sábado, 21 de septiembre de 2024

SALMO 85(84).-Oracion por la Paz y la Justicia

 


1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Salmo.

2 Señor, has favorecido a tu tierra,

has restaurado a los cautivos de Jacob.

3 Has perdonado la culpa de tu pueblo,

has sepultado todo su pecado.

4 Has reprimido totalmente tu cólera,

has frenado el incendio de tu ira.

5 iRestáuranos, oh Dios, salvador nuestro,

renuncia a tu rencor contra nosotros!

6 ¿Vas a estar airado con nosotros para siempre,

prolongando tu ira de generación en generación?

7 ¿No vas a devolvernos la vida,

para que tu pueblo se alegre contigo?

8 Muéstranos, Señor, tu amor,

concédenos tu salvación.

9 Voy a escuchar lo que dice el Señor:

«Dios anuncia la paz

a su pueblo y a sus fieles,

y a los que se convierten de corazón».

10 La salvación está cerca de los que le temen,

y la gloria habitará en nuestra tierra.

11 Amor y Fidelidad se encuentran,

Justicia y Paz se abrazan.

12 La Fidelidad brotará de la tierra,

y la Justicia se inclinará desde el cielo.

13 El Señor nos dará la lluvia,

y nuestra tierra dará su fruto.

14 La Justicia caminará delante de él,

la salvación seguirá sus pasos.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

El Don de la justicia

Nos encontramos con un himno litúrgico que expresa la alegría del pueblo de Israel ante la perspectiva del ya próximo retorno a su tierra después de un largo y penoso destierro en Babilonia. En esta oración comunitaria se entrelazan la súplica y el gozo porque Dios no se ha desentendido de las promesas hechas a su pueblo: «Muéstranos, Señor, tu amor, concédenos tu salvación. Voy a escuchar lo que dice el Señor: “Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus fieles, y a los que se convierten de corazón».

Los ojos, los sentimientos, los amores de esta enorme comunidad que está a punto de terminar su exilio, están volcados en Jerusalén, llamada Ciudad de Dios, y, sobre todo, en el Templo. Tienen la certeza de que, una vez reconstruido, volverá a ser morada de la gloria de Dios, gloria que habrá de extenderse por todo el país: «La salvación está cerca de los que le temen, y la gloria habitará en nuestra tierra».

Como siempre, Dios cumple las expectativas de su pueblo y, como siempre, su cumplimiento va mucho más allá de lo que el pueblo podía pedir o desear. Efectivamente, Dios, con su gloria, puso su tienda no solamente en el Templo o en los límites geográficos del pueblo. Su gloria abarcará toda la creación.

Así lo expresa san Juan: « se hizo carne, y puso su morada entre nosotros y hemos contemplado su gloria». Fijémonos que el evangelista dice que puso su morada entre nosotros, abarcando en este «nosotros» a toda la humanidad.

El apóstol Pablo puntualiza con fuerza la universalidad de esta Presencia salvífica de Dios que alcanza a todos los hombres: «Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su creador, donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos» (Col 3,9-11). Recordemos que toda la gloria de Dios está contenida en la Palabra (Evangelio). La gloria de Dios es infinita, la Palabra también lo es : «En el principio existía y estaba con Dios, y era Dios» (Jn 1,1).

El salmo manifiesta con especial riqueza expresiva, los dones que aparecerán en la tierra una vez que Dios descienda con su gloria, es decir, una vez que se encarne: «Amor y verdad se han dado cita, justicia y paz se abrazan; la verdad brotará de la tierra y de los cielos asomará la justicia. El mismo Yavé dará la dicha... la justicia marchará delante de él, y con sus pasos trazará un camino».

Detengámonos un poco en este último versículo: «La justicia marchará delante de Él...». Esta justicia no es sino el propio Hijo de Dios que abre un camino para que todos podamos dirigir nuestros pasos hacia Dios. Es, como tantas veces dice san Pablo, el mismo Señor Jesús el que nos justifica delante del Padre.

Ya el profeta Jeremías, inspirado por el Espíritu Santo, había anunciado una promesa insólita: Dado que la condición del hombre es ser pecador, por lo que nunca podrá justificarse ante Dios, Él mismo habrá de ser nuestra justicia, nuestro justificador: «Mirad que vienen días –oráculo de Yavé– en que suscitaré a David un germen justo... y este es el nombre con que le llamarán: Yavé nuestra justicia» (Jer 23,5-6). Dios envía a su germen, es decir, a su Hijo, como nuestro justificador.

Los profetas insisten en esta condición nuestra de pecadores que hace que nuestras obras, aún las aparentemente buenas, no serán agradables a Dios. Una cosa es la apariencia de las obras, otra la carga de amor propio o de lucimiento personal, aunque sea encubierto, que éstas llevan consigo. Dejemos hablar a Isaías: «Somos como impuros todos nosotros, como paño inmundo todas nuestras obras justas. Caímos como la hoja todos nosotros, y nuestras culpas como el viento nos llevaron...» (Is 64,5). Sabemos que el Señor Jesús denuncia frecuentemente tales obras, justas en apariencia, pero que nacen de un sepulcro blanqueado.

Pues bien, insistimos en que Dios, visto el desvalimiento y debilidad del hombre, su incapacidad de superar su amor propio a la hora de hacer «el bien», envía a su propio Hijo. Él es nuestra justicia. Escuchemos al apóstol Pablo: «El que se gloríe, gloríese en el Señor. Que no es hombre de probada virtud el que a sí mismo se recomienda, sino aquel a quien recomienda el Señor» (2Cor 10,17-18).

El Señor Jesús, con su muerte, nos hizo la justicia de Dios. Justicia que consiste en que desenmascaró al príncipe de la mentira y levantó al hombre hacia y hasta su divinización. Los santos Padres de la Iglesia,  insistirán una y otra vez, apoyándose en el Evangelio, en que el hombre queda divinizado cuando acoge la Palabra  y ésta tiene su crecimiento en su espíritu.

SALMO 84(83).-Canto de peregrinación

 

1Del maestro de coro. Según el arpa de Gat.

De los hijos de Coré. Salmo.

2 ¡Qué deseables son tus moradas,

Señor de los Ejércitos!

3 Mi alma desfallece y anhela sqlos atrios del Señor.

Mi corazón y mi carne exultan por el Dios vivo.

4 Hasta el pajarillo ha encontrado una casa, y la golondrina, un nido, donde poner a sus polluelos:

¡Tus altares, Señor de los Ejércitos,

rey mío y Dios mío.! 

5 Dichosos los que habitan en tu casa:

te alaban sin cesar.

6 Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación:

7 cuando atraviesan áridos valles

los convierten en oasis,

como si las lluvias tempranas

los cubrieran de bendición.

8 Caminan de fortaleza en fortaleza

hasta ver a Dios en Sión.

9 Señor, Dios de los Ejércitos, escucha mi súplica,

inclina tu oído, Dios de Jacob.

10 Fíjate, oh Dios, en nuestro escudo, mira el rostro de tu ungido.

11 Vale más un día en tus atrios

que mil en mi casa.

Prefiero el umbral de la casa de Dios,

a vivir en la tienda de los malvados.

12 Porque el Señor es sol y escudo.

Dios concede la gracia y la gloria.

El Señor no niega ningún bien

a los que caminan con rectitud.

13 iSeñor de los Ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti!


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Se rasgó el velo

Un israelita piadoso abre su alma a Dios en forma de oración íntima. Le vemos peregrinando hacia el Templo, y manifiesta que su deseo es poner su morada en Él: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos! Mi alma desfallece y anhela los atrios del Señor. Mi corazón y mi carne exultan por el Dios vivo... Dichosos los que habitan en tu casa: te alaban sin cesar». Es tal su anhelo por gozar de la presencia de Dios, que llega incluso a decir que cambiaría un solo día de estancia en su casa por mil en sus mansiones: «Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa. Prefiero el umbral de la casa de Dios, a vivir en la tienda de los malvados».

Sabemos que para todo israelita el templo es el lugar santo que alberga la gloria de Yavé. He ahí la razón que impulsa a este hombre orante a proclamar de viva voz sus deseos más íntimos y profundos, deseos que recogen una de las cimas más elevadas de la espiritualidad del pueblo de Israel. Efectivamente, los judíos fueron testigos de cómo en la fiesta de la inauguración del Templo, la gloria de Yavé descendió sobre él: «Al salir los sacerdotes del Santo, la nube llenó la casa de Yavé. Y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio a causa de la nube, porque la gloria de Yavé llenaba el Templo. Entonces Salomón dijo: Yavé quiere habitar en densa nube. He querido erigirte una morada, un lugar donde habites para siempre» (1Re 8,10-13).

Sin embargo, el acceso de los israelitas a la gloria de Dios que habitaba en el Templo, estaba bloqueado por el enorme velo que dividía el recinto sacro, llamado Santo de los Santos, del resto del Templo. El lugar específico donde Dios se asienta con su gloria es, pues, inaccesible. Se señala así la distancia insalvable entre el hombre y Dios; lo cual no quita nada a la pureza e intensidad de los anhelos y sentimientos del salmista.

