jueves, 21 de noviembre de 2024

Salmo 118(117). En la fiesta de las Tiendas(Jesucristo, salvador)



Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque su amor es para siempre!
2 Diga la casa de Israel:
¡Su amor es para siempre!
3 Diga la casa de Aarón:
¡Su amor es para siempre!
4 Digan los que temen al Señor:
¡Su amor es para siempre!
5 En mi angustia grité al Señor:
él me escuchó y me alivió.
6 El Señor está conmigo: ¡Nunca temeré!
¿Qué podría hacerme el hombre?
7 El Señor está conmigo, él me ayuda:
¡veré la derrota de mis enemigos!
8 Mejor es refugiarse en el Señor,
que confiar en el hombre.
9 Mejor es refugiarse en el Señor,
que confiar en los jefes.
10 Todas las naciones me rodearon:
ien el nombre del Señor, las rechacé!
11 Me rodearon, estrecharon el cerco:
¡en el nombre del Señor, las rechacé!
12 Me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en la zarza:
¡en el nombre del Señor, las rechacé!
13 Me empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me socorrió.
14 El Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
15 Hay gritos de júbilo y de victoria
en las tiendas de los justos;
<<iLa diestra del Señor es poderosa!
16 ¡La diestra del Señor es sublime!
iLa diestra del Señor es poderosa!».
17 No moriré. Viviré
para contar las hazañas del Señor.
18 ¡Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte!
19 Abridme las puertas del triunfo:
entraré dando gracias al Señor.
20 Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
21 -iTe doy gracias, porque me escuchaste,
y fuiste mi salvación!
22 La piedra que rechazaron los constructores
se ha convertido en la piedra angular.
23 Esto es cosa del Señor,
una maravilla ante nuestros ojos.
24 Este es el día en que actuó el Señor:
exultemos y alegrémonos con él.
25 ¡Señor, danos la salvación!
iSeñor, danos la prosperidad!
26 -iBendito el que viene en nombre del Señor!
Os bendecimos desde la casa del Señor.
27 El Señor es Dios: ¡él nos ilumina!
-Organizad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.
28 iTú eres mi Dios, te doy gracias!
¡Dios mío, yo te exalto!
29 ¡Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque su amor es para siempre!

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 118
Jesucristo, salvador
Este salmo es una gran aclamación festiva del pueblo que, 
reunido en asamblea, canta el amor de Yavé, inmutable y 
eterno. Israel se considera a sí mismo como las niñas de 
los ojos de Dios; de ahí su rendida confesión a Él por 
tanta bondad y misericordia: «¡Dad gracias al Señor, porque 
es bueno, porque su amor es para siempre! Diga la casa de 
Israel: ¡Su amor es para siempre! ¡Diga la casa de Aarón:
¡Su amor es para siempre! Digan los que temen al Señor: ¡Su 
amor es para siempre!».
A lo largo del salmo se suceden los numerosos motivos 
por los que el salmista proclama la bondad y el amor de 
Yavé. Nos detenemos en uno que nos parece que es el 
compendio de la extraordinaria relación amorosa entre Dios 
y su pueblo; es al mismo tiempo compendio y vértice. Nos 
referimos al versículo cantado por el salmista en estos 
términos: «¡Señor, danos la salvación! ¡Señor, danos la
prosperidad! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».
Salvación y victoria de Yavé en favor de su pueblo 
que, repetidamente, han proclamado también los profetas 
como, por ejemplo, Isaías: «Escuchadme vosotros, los que 
habéis perdido el corazón, los que estáis alejados de lo 
justo. Yo hago acercarse mi victoria, no está lejos, mi 
salvación no tardará. Pondré salvación en Sión, mi gloria 
será para Israel» (Is 46,12-13).
El sello mesiánico del himno se manifiesta con toda su 
fuerza cuando el salmista, al anunciar la salvación y 
victoria de Yavé, bendice al que va a venir en su nombre: 
el Mesías, el enviado.
A este respecto, recordamos las palabras que el ángel 
susurró a José, esposo de María, al anunciarle el misterio 
del embarazo que le tenía perplejo. Una vez que le explica 
lo acontecido con su mujer, le dice que el nombre que debe 
poner al niño ha de ser Jesús, y añade: «Porque él salvará 
a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).
Efectivamente, Dios envía a su Hijo para quitar el 
pecado del mundo. Es un quitar destruyendo, y lo hace de la 
única forma posible, que es asumiéndolo y cargándolo sobre 
sí mismo. Jesucristo, que es el fuego de Yavé hecho carne, 
consume en su propio cuerpo todo pecado. No es una simple 
purificación, es un derribar y destruir el muro insalvable 
que separa al hombre de Dios. Jesucristo, el cordero sin 
mancha, es nuestra victoria, es nuestra salvación; abre 
nuestros ojos para conocer a Dios a la luz de la verdad y 
entrar en comunión con Él.
En el Señor Jesús, la salvación anunciada por los 
profetas rompe horizontes y se extiende a toda la humanidad. Él es la personificación del amor eterno de Yavé 
que, con tanta riqueza, canta y proclama este salmo.
Recordemos la entrada mesiánica de Jesucristo en 
Jerusalén. La muchedumbre extendía los mantos a lo largo 
del camino y agitaban ramos de olivo a su paso, al tiempo 
que le aclamaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el 
que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!»
(Mt 21,9).
Hosanna es un término hebreo que significa ¡Dios 
salva! La multitud vio en Jesucristo al enviado de Yavé 
para salvar, de forma que, en este contexto, podemos 
traducir la aclamación ¡hosanna! por ¡Jesucristo salva! El 
pueblo vio en Él la respuesta de Dios a sus ansias de 
salvación. Ansias de salvación extendida a la humanidad 
entera. Todo hombre siente la necesidad imperiosa de vivir 
eternamente, de que su vida no tenga con la muerte su punto 
final. Todos hacemos a lo largo de nuestra historia 
experiencias de amores, tanto dados como recibidos. Son 
estas experiencias las que nos catapultan, consciente o 
inconscientemente, al deseo de vivir un amor eterno e 
ilimitado en su intensidad. La salvación, incubada en 
Israel en un límite simplemente político-territorial, se 
amplía en Jesucristo alcanzando los deseos innatos más 
profundos del hombre.
Dios es amor, y por amor envía a su Hijo para que este 
nuestro deseo-intuición llegue, como hemos dicho, por medio 
de Él a su cumplimiento y plenitud. Esta es la salvación, 
la victoria que Jesucristo nos otorga. Libre y 
voluntariamente, muriendo, venció nuestra muerte liberando 
nuestro sello de eternidad.
Así nos lo anuncia el apóstol Pablo en sus catequesis: 
«Mas cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro 
Salvador, y su amor a los hombres, él nos salvó, no por 
obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según 
su misericordia, por medio del baño de regeneración y de 
renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros 
con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para 
que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos 
herederos, en esperanza, de vida eterna» (Tit 2,4-7).
San Pablo puntualiza, en otra de sus cartas, que esta 
salvación prometida a Israel ha sido abierta por Jesucristo 
a los gentiles, a todos los hombres: «En él también 
vosotros, tras haber oído la palabra de la verdad, el 
Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, 
fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que 
es prenda de nuestra herencia...» (Ef 1,13-14).

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