En este Evangelio, Jesús dice que sus discípulos son la luz del mundo y que ésta no debe de ocultarse en un celemín. Se refiere a quienes esconden el talento recibido (Mt 25,18) y también, o sobretodo, al intento de los hijos de las tinieblas que al verse desenmascarados por la luz, arrinconan... desprecian e incluso persiguen, a aquellos que por seguir a Jesús son la luz del mundo. Lo hemos visto en muchos Santos y se da también en innumerables personas que no buscan otra gloria que la de alcanzar el Discipulado. A todos ellos, llegado el momento previsto por Dios, Él mismo les eleva del celemín a lo alto del candelero para que iluminen toda tiniebla de sus hermanos... de la Humanidad entera.
Veamos el ejemplo de San Pablo, el gran apasionado por Jesús y por su Evangelio, lo que le llevó más de una vez a las cárceles en las que escribió sus cartas que prendieron infinidad de luces en innumerables personas. Poco antes de ser martirizado estuvo prisionero en una celda subterránea de la cárcel Mamertina en Roma. En ella, escribió su segunda carta a Timoteo... la más tierna y personal de todas. Dice a Timoteo que aunque está prisionero por Jesús, la Palabra no está encadenada (2 TM 2,9) Así fue.. a pesar del celemín de su celda.. La Palabra que llevaba en su alma y corazón voló veloz y sigue volando por todo el mundo (Sl 147,15).
(Antonio Pavía-Misionero Comboniano)
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