Si esta distancia es insalvable para el hombre, no lo es para Dios. Dios, que ama al hombre, será quien romperá el muro que los separa. Por y para ello se encarnará en Jesús de Nazaret. Con la muerte del Hijo de Dios en la cruz quedó así anulada la distancia. Y, como signo de que, efectivamente, el muro de separación quedó abolido, nos dicen los Evangelios que, a la muerte de Jesús, «el velo del Templo se rasgó de arriba abajo» (Mc 15,38). Fijémonos bien, «de arriba abajo»; se rasgó desde lo alto, sólo Dios podía rasgarlo. Sólo Él podía destruir el velo-muro que impedía al hombre llegarse hasta el rostro de Dios.

El Señor Jesús acoge y recoge, pues, la oración, la súplica del salmista y la cumple más que con creces, más de lo que pedía este buen hombre; y ofrece su don a toda la humanidad.

Ya Dios, por medio del profeta Isaías, había prometido que un día este velo sería destruido, y que, con la abolición del mismo, también la muerte sería vencida: «Hará Yavé a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos... Consumirá en este monte –el Calvario– el velo que cubre todos los pueblos y la cobertura que cubre a todas las gentes; consumirá a la muerte definitivamente» (Is 25,6-8).

Rasgado, pues, el velo, el acceso a Dios está abierto. Jesús resucitado será el primero en recorrer este nuevo camino libre ya de impedimentos, camino abierto que llega hasta el Padre. Él es el primero de una inmensa e innumerable multitud de hombres y mujeres que siguen sus pasos por la fuerza y el pastoreo que les da el santo Evangelio.

El Señor Jesús, vencedor de la muerte, se aparece a unas mujeres –María Magdalena, María la de Santiago y Salomé– y las envía al encuentro de los apóstoles con un mensaje muy claro. Les indica que vayan a Galilea, que allí le verán. Los apóstoles acuden presurosos al lugar señalado, en el que reciben la misión que ha de llenar a los hombres de la luz de Dios: anunciar su Palabra. Una vez confirmados en la misión, los apóstoles le ven elevarse hacia el Padre. Vieron con sus propios ojos que el rasgarse del velo del Templo tenía un simbolismo profundísimo: se había rasgado, roto, destruido el muro que separaba al hombre de Dios. En la Ascensión del Hijo de Dios hacia el Padre, se había abierto el camino de ascensión para todos los hombres.

El Evangelio, encomendado a la Iglesia , es como la espada de Dios. Espada que rasga de arriba abajo todo lo que nos separa de Él. No hay nada en la vida del hombre, sean pecados, sean traumas adquiridos o genéticos, sea la situación personal más asfixiante, que pueda resistirse al rescate y redención que Jesucristo nos ha alcanzado.

jueves, 19 de septiembre de 2024

Salmo 17(16).- Clamor del inocente

Texto Bíblico:

Oración. De David.


Escucha, Señor, mi apelación, atiende a mis clamores; presta oído a mi súplica, que no proviene de labios mentirosos. Emane de tu rostro mi sentencia, vean tus ojos dónde está la rectitud.
Aunque sondees mi corazón y lo examines de noche; aunque me pruebes al fuego, no encontrarás en mí malicia alguna. Mi boca no ha faltado como suelen los hombres. Conforme a la palabra de tus labios, he respetado los caminos prescritos: mis pies no han vacilado, mis pasos se han mantenido en tus huellas.
¡Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío! Inclina hacia mí tu oído, escucha mis palabras, muestra las maravillas de tu amor, tú, que salvas de los agresores a quien se refugia a tu derecha.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme lejos de los injustos que me oprimen, de los enemigos mortales que me cercan. Cierran su corazón con grasa y hablan con boca arrogante, ya me rodean sus pasos, clavan en mí sus ojos para arrojarme por tierra. Parecen un león, ávido de presa, un cachorro de león agazapado en su guarida.
¡Levántate, Señor! iHazles frente! iDerríbalos! Que tu espada me libre del malvado, y tu mano, Señor, los expulse de la humanidad, fuera de la humanidad y del mundo: ¡Sea esa su herencia en esta vida!
Llénales el vientre con tu despensa: que se sacien sus hijos y dejen las sobras para sus pequeños.
Pero yo, con justicia veré tu rostro; al despertar me saciaré con tu semblante.

Reflexiones del Padre Pavía al Salmo 17: La oración del Mesías


En este Salmo vemos a un hombre fiel dirigiéndose a Dios, atormentado como está por la situación de adversidad que está sufriendo.
Apoya su oración en el hecho de que su «súplica no proviene de unos labios mentirosos». Y esto es importante. porque recordemos cómo el profeta Isaías escribe, que ante la superficialidad con que Israel vive su fe, Dios mismo les dice: «Aunque multipliquéis vuestras oraciones, yo no os oigo» (Is 1,15).
Y esto es porque Dios mismo ve que no hay armonía entre lo que proclaman sus labios y la perversidad de su corazón. Dios rechaza las plegarias salidas de labios engañosos.

El salmista también dice: «aunque sondees mi corazón y lo examines de noche, aunque me pruebes al fuego no encontrarás en mí malicia alguna. Mi boca no ha faltado».
Pero, ¿a qué hombre se refiere este Salmo? Es evidente que aunque habla en primera persona, el salmista no puede hablar de sí mismo, ya que él sabe muy bien que todo hombre «nació en la culpa y fue concebido pecador» (Sal 51,7). En realidad está trascendiendo su propia persona para hablar en nombre de Jesucristo, el cual sí reza con una armonía perfecta entre su experiencia interior y las palabras que salen de sus labios. Esta oración es del agrado de Dios precisamente porque está marcada por la armonía, la verdad y el amor.
Ahora, ya sabemos que en el Salmo el que habla es el Mesías, y le oímos decir que, «precisamente porque ha guardado la palabra de Dios, ha podido ajustar sus pasos en el camino de la verdad, y que sus pies no han vacilado».

Vacilan los pies cuando el corazón del hombre está dividido. Y esta división la hace patente Jesucristo cuando nos dice: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24). Con estas palabras, Jesucristo pone al dinero como la raíz y la fuente de todas las idolatrías, raíz y fuente que divide el corazón, que hace que nuestros pies cojeen, con lo que los pasos son vacilantes, impotentes para seguir cualquier camino. La oración que entonces nace no puede ser sino una oración de labios engañosos.

Salmo 10(9).- Dios humilla a los impíos y salva a los humildes

Texto Bíblico:

¿Por qué te quedas lejos, Señor, y te escondes en tiempos de angustia?
La soberbia del malvado persigue al infeliz. ¡Queden presos en las trampas que han urdido!
El malvado se gloria de su propia voluntad y ambición, el avaro maldice y desprecia al Señor. El malvado es soberbio, nunca indaga. -"Dios no existe"- es todo lo que piensa.
Cuanto emprende prospera en todo momento, tus sentencias quedan muy lejos de su mente, y desafía a todos sus rivales. y piensa: "¡No vacilaré!, nunca caeré en la desgracia".
Su boca está llena de engaños y fraudes, su lengua encubre la maldad y la opresión. se aposta al acecho entre los juncos,  a escondidas mata al inocente.
Al acecho, bien oculto, como el león en su guarida; acecha para apresar al pobre: lo atrapa enredándolo en sus redes. Está a la espera, vigilando, se agacha y se esconde, y  el indefenso cae en sus garras. Y piensa: "¡Dios lo olvida, y cubre su rostro para no ver nada".
 ¡Levántate, Señor!, ¡Alza tu mano!, ¡No te olvides de los pobres!
¿Por qué el malvado ha de despreciar a Dios, pensando que no le pedirá cuentas?
Pero tú ves las fatigas y sufrimientos, y miras para tomarlos en tu mano; a ti se encomienda el indefenso,  tú socorres al huérfano.
¡Rómpele el brazo al injusto y al malvado, persigue su maldad sin dejar rastro.
El Señor reinará eternamente, por siempre. Los paganos desaparecerán de su tierra.
Señor, Tú escuchas los deseos de los pobres, les prestas oído y fortaleces su corazón, haciendo justicia al huérfano y al oprimido, para que el hombre, salido de la tierra,  no vuelva a sembrar el  terror.

