeras predicaciones de la Iglesia apostólica, inciden en esta figura de Jesucristo, Cordero sin mancha: «Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de nuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre 
preciosa, como de cordero sin tacha ni mancha, Cristo» 
El apóstol Pablo nos habla de Jesucristo; el cual, siendo limpio de toda culpa, purifica de la levadura vieja –la de los fariseos– a los que crean en Él: « ¿No sabéis que un 
poco de levadura fermenta toda la masa? Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado»
 En este contexto del apóstol Pablo, el pan ázimo significa la limpieza y la 
verdad. 
Jesucristo, Cordero inocente, cargó con todas las culpas de los hombres, incluso aquellas que no veía el salmista en su pueblo. Y, una vez inmolado, le vemos lleno de 
gloria tal y como se nos describe en el libro del Apocalipsis: «Digno es el cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza... Al que está sentado en el trono y al cordero, alabanza, honor, gloria y 
potencia por los siglos de los siglos»

(Reflexiones por el padre Antonio Pavía) 
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