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

 El justo, el impío y Dios


En este Salmo aparece la figura del impío como alguien que desde lo más profundo de su corazón lleno de soberbia, desdeña y desprecia al justo. Este, que es llamado justo porque busca a Dios aun en una precaria situación, no deja de esperar en Él aunque, a su vez, el Dios en quien espera pueda aparecer distante e indiferente a su sufrimiento.
El impío es alguien que no busca a Dios. Toda su vida está proyectada a buscarse sólo a sí mismo, únicamente tiene corazón para sus intereses.
«Dios no existe», repite el impío dentro de sí mismo excluyendo a Dios de su proyecto de vida; y no solamente eso sino, además, como continúa el salmo, «el malvado se gloría de su propia ambición»; ambición cuya realización le ciega los ojos hasta el punto de ignorar que a su alrededor vivan hombres-hermanos más débiles que él.
El impío, al excluir a Dios de su existencia, no es que lo esté negando de forma explícita; simplemente vive su vida con la afirmación implícita de que Dios no es en absoluto importante para él, para sus proyectos, para su realización personal.
Es a estas personas que viven de una forma tan superficial a las que el Hijo de Dios dirige estas palabras: «El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama» (Mt 12,30). La relación del hombre con Dios es, según Jesucristo, una conexión con Él llena de vitalidad que puede llegar a atrofiarse por falta del incentivo de la savia.
El hombre, al hacer de la búsqueda de Dios lo más importante de su vida, está conectándose a esta savia que provoca un crecimiento continuo de su espíritu; crecimiento que le hace cada vez más apto para sumergirse en la cercanía del rostro de Dios.
El impío, que ha podido recibir los cimientos de la fe, al no dar importancia en su vida al hecho de buscar a Dios, se parece a aquel hombre del cual habló Jesucristo que, al recibir el talento, lo escondió como si fuera un depósito (Mt 25,25), por lo que no conocerá nunca el gozo de Dios.
Volvemos nuevamente al justo que, inmerso en tinieblas y tentado en su confianza, no deja de seguir buscando y gritando a Dios con la certeza profunda de que terminará escuchándole y acercándose a su dolor; y así le oímos decir: «Señor, tú escuchas los deseos de los pobres, les prestas oído y fortaleces su corazón».
Este hombre, en su madurez espiritual, se dirige a Dios con palabras entrañables; palabras que revelan no solamente confianza, sino también intimidad y cercanía hasta el punto de decirle: «les prestas oídos»; es decir, no te ha pasado desapercibido mi sufrimiento y en el momento oportuno te has acercado a mí.

Podíamos ver bajo esta perspectiva la parábola del buen samaritano, en la que Jesús nos habla de un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó. Orígenes, Padre de la Iglesia primitiva, nos dice que es la figura de Adán saliendo del Paraíso; es decir, somos todos. Maltratados con las heridas que supone el vivir de espaldas a Dios, no hay nada ni nadie que pueda curarnos. Por eso, el sacerdote y el levita dieron un rodeo. Ni la Ley ni las normas morales pueden levantarnos de nuestra postración.
Y Dios «presta oídos». Él es, en su propio Hijo, el samaritano que se acercó directamente al hombre herido sin dar ningún rodeo. El herido experimenta la cercanía del Emmanuel. El Emmanuel siente la cercanía del hombre y alarga su misericordia hasta lo más profundo de sus heridas curándolas con aceite y vino que, en la Escritura, simbolizan la palabra y los sacramentos (Lc 10,30-34).

Partiendo la Palabra - Tuyo soy Señor IV

Partiendo la Palabra
Tuyo soy Señor, Tú eres mi Fuente   IV

Que estremecedor tuvo de ser el impacto de David, al saberse elegido por Dios, a pesar de sus enormes caidas. También  al considerar la inmensidad del Universo,  con sus innumerables estrellas y satélites, por lo que  apenas pudo decirle: ¿ Que es hombre para que te acuerdes de él? ( Sl 8,5 ) A la Luz de la perplejidad de David, nos acercamos a Pedro. ¡ Cómo tuvo que quedar su corazón al oír al Hijo de Dios vivo esta  pregunta tan irreal como inconcebible : ¿ Me amas ? El Creador pregunta a un simple y débil hombre que sí le ama. Creo que el mismo Jesús tuvo que sostenerle, pues fue una pregunta,  cómo para caer fulminado por un infarto. Jesús se lo  preguntó y al mismo  tiempo acarició su corazón con su mirada  tranquilizándole. Nos parece bellísimo, pero hay más: La pregunta de Jesús es también dirigida a ti, a mí; a todos los que tan débiles como Pedro hemos emprendido el camino del Discípulado, porque tenemos Sed de Dios y queremos ser suyos. No nos desanimemos ante nuestra debilidad. La propuesta de Jesús para ser sus Discípulos, va acompañada con su  Fuerza que somete nuestras carencias. 
 Es la Fuerza que emerge de su Santo Evangelio como nos dice Pablo ( Rm 1,16..) 
P. Antonio Pavía 

miércoles, 18 de septiembre de 2024

SALMO 83(82).-Contra los enemigos de Israel

 

Salmo 83 (82)

1 Salmo. Cántico. De Asaf

2 ¡Oh Dios, no te calles,

no te quedes mudo e inmóvil, oh Dios!

3 Mira que tus enemigos se agitan,

y los que te odian levantan la cabeza.

4 Traman planes contra tu pueblo,

conspiran contra tus protegidos:

5 «¡Venid, vamos a borrarlo de en medio de las naciones,

y nunca más se recordará el nombre de Israel!».

6 Todos se ponen de acuerdo para conspirar,

y se alían contra ti:

7 los beduinos edomitas y los ismaelitas,

moabitas y agarenos,

8 Gebal, Amón y Amalee,

los filisteos juntos con los habitantes de Tiro;

9 también los asirios se aliaron con ellos,

prestando refuerzos a los hijos de Lot.

10 Trátalos como a Madián y a Sísara,

como a Yabín en el torrente Quisón.

11 Fueron aniquilados en Endor,

se convirtieron en estiércol para la tierra.

12 Trata a sus príncipes como a Oreb y Zeb,

a todos sus jefes como a Zebá y Salmaná.

13 Estos decían: <<iVamos a adueñamos

de los territorios de Dios!».

14 Dios mío, trátalos como a hojas en remolino,

como a paja ante el viento;

15 como el fuego que devora los bosques,

y la llama que abrasa las montañas.

16 Persíguelos con tu tempestad,

atérralos con tu huracán.

17 iCúbreles el rostro de infamias,

para que busquen tu nombre, Señor!

18 Sean avergonzados y confundidos para siempre,

queden arruinados y llenos de confusión.

19 ¡Así sabrán que sólo tú eres el Señor,

el Altísimo sobre toda la tierra!


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Señor, danos tu Nombre

Para entender este salmo, necesitamos saber lo que significa el término «nombre» en la Sagrada Escritura. El nombre no es algo así como un dato más o menos convencional para señalar o identificar a una persona. En la Sagrada Escritura, el nombre señala mucho más que la identidad de alguien; revela su esencia profunda. Por ejemplo, Dios se aparece a Moisés y le da a conocer su nombre: Yavé, que quiere decir «Yo Soy el que Soy». Es decir, existo por mí mismo, no dependo de nada ni de nadie para existir.

El presente salmo es una invocación del pueblo a Yavé pidiendo que actúe en su favor, pues sus enemigos se han conjurado para borrar su nombre de la faz de la tierra. El nombre de Israel significa «fuerte con Dios». Borrar al pueblo su nombre, significa hacerle desaparecer en sí mismo. De ahí la súplica angustiosa que el salmista hace en nombre de la comunidad: «¡Oh Dios, no te calles, no te quedes mudo e inmóvil, oh Dios! Mira que tus enemigos se agitan, y los que te odian levantan la cabeza. Traman planes contra tu pueblo, conspiran contra tus protegidos: “¡Venid, vamos a borrarlo de en medio de las naciones, y nunca más se recordará el nombre de Israel!».

Dando un salto hasta la encarnación del Mesías, vemos cómo es ahora el pueblo el que se conjura y conspira para eliminarle porque se apropia del nombre de Dios. Es un blasfemo por hacerse igual a Yavé.

Recordemos aquella ocasión en que Jesús dice a los judíos que Abrahán se alegró porque vio su día a lo lejos, vio su manifestación. Los judíos le dijeron cómo podía haber visto a Abrahán si no tenía ni cincuenta años A lo que Jesús respondió: «Antes de que Abrahán existiera, Yo Soy». Los oyentes cogieron entonces piedras para lapidarle, pues este era el castigo que infligía a los blasfemos (Jn, 8,57-59).

Asimismo, cuando Jesús afirma «el Padre y yo somos uno», es decir, tenemos el mismo nombre –«Yo Soy»–, los judíos vuelven a coger piedras para apedrearle, diciéndole: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios» (Jn 10,30-33).

Por fin, la conspiración contra Jesús tiene éxito, consiguen arrastrarle al Calvario. Muerto Jesús, matan la pretensión de su nombre. Le eliminaron, le bajaron al sepulcro, creyeron haberse quitado de encima esa peste de hombre, ese blasfemo empedernido; Jesús murió pero su nombre no. Por eso resucitó. Además, Jesús ya había anunciado que, justamente, cuando fuese elevado a la cruz, sería cuando su Padre haría resplandecer e irradiar su nombre: «Dijo Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy» (Jn 8,28).

El apóstol Pablo nos dice que confesar, testimoniar, que Jesús es Señor conduce a la salvación: «Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rom 9,9). Señor, Adonai, es uno de los nombres que los judíos emplean para invocar a Yavé.

Volvemos al salmo y vemos que el autor pide a Yavé que humille y abata a los enemigos del pueblo. Sin embargo, esta petición de venganza contiene una novedad de salvación. Se pide la humillación y derrota de los enemigos, mas no para aniquilarlos sino para que busquen su nombre: «Persíguelos con tu tempestad, atérralos con tu huracán. Cubre el rostro de infamias, para que busquen tu nombre, Señor».

El discípulo de Jesucristo es perseguido por creer y confesar su nombre: el Señor. En la Sagrada Escritura, creer en alguien significa apoyarse en él, adherirse íntegramente a su persona. Creer en el Señor Jesús es, pues, identificarse totalmente con Él. Lo que realmente atestigua nuestra adhesión a Jesucristo es nuestra adhesión a sus palabras. El mismo Jesús dice a los discípulos que serán perseguidos y odiados a causa de su Nombre, en el cual creen: «Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también guardarán la vuestra. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre...» (Jn 15,20-21).

Así pues, los discípulos del Señor Jesús llevan el sello de su mismo rechazo. Los judíos crucificaron al Hijo de Dios queriendo así borrar su nombre. A cambio, como sabemos, Dios, su Padre, le dio el nombre sobre todo nombre (Flp 2,9-11). De la misma forma, el discípulo, al salir vencedor en la prueba, recibe de Dios un nombre nuevo: eterno como el de Jesús: «Al vencedor le daré maná escondido y le daré también una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe» (Ap 2,17).

Y también podemos fijar con gozo nuestros ojos en este texto que encierra la promesa más grande que Dios ha hecho a los hombres: «Al vencedor le pondré de columna en el Santuario de mi Dios, y no saldrá fuera ya más; y grabaré en él el nombre de mi Dios...» (Ap 3,12).

Salmo 82(81) . -Contra los príncipes paganos


1 Dios se levanta en la asamblea divina, en medio de los dioses, juzga:

2 «¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente, defendiendo la causa de los malvados?

3 Proteged al débil y al huérfano,

haced justicia al pobre y al necesitado,

4 liberad al humilde y al indigente, arrancadlos de la mano de los injustos».

5 Ellos no saben, no entienden, deambulan en las tinieblas: los cimientos de la tierra vacilan.

6 Yo declaro: «Aunque seáis dioses, e hijos del Altísimo todos,

7 moriréis como cualquier hombre. caeréis, príncipes, como cualquier otro».

8 ¡Levántate, oh Dios, y juzga la tierra, porque todas las naciones te pertenecen!

 

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

 

El juicio de Dios

 

Este salmo es una imprecación hacia aquellos que tienen la misión de impartir justicia entre los hombres. 

En la espiritualidad del pueblo de Israel, como ya vimos anteriormente, los jueces eran considerados algo así como dioses, precisamente porque representaban a Yavé en lo que constituye uno de sus atributos: hacer justicia.

El salmista arremete contra estos hombres que han sido investidos con una misión divina, porque ejercen su cargo con impiedad, favoreciendo a los impíos y marginando a los débiles: «¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente, defendiendo la causa de los malvados? Proteged al débil y al huérfano, haced justicia al pobre y al necesitado, liberad al humilde y al indigente, arrancadlos de la mano de los injustos».

 

El salmo no es sino un preanuncio de la gran injusticia que se va a llevar a cabo condenando inicuamente al débil entre los débiles, al inocente entre los inocentes: Jesucristo.

Hay todo un entramado, toda una alianza de los poderes del mal para que este juicio perverso, con su posterior veredicto condenatorio, llegue a su término.

La primera comunidad cristiana, con los apóstoles al frente, tiene conciencia de esta alianza del mal contra el Hijo de Dios. Lo constatamos en la oración que elevan a Dios cuando Pedro y Juan salieron del Sanedrín, a donde habían sido conducidos por el delito de haber anunciado que Jesucristo era el verdadero Mesías predicho por los profetas.

 

Se han presentado los reyes de la tierra, y los magistrados se han aliado contra el Señor y contra su Ungido. Porque, verdaderamente, en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo Jesús...» (He 4,25-27).

El cumplimiento del presente salmo llega a límites insospechados cuando vemos que no es sólo una alianza entre el Sanedrín, Pilato –gobernador romano de Judea– y Herodes –tetrarca de Galilea–.

Asistimos asombrados al hecho de que también el pueblo se alía con los poderes. Efectivamente, el pueblo es exhortado a dar su parecer, su veredicto acerca de Jesús.

Todos a una son invitados por Poncio Pilato a hacer de jurado con capacidad de condenar o salvar a Jesús: «Cada fiesta les concedía la libertad de absolver un preso, el que pidieran. Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato. Subió la gente y se puso a pedir lo que les solía conceder. Pilato les contestó: ¿queréis que os suelte al rey de los judíos?... Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que dijeran que les soltase más bien a Barrabás» (Mc 15,6-11).

 

También el pueblo, inducido por los sumos sacerdotes, dio cumplimiento a la profecía del salmo; hizo acepción del impío, Barrabás, en detrimento del Mesías. Aún así, Pilato insiste ante la muchedumbre, pues no da crédito a su veredicto. La respuesta no pudo ser más unánime: «Pero Pilato les decía otra vez: ¿Y qué voy a hacer con el que llamáis el rey de los judíos? La gente volvió a gritar:¡crucifícale!» (Mc 15,12-13). 

 

Volvemos al salmo y nos fijamos en su desenlace. Dado que la justicia a los débiles hace aguas por todas partes, –lo acabamos de ver en el juicio condenatorio de Jesucristo–, se pide a Dios que se levante sobre la tierra y que sea Él el juez: «¡Levántate, oh Dios, y juzga la tierra, porque todas las naciones te pertenecen!».

 

Efectivamente, Dios se levantó sobre la tierra y, desde la cátedra del Calvario, emitió su juicio, tal y como hemos visto que lo pedía el salmista; pero, evidentemente, no fue el tipo de juicio que entrevemos en su mente. Desde lo alto de la cruz, Jesús emitió su juicio con un grito: «¡Padre, perdónales porque no saben lo que hacen!».

Este es, ha sido y será siempre el juicio de Dios. Sin duda, sorprendente. El mal, con todo su poder, se ceba sobre su Hijo que lo asume libre y voluntariamente. Y el 

pueblo, los sumos sacerdotes, Pilato, Herodes..., todos, absolutamente todos nosotros quedamos exculpados; ese es nuestro Dios.

«Jesús es entregado por nuestros pecados, y resucitado –el mal no pudo con Él– por nuestra justificación» (Rom 4,25).

 

Esta es una experiencia personal del apóstol Pablo, que él mismo hace universal en sus catequesis, como en la que da a los cristianos de Roma. Pablo siente que Dios ha 

entregado a su Hijo para liberarle de su carga, de su pecado, de todo el arrastre que supone la existencia de una vida sin sentido; experiencia que nos transmite con palabras de una belleza inenarrable: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál 2,20).

Es cierto que la entrega de Jesucristo es universal, pero estamos llamados a hacer la experiencia personal de Pablo cuando dice: «Me amó y se entregó por mí».

 


lunes, 16 de septiembre de 2024

SALMO 81(80).-Para la fiesta de las tiendas


Del maestro de coro. Según «el arpa de Gat». De Asaf

2 Aclamad al Señor, nuestra fuerza, aclamad al Dios de Jacob.

3 Acompañad al arpa, tocad los panderos, el arpa melodiosa y la cítara.

4 Tocad la trompeta por el mes nuevo,por la luna llena, que es nuestra fiesta.

4 Tocad la trompeta por el mes nuevo, por la luna llena, que es nuestra fiesta.

s Porque es una ley de Israel,un precepto del Dios de Jacob,

6 una norma establecida para José,cuando salió de la tierra de Egipto.

Oigo un lenguaje desconocido:

7 «He retirado la carga de sus hombros,y sus manos dejaron la espuerta.

8 Clamaste en la opresión y te libré.

Oculto entre los truenos, te respondí,

te puse a prueba en las aguas de Meribá».

9 Escucha, pueblo mío, voy a dar testimonio contra ti.

¡Ojalá me escucharas, Israel!

10 «No haya nunca en ti un dios extraño,

no adores nunca un dios extranjero.

11 Yo soy el Señor, tu Dios,

que te saqué de la tierra de Egipto.

Abre la boca y te la llenaré».

12 Pero mi pueblo no escuchó mi voz,

Israel no me quiso obedecer.

13 Entonces los entregué a su corazón obstinado:

¡Que sigan sus propios caminos!

14 ¡Ah, si mi pueblo me escuchara,

si caminara Israel por mis caminos... !

15 Yo derrotaría en un momento a sus enemigos,

y volvería mi mano contra sus opresores.

16 Los que odian al Señor lo adularían,

y su tiempo habría pasado para siempre.

17 Te alimentaría con fior de trigo,

te saciaría con miel de la roca.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


 ¡Si escucháramos a Dios!

Este salmo es un himno litúrgico de alabanza y bendición a Dios con motivo de la fiesta de las Tiendas. Israel celebra comunitariamente esta fiesta haciendo memoria de la presencia amorosa de Yavé en su caminar por el desierto, presencia que alcanza su culmen con la entrega de la ley en la teofanía del Sinaí.

El himno tiene dos bloques bien definidos. En el primero se evoca la Palabra que Yavé pronunció sobre Israel, esclavo del Faraón, y que tuvo la fuerza para arrancarlo de la opresión y conducirlo a la libertad: «Oigo un lenguaje desconocido: “He retirado de sus hombros de la carga, y sus manos dejaron la espuerta. Clamaste en la opresión, y te libré».

El segundo bloque es una llamada a la conversión. El pueblo tiene conciencia de que la nueva esclavitud que pesa sobre él en Babilonia, es debida a su reticencia a escuchar y obedecer a Yavé: «Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no me quiso obedecer. Entonces los entregué a su corazón obstinado: ¡Que sigan sus propios caminos!».

A este respecto, es muy esclarecedora la oración que el profeta Daniel dirige a Yavé, encontrándose él mismo en el destierro. Entresacamos algunos extractos de la invocación del profeta que reflejan con intensidad el espíritu del salmo en lo que se refiere al oído cerrado de Israel. Los extractos que vamos a ver están sacados todos ellos del capítulo nueve del libro del profeta Daniel.

Este es consciente de que Israel se ha vuelto de espaldas a la palabra que Dios les había dirigido por medio de sus patriarcas, jueces y profetas: «No hemos escuchado a tus siervos los profetas que en tu nombre hablaban a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, a todo el pueblo de la tierra». Ha sido su torpeza de oído lo que ha sumido al pueblo en la vergüenza y humillación de estar sirviendo a una nación extranjera: «Yavé, a nosotros la vergüenza, a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, porque hemos pecado contra ti».

El punto más álgido y doloroso de la confesión del profeta, es cuando llama al pueblo desertor; compara la actitud de no escuchar a Yavé con la deserción: «No hemos escuchado la voz de Yavé nuestro Dios para seguir sus leyes, que él nos había dado por sus siervos los profetas. Todo Israel ha transgredido tu ley, ha desertado sin querer escuchar tu voz, y sobre nosotros han caído la maldición y la imprecación escritas en la ley de Moisés, siervo de Dios». No hay duda de que el Espíritu Santo, que suscita en el profeta una confesión tan cruda como sincera, suscita al mismo tiempo la confianza extrema de que la misericordia de Yavé es mayor que la desviación del pueblo. Por eso se atreve a suplicarle así: «Y ahora, Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo y sus súplicas... No, nos apoyamos en nuestras obras justas para derramar ante ti nuestras súplicas, sino en tus grandes misericordias. ¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y obra!».

Dios, siempre atento a los sufrimientos de sus hijos, sensible a todo dolor humano, no puede resistirse a una súplica tan profunda y tierna al mismo tiempo; más aún cuando la súplica nace de la verdad: el reconocimiento de que el pueblo se ha puesto de espaldas a Dios. Pues bien, si el pueblo se ha puesto de espaldas, Él se pondrá de cara al hombre enviándole su Palabra hecha carne en el Señor Jesús. Ya no hay que buscar en lo alto de los cielos. Está en medio de nosotros. La vida está entre nosotros, está a nuestro alcance.

No obstante, el problema radical del hombre sigue flotando en el aire: su desgana para escuchar a Dios. Se escucha con agrado supuestos o reales mensajes de tal o cual aparición. Sean reales o no, no vienen directamente de Dios; sin embargo, son más dignos de crédito que lo que Dios nos ha hablado por medio de su Hijo. Se hacen peregrinaciones para ver qué contienen tales mensajes, mientras que la Palabra que da vida eterna, cuyo precio fue la misma sangre de Dios, queda apartada como si fuera un trasto de poca importancia.

Este es el problema fundamental de muchos hombres de hoy: ir detrás de lo accesorio desplazando a Dios que está vivo en su Palabra, no es un problema nuevo. El príncipe del mal siempre ha tenido sus ardides para meter su mentira mezclándola con medias verdades.

A fin de cuentas, es el mismo problema que Jesús enfrentó con los judíos, incluidos los sacerdotes y doctores de la ley, en su predicación. Tan fuerte fue el enfrentamiento, que tuvo que decirles palabras fortísimas. Palabras que sirvieron para ellos en su tiempo, son válidas a lo largo de estos dos mil años y, por supuesto, hoy nos alcanzan a nosotros: «El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis porque no sois de Dios» (Jn 8,47). 

sábado, 14 de septiembre de 2024

SALMO 80(79).- Súplica por la restauración de Israel

 Salmo 80 (79)

1 Del maestro de coro. Según la melodía:«Los lirios son los preceptos». De Asaf Salmo.

2 ¡Pastor de Israel, escucha, 

tú que diriges a José como a un rebaño;

tú que te sientas sobre querubines, resplandece

3 ante Efraín, Benjamín y Manasés!

Despierta tu poder y ven a socorrernos.

4 iRestáuranos, oh Dios!

iQue brille tu rostro y seremos salvados!

5 Señor Dios de los Ejércitos,

¿hasta cuándo estarás airado

mientras tu pueblo te suplica?

6 Tú les diste a comer llanto,

y a beber lágrimas a tragos.

7Tú nos convertiste en la disputa de nuestros vecinos, y nuestros enemigos se burlan de nosotros.

8 iRestáuranos, Dios de los Ejércitos!i Que brille tu rostro y seremos salvados!

9 Sacaste una vid de Egipto,              expulsaste a las naciones y la trasplantaste.

10 Preparaste el terreno y, echando raíces, llenó el país.

11 Su sombra cubría las montañas, sus pámpanos, los cedros de Dios.

12 Extendía sus sarmientos hasta el mar, y sus brotes hasta el río.

13 ¿Por qué has derribado su cerca?¿Para que la saqueen los viandantes,

14 y la devasten los jabalíes del bosque,

y la devoren las bestias del campo?

15 ¡Dios de los Ejércitos, vuélvete!   ¡Mira desde el cielo y contempla! Ven a visitar tu viña,

16 el retoño que tu diestra plantó, y que hiciste vigoroso.

17 La han quemado como estiércol, pero perecerán con la amenaza de tu rostro.

18 Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste.

19 No volveremos a alejarnos de ti. Haznos vivir, para que invoquemos tu nombre.

20 iRestáuranos, Señor, Dios de los Ejércitos!

¡Que brille tu rostro y seremos salvados!


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

La vuelta hacia Dios

El autor eleva una súplica a Yavé, pidiéndole que reconstruya a su pueblo devastado por sus enemigos. 

No encuentra méritos ni en él ni en el pueblo, para que Dios sea benévolo con ellos. Sin embargo, apela a una razón de la que Dios no puede sustraerse. Razón tan válida y fuerte por la que Dios se sienta, diríamos, presionado a actuar. El argumento es que no fue Israel quien escogió a Yavé, sino éste quien se fijó en él y lo eligió. 

La intercesión de nuestro hombre fiel es asombrosamente lógica: ¿Tanto como has hecho por tu pueblo y ahora, porque hemos pecado, te desentiendes de él? ¿Vas a olvidar tu viña y dejar que sea pisoteada por las bestias? 

El salmista tiene la certeza de que Dios se apiadará de su pueblo; su acción salvadora culminará cuando haga volver a Israel hacia su luz. 

Ya que el hombre por sí mismo no puede volverse a Dios pues sus ojos están seducidos por la idolatría (Gén 3,6), el salmista suplica que Dios mismo, con su luz, con su rostro radiante, seduzca al hombre hasta el punto de que pueda volverse sobre sus pasos y orientarlos hacia Él.

Y Dios se hace hombre. Su luz está en medio de nosotros. es su luz. Es ella la que da la vuelta a nuestro caminar y nos pone cara a cara con Dios tal y como se pide en el salmo.

Juan, en su primera carta, exhorta a su comunidad a caminar en la luz.  el apóstol alenta a la comunidad a fin de que aproveche el don que Dios nos ha dado en Jesucristo: poder volvernos a Dios, es decir, caminar en la luz: «Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna... si caminamos en la luz como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros» (1Jn 1,5-7).

Vamos a ver ahora uno de los muchos encuentros que el Señor Jesús, «Luz de Dios», tuvo con los hombres, dominados por las tinieblas. Nos referimos al encuentro con el ciego de Jericó. Sus tinieblas, perfectamente simbolizadas en su ceguera física, son vencidas por la acción del Hijo de Dios. 

El ciego, que responde al nombre de Bartimeo, estaba sentado junto al camino. De pronto oye ruido alrededor, por lo que pregunta qué es lo que está sucediendo, a lo que le responden que Jesús está pasando por ahí.

Bartimeo sabe que está ante la ocasión de su vida;  Sus ojos no pueden ver, pero su garganta sí puede gritar y eso es lo que hace,... hasta que Jesús le manda llamar.

Jesús le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Y él respondió: Maestro, ¡que pueda ver! Jesús le devolvió la vista. Y nos dice el Evangelio que, una vez que a Bartimeo se le abrieron los ojos, siguió a Jesús por el camino (Mc 10,46-52). Ahí está la respuesta de Dios al también grito del salmista: ¡Haznos volver! Bartimeo pasó de estar sentado a orientar sus pasos hacia el rostro radiante del Padre, siguiendo a su Hijo.


viernes, 13 de septiembre de 2024

Partiendo la Palabra - Los pequeños de Dios II

Partiendo la Palabra
Los pequeños de Dios  II
( Mt 11,25 - 30 ) 

En el texto anterior vimos  que los sabios de este mundo descargan su odio sobre los que Jesús llama : " Mis pequeños " es decir,  mis Discípulos. ( Jn 15,18 ) Desprecios profetizados por el salmista ( 119, 141 )  Jesús no se desentiende de nosotros, le importamos mucho y por eso nos dice :  " Venid a mi los que estais ultrajados  y fatigados ... y encontraréis descanso para vuestras almas ( Mt 11,28-29 ) Si, venid a mí ;  conozco bien vuestra desolación, yo la sufrí en mi cuerpo y en mi alma . Cargáis con el mal de este mundo, que se ceba en  vosotros, sin embargo os he dado la Sabiduría para que vuestros ojos estén fijos en mi, esperando mi ayuda ante el sarcasmo y desprecio de los orgullosos.( Sl 123, 1-4 ) También yo conocí el cansancio extremo y la fatiga insoportable de parte de los soberbios de este mundo y me refugié en mi Padre. Vosotros, venid, refugiados en mi y encontrareis descanso para vuestras almas malheridas.  No tengáis miedo. ¡ Venid, refugiaos en mi !
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com

Partiendo la Palabra - Los peueños de Dios I

Partiendo la Palabra
Los pequeños de Dios I
( Mt 11,25-30 )

Que Luz tan profunda tuvo que recibir Jesús de parte del Padre, para exclamar : "Te bendigo Padre porque has escondido estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños..." La explicación de " estas cosas,  que son las cosas santas de Dios  " la encontramos en este pasaje del Libro de la Sabiduría : " Los que guarden santamente las cosas santas serán reconocidos como santos...deseas pues mis palabras, ansiadlas  que ellas os instruirán " ( Sb 6,10-11 ) Jesús está diciendo que el Misterio de Dios está oculto a los sabios e inteligentes según el mundo y que El  se lo revela a sus hijos, a sus pequeños. Sondeemos unas palabras de Jesús   acerca de quienes son sus pequeños; me refiero al texto ( Mt 19,13-22 ) En los primeros versículos vemos que  los Apóstoles intentan apartar unos niños de Jesús para que no le molesten pero El  aprovecha esta circunstancia para decirles : " Los que son como ellos heredarán el Reino de los Cielos "  Para Jesús los niños...los pequeños de Dios son aquellos que acogiendo sus palabras en su corazón - como María -  le dicen : Aquí estoy.  Continuamos leyendo el pasaje y vemos a un joven rico que desea seguir a Jesús, pero cuando le dice que debe de escoger entre El y sus bienes, se echa atrás, es decir no creyó que Jesús sería el garante de su sustento. ( Mt 6,25...)  Los sabios según este mundo,  dada su frustración por no haber creído,  como los  pequeños - en las palabras de Jesús,  descargan, como  El mismo dijo,  su odio contra  ellos ( Jn 15,18 )
Seguimos el Miércoles....
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com

viernes, 6 de septiembre de 2024

SALMO 78(77).- Las lecciones de la Historia de Israel



1Poema. De Asaf

Pueblo mío, escucha mi enseñanza,

inclina el oído a las palabras de mi boca.

l Voy a abrir mi boca en parábolas,

voy a exponer enigmas del pasado.

3 Lo que oímos y aprendimos,

lo que nos contaron nuestros padres,

4 no lo ocultaremos a sus hijos,

lo contaremos a la generación futura:

las alabanzas del Señor, su poder,

las maravillas que realizó.

5 Porque él estableció una norma para Jacob,

y le dio una ley a Israel:

ordenó a nuestros padres

que las transmitieran a sus hijos,

6 para que las conociera la generación siguiente,

los hijos que nacerían después.

Que se levanten y las cuenten a sus hijos,

7 para que pongan en Dios su confianza,

no olviden las acciones de Dios

y observen sus mandamientos

8 Para que no sean como sus padres,

una generación desobediente y rebelde,

generación de corazón inconstante,

cuyo espíritu no es fiel a Dios.

9 Los hijos de Efraín, arqueros preparados,

volvieron la espalda el día de la batalla,

10 no guardaron la alianza de Dios,

se negaron a seguir su ley.

11 Olvidaron sus grandes acciones,

las maravillas que les había mostrado,

12 cuando realizó prodigios delante de sus padres,

en el país de Egipto, en la región de Tanis:

13 él dividió el mar y los hizo pasar,

sosteniendo las aguas como con un dique.

14 De día los guió con la nube,

y de noche con la luz de un fuego.

15 Hendió la roca en el desierto

y les dio a beber aguas abundantes.

16 De la peña hizo brotar torrentes,

y las aguas bajaron como ríos.

17 Pero volvieron a pecar contra él,

rebelándose contra el Altísimo en el desierto.

18 Tentaron a Dios en sus corazones,

pidiendo comida de su gusto.

[9 y hablaron contra Dios: «¿Podrá Dios

preparar una mesa en el desierto?».

20 Entonces él hirió la roca y brotó el agua,

y se desbordaron los torrentes.

«¿Acaso podrá darnos también pan

o proporcionarle carne a su pueblo?».

21 Oyéndolo, el Señor se enfureció;

un fuego se encendió contra Jacob

y la ira se alzó contra Israel.

22 Porque no tenían fe en Dios,

no confiaban en su auxilio.

23 Mientras, él dio órdenes a las nubes altas

y abrió las compuertas del cielo:

24 hizo llover sobre ellos el maná,

les dio un trigo del cielo.

25 El hombre comió pan de los ángeles,

Dios les mandó provisiones hasta la hartura.

26 Hizo soplar en el cielo el viento del este,

y con su poder trajo el viento del sur:

27 hizo llover sobre ellos carne como polvo,

aves numerosas como la arena del mar,

28 haciéndolas caer en medio del campamento,

alrededor de sus tiendas.

29 Comieron y se saciaron,

pues él les dio lo que querían.

30 Pero no habían satisfecho aún el apetito,

tenían todavía la comida en la boca,

31 cuando la ira de Dios estalló contra ellos:

mató a los más fuertes,

doblegó a la juventud de Israel.

32 A pesar de ello volvieron a pecar,

y no dieron fe a sus maravillas.

JJ Consumió sus días en un soplo

y sus años en un momento.

J4 Cuando los mataba, entonces lo buscaban,

madrugando para volverse hacia Dios.

35 Se acordaban de que Dios era su roca,

de que el Dios Altísimo era su redentor.

36 Ellos lo adulaban con la boca,

pero con la lengua le mentían.

37 Su corazón no era sincero con Dios,

no eran fieles a su alianza.

38 Pero él, compasivo,

perdonaba sunanus faltas y no los destruía.

Reprimía su cólera muchas veces,

y no despertaba todo su furor.

39 Se acordaba de que sólo eran carne,

un soplo que se va para no volver nunca.

40 ¡Cuántas veces lo afrentaron en el desierto

y lo ofendieron en lugares solitarios!

4! Volvieron a tentar a Dios,

a irritar al Santo de IsraeL

42 No se acordaban de su mano,

que un día los rescató de la opresión:

43 cuando realizó sus signos en Egipto,

y sus prodigios en la región de Tanis.

44 Cuando convirtió en sangre sus canales

y sus arroyos, privándolos de beber.

45 Cuando les mandó tábanos que los devoraban,

y ranas que los devastaban.

46 Cuando entregó a las langostas sus cosechas,

y su trabajo a los saltamontes.

47 Cuando destruyó sus viñas con granizo,

y con la helada sus sicómoros.

48 Cuando abandonó sus ganados al pedrisco,

y a los relámpagos sus rebaños.

49 Cuando lanzó contra ellos el fuego de su ira:

cólera, furor y aflicción,

ángeles portadores de desgracias;

50 y dio curso libre a su ira,

y ya no los preservó de la muerte,

sino que entregó sus vidas a la peste.

\! Cuando hirió a todo primogénito en Egipto,

a las primicias de la raza en las tiendas de Cam.

52 Hizo salir a su pueblo como un rebaño,

los condujo por el desierto como ovejas.

53 Los guió con seguridad, sin alarmas,

mientras el mar cubría a sus enemigos.

54 Los introdujo por las santas fronteras,

hasta el monte que su diestra había conquistado.

55 Expulsó ante ellos a las naciones,

y les asignó por suertes una herencia,

instalando en sus tiendas a las tribus de IsraeL

56 Aún así, tentaban y afrentaban al Dios Altísimo,

negándose a guardar sus preceptos.

57 Se desviaron, traicionaban como sus padres,

se torcieron como un arco infieL

58 Con sus lugares altos lo indignaban,

y le provocaban celos con sus ídolos.

59 Dios lo oyó y se enfureció,

y rechazó a Israel completamente.

60 Abandonó su morada de Silo,

la tienda donde habitaba entre los hombres.

61 Entregó a sus valientes al cautiverio,

puso su esplendor en manos del opresor.

62 Abandonó su pueblo a la espada,

se enfureció contra su heredad.

63 El fuego devoró a sus jóvenes,

y sus vírgenes no tuvieron cánticos nupciales.

64 Sus sacerdotes cayeron a espada,

y sus viudas no entonaron lamentaciones.

65 y el Señor despertó como quien duerme,

como un guerrero embriagado por el vino.

66 Hirió a sus opresores en la espalda,

y los entregó para siempre a la vergüenza.

67 Rechazó la tienda de José,

no escogió la tribu de Efraín.

68 Escogió la tribu de Judá,

y el monte Sión, su preferido.

69 Construyó su santuario como el cielo,

y lo cimentó para siempre, como la tierra.

70 Escogió a David, su siervo,

y lo sacó del aprisco de las ovejas.

71 De detrás de las ovejas lo sacó,

para que apacentara a Jacob, su pueblo,

a Israel, su heredad.

72 Los pastoreó con corazón íntegro,

y los condujo con mano inteligente.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Dios y sus maravillas

Israel evoca su historia bajo dos perspectivas. La primera  está marcada por la fidelidad de Dios a sus promesas. Fidelidad que se traduce en las continuas maravillas que Dios ha hecho y continúa haciendo con su pueblo liberándolo, protegiéndolo y engrandeciéndolo. La segunda perspectiva es la contumaz infidelidad del pueblo que, a pesar de tantos signos de salvación dados por Dios a lo largo de su historia, es incapaz de quitarse de encima la desconfianza natural que surge ante la prueba y el peligro.

Nos vamos a detener en esta segunda perspectiva escuchando al salmista: «Y hablaron contra Dios: “¿Podrá Dios preparar una mesa en el desierto?”. Oyéndolo, el Señor se enfureció; un fuego se encendió contra Jacob... Porque no tenían fe en Dios, no confiaban en su auxilio». Aun así, a pesar de que Dios se enfurece, es decir, se aleja de ellos retirándoles su protección, el pueblo persiste en su actitud de no dar crédito a Dios, que siempre les ha protegido: «A pesar de todo volvieron a pecar, y no dieron fe a sus maravillas».

Dios, cuando su pueblo se empecina en su testarudez, le deja a merced de sus fuerzas para que aprenda que, sin Él, no puede sobrevivir. A pesar de ello, Israel persiste en su terquedad y no se vuelve a Yavé que tantas maravillas ha hecho por él. A un cierto momento, parece que el pueblo va aprendiendo la pedagogía que Dios usa con él, y se acoge a su protección. Pero no nos engañemos, es una conversión superficial, algo así como para salir del apuro: «Cuando los mataba, entonces lo buscaban, madrugaban para volverse hacia Dios... Ellos lo adulaban con la boca, pero con la lengua le mentían...».

Esta vuelta engañosa a Dios, marcada por el interés y el temor, a fin de salir airosos de una situación peligrosa, la denuncia Dios mismo por medio del profeta Oseas con palabras que nos atraviesan el alma: «Venid, volvamos a Yavé, pues él nos ha desgarrado y él nos curará, él nos ha herido y él nos vendará. Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir y en su presencia viviremos» (Os 6,1-2). Así habla el pueblo, proponiendo una vuelta a Dios fríamente calculada. Es una conversión en la que no interesa tanto Dios cuanto el hecho de que les libre de la calamidad. No es una conversión interior, es una simple fachada para que el pueblo pueda superar sus desgracias. Dios mismo responde así a una conversión tan ficticia como ridícula: «¿Qué he de hacer contigo, Efraín? ¿Qué he de hacer contigo, Judá? ¡Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío matinal que pasa...!» (Os 6,4).

Dios responde así a Israel para hacerle ver que, como ya denuncia el salmo, «su corazón no era sincero con Dios, no eran fieles a su alianza». Con estas palabras, Dios pone el dedo en la llaga de lo que constituye la razón de la incredulidad del hombre. El corazón de Israel no era sincero y no podía serlo porque no daba crédito a su alianza. ¿Cómo puede creer un hombre que echa en saco roto todo lo que Dios ha hecho por Él? ¿Cómo puede creer un hombre cuando, en su soberbia, piensa que lo que ha llegado a ser se debe a sus esfuerzos y capacidades? ¡Dios no ha hecho con él ninguna maravilla, tal y como ya vimos en el salmo! «No dieron fe a sus maravillas». ¡Pobre del hombre que piensa que todo lo que es, se lo debe a sí mismo!

Habrá que volver nuestros ojos a María de Nazaret, imagen preciosa de la fe, que, en su cántico de acción de gracias, proclama con todas sus fuerzas: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el poderoso, santo es su nombre» (Lc 1,48-49).

María, espejo de la fe de todo creyente, pregona, exultante, que el nombre de Dios es santo porque, en su fidelidad, Dios ha hecho en ella maravillas. Maravillas que Israel no pudo o no quiso reconocer, no las tuvo presentes en el momento de la prueba, de la tentación, del peligro.

María es portadora de una misión única en la historia. No pudo ni quiso dar explicaciones a nadie, ni siquiera a José, su esposo. Sabía que, si se habían de dar explicaciones, las daría Aquel que le confió la misión: el mismo Dios. Y así lo hizo. Por eso sus labios se articularon gozosamente para anunciar a su prima Isabel y a toda la humanidad que Dios, el Dios de sus padres, es el Dios fiel, el que no olvida, el que no abandona, el que ha hecho en ella las maravillas que fundamentan su fe.

Dios hace sus maravillas con todo hombre; maravillas que son aún más evidentes en todo aquel que busca sinceramente a Dios, tan sinceramente que se pone en sus manos. Al igual que María de Nazaret, el discípulo del Señor Jesús rescata de su alma las maravillas en ella acontecidas. Estas se convierten entonces en baluartes y ciudadelas que resisten toda tentación. Se convierten en bálsamo para nuestras heridas. También son surtidores de esperanza en momentos de desánimo. En definitiva, estas maravillas marcan nuestra fidelidad con Dios; así como también crean en nosotros la conciencia de que es verdad que tenemos un Padre.

SALMO 77(76).- Meditación sobre el pasado de Israel

 Salmo 77(76): Texto Bíblico

1 Del maestro de coro. .. Yedutún. De Asaf Salmo.

2 iA Dios levanto mi voz gritando!

iA Dios alzo mi voz y él me escucha!

3 En el día de la angustia busco al Señor.

Por la noche extiendo las manos sin descanso,

y mi alma rehúsa el consuelo.

4 Me acuerdo de Dios y gimo,

medito y me siento desfallecer.

5Tú sujetas los párpados de mis ojos,

me agito y no puedo hablar.

6 Pienso en los días de antaño,

recuerdo los años remotos.

7 De noche reflexiono en mi corazón,

y meditando me pregunto:

8 ¿Va a rechazarnos el Señor para siempre?

¿Ya no volverá a favorecernos nunca?

9 ¿Se ha agotado su misericordia?

¿Se ha terminado para siempre su misericordia?

10 ¿Acaso Dios se ha olvidado de su bondad,

o ha cerrado sus entrañas con ira?

11 Y me digo: «¡Esta es mi pena!:

¡Ha cambiado la diestra del Altísimo!».

12 Me acuerdo de las proezas del Señor,

recuerdo tus portentos de antaño,

13 medito todas tus obras,

y considero tus hazañas.

14 ¡Oh Dios, tus caminos son santos!

¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?

15 Tú eres el Dios que hace maravillas,

mostrando tu fuerza a las naciones.

16 Con tu brazo rescataste a tu pueblo,

a los hijos de Jacob y de José.

17 Te vio el mar, oh Dios,

te vio el mar y tembló,

las olas se estremecieron.

18 Las nubes derramaron sus aguas,

tronaban los nubarrones,

y tus flechas zigzagueaban.

19 Rodaba el estruendo de tu trueno,

tus relámpagos iluminaban el mundo,

la tierra retembló estremecida.

20 Abriste un camino entre las aguas,

un vado en las aguas torrenciales,

sin dejar rastro de tus pasos.

21 Guiaste a tu pueblo como a un rebaño,

por la mano de Moisés y de Aarón.

https://youtu.be/KPR4Ri8oPtQ

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


¿Se acabó la Palabra?

El salmista entona una plegaria que más bien es el clamor de un alma angustiada y dolorida. Evoca las numerosas intervenciones de Yavé en favor de su pueblo, su rescate de la opresión de Egipto: «Tú eres el Dios que hace maravillas... Con tu brazo rescataste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José». Y más aún, recuerda con enternecedora nostalgia cómo Dios pastoreó a Israel como rebaño de su propiedad, y lo condujo por el desierto hacia la tierra prometida: «Guiaste a tu pueblo como a un rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón».

El autor está viviendo una tentación terrible, algo así como que las acciones salvadoras de Dios para con su pueblo no tuviesen más valor que un simple recuerdo: «Me acuerdo de las proezas del Señor, recuerdo tus portentos de antaño».

Es tan fuerte la sensación de abandono que Israel experimenta en el destierro, que su alma, como si estuviera en un delirio, llega a balbucir esta queja por medio de nuestro hombre orante: «¿Va a rechazarnos el Señor para siempre? ¿Ya no volverá a favorecernos nunca? ¿Se ha agotado su misericordia?».

La angustia abismal golpea las entrañas del pueblo elegido y llega a su culmen de desamparo cuando la oración se desgarra con este grito que aglutina todas las desgracias posibles. Pregunta el salmista a Dios: «¿Se ha terminado para siempre su misericordia?».

Nuestro autor sabe muy bien que Israel es un pueblo privilegiado, elegido entre todos los de la tierra, porque Yavé ha pronunciado su Palabra sobre él. Una Palabra que tiene poder creador, poder para elegir, poder para salvar... Y ahora ¿no hay más Palabra para el pueblo? Si se acabó la Palabra para Israel, se acabó su historia de salvación. De ahí su oración más que desesperada: ¡No tenemos tu Palabra! Esta condición de abatimiento total ¿será para siempre? Oigamos sus gemidos lastimeros: «¿Acaso Dios se ha olvidado de su bondad, o ha cerrado sus entrañas con ira? Y me digo: “¡Esta es mi pena!: ¡Ha cambiado la diestra del Altísimo!”».

¿Qué hace Dios? ¿Cómo va a responder al dolor tan inhumano de este fiel que acude a Él? Por mucho que haya pecado el pueblo, ¿se va a quedar indiferente ante una súplica tan trágica como tierna? ¿Cuál será la respuesta de Dios? «Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14).

San Juan en su primera Carta nos dice que, efectivamente, que la Palabra estaba vuelta hacia el Padre, es decir, cara a cara con Él, y que se manifestó, se volvió hacia el hombre para que este pueda también vivir de ahora en adelante cara a cara con el Padre, con Dios.

Es impresionante la riqueza de detalles con que Juan nos transmite este acontecimiento de salvación al que llamamos la gracia de todas las gracias. Son detalles personales pero que abarcan a todos los apóstoles, y también a todos los que con ellos anuncian el Evangelio en los primeros tiempos de la Iglesia. Escuchemos a san Juan: «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de la vida, pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos, es decir, os transmitimos, os ofrecemos, de parte de Dios y en su nombre, la vida eterna».

Es profundamente iluminador constatar cómo, los primeros anunciadores del Evangelio, transmitían a sus oyentes, a sus rebaños, lo que ellos mismos veían, oían, tocaban y contemplaban en la Palabra que vivían por la fuerza y poder de Jesucristo. La Palabra era su Emmanuel, su Dios con ellos en toda su riqueza, con todo su poder para levantar, reconstruir y, por supuesto, engendrar hijos de Dios.

El broche de oro de este texto de la primera Carta de Juan que estamos comentando, es que Juan tiene conciencia de que la experiencia de ver, oír, tocar y contemplar que les da la vida, no era un privilegio para él y los que habían seguido al Hijo de Dios desde el principio. Sí era y es un privilegio; pero para todos los oyentes que acogían la predicación. Veamos cómo sigue el texto: «Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo» (1Jn 1,1-4).

Cuando dice Juan que les anuncia para que estén en comunión con ellos, les está garantizando las características de esta comunión. También ellos, es decir, los oyentes y acogedores de la predicación, están capacitados por Dios mismo para verle, oírle, tocarle, contemplarle en la Palabra. Por eso, san Juan la llama Palabra de vida, porque nos hace entrar en comunión con los hombres y con Dios. Nos permite vivir cara a cara con el hombre y cara a cara con Dios. He ahí el doble mandamiento anunciado por Jesús.

 


lunes, 2 de septiembre de 2024

SALMO 79(78).- Elegía nacional

 Salmo. De Asaf

Oh Dios, las naciones han invadido tu heredad,

han profanado tu templo santo,

han reducido Jerusalén a ruinas.

2 Han dado los cadáveres de tus siervos

como alimento a las aves del cielo,

y la carne de tus fieles

a las fieras de la tierra

3 Derramaron su sangre como agua

en torno a Jerusalén,

y nadie la enterraba.

4 Nos convertimos en escarnio de nuestros vecinos,

en diversión y burla de los que nos rodean.

5 ¿Hasta cuándo, Señor?

¿Vas a estar airado hasta el fin?

¿Arderán como fuego tus celos?

6 Derrama tu furor

sobre las naciones que no te reconocen,

sobre los reinos que no invocan tu nombre.

7 Han devorado a Jacob

y han devastado su morada.

8 No recuerdes contra nosotros

las faltas de nuestros antepasados.

Que tu compasión venga enseguida a nosotros,

pues estamos totalmente debilitados.

9 Ayúdanos, oh Dios, Salvador nuestro,

por el honor de tu nombre!

¡Líbranos y perdona nuestros pecados,

a causa de tu nombre!

10 ¿Por qué han de decir las naciones:

«Dónde está su Dios»?

Que ante nuestros ojos

reconozcan las naciones la venganza

de la sangre de tus siervos derramada.

11 ¡Llegue a tu presencia el gemido del cautivo:

con tu brazo poderoso

salva a los condenados a muerte,

12 y a nuestros vecinos devuélveles siete veces

la afrenta con que te afrentaron, Señor!

13 Mientras, nosotros, tu pueblo,

ovejas de tu rebaño,

te damos gracias por siempre,

y de generación en generación,

proclamaremos tu alabanza.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Quiero hospedarme en tu casa

Una vez más, Israel clama a Dios con una oración profusamente revestida de tintes dramáticos. La ruina y el saqueo de la ciudad santa de Jerusalén es el cuerpo de esta súplica-lamento del salmo: «Oh Dios, las naciones han invadido tu heredad, han profanado tu templo santo, han reducido Jerusalén a ruinas. Han dado los cadáveres de tus siervos como alimento a las aves del cielo...».

El pueblo es consciente de que la desolación, de la que tan orgullosamente llamaban «la heredad de Yavé», ha acontecido a causa de los pecados tanto de sus antepasados: «No recuerdes contra nosotros las faltas de nuestros antepasados... pues estamos totalmente debilitados», como de los propios.

Por eso, porque sus pecados pesan como una losa de la que no se pueden liberar, apelan al Dios misericordioso con una invocación llena de esperanza. Claman por la ayuda de Dios frente a su pecado, pues saben que este es la raíz de todos sus males. Acuden a Yavé para que sea Él mismo quien quite los pecados del pueblo: «¡Socórrenos, oh Dios, Salvador nuestro, por el honor de tu nombre! ¡Líbranos!, y `perdona nuestros pecados...».

¿Cómo responde Dios? ¿Se puede quedar sordo ante esta súplica? ¿Da la espalda a su pueblo porque le ha sido infiel? ¡Ese Dios no existe!

Dios, a quien no se le escapa ningún grito de dolor, responde a la oración de su pueblo enviando a su Hijo como salvador. Jesucristo es enviado para quitar el pecado no ya solo del pueblo, sino del mundo, de toda la humanidad. Lo va a cargar sobre sus espaldas y a clavar en la cruz juntamente con su cuerpo.

Jesucristo, al quitar el pecado del mundo, anula todas nuestras deudas con Dios; no hay nada que pagar por ellas. La sangre del Cordero inocente es precio de rescate más que suficiente para cancelar todas las cuentas pendientes de toda la humanidad para con Dios. El apóstol Pablo nos lo expresa en estos términos: «Jesucristo canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz» (Col 2,14).

Una preocupación central del Antiguo Testamento es que nadie está lo suficientemente purificado para habitar, hospedarse con Dios. Veamos, por ejemplo, el Salmo 15: «¿Quién puede, Señor, hospedarse en tu tienda? El que obra con integridad y practica la justicia, el que no hace mal a su prójimo y no difama a su vecino...». Lo dicho, absolutamente nadie.

El Señor Jesús da la vuelta a esta preocupación del salmista de cómo se puede llegar a habitar con Dios. Va a ser Él quien habite en nosotros: « se hizo carne y habitó entre nosotros». Este habitar con nosotros se personaliza en cada hombre-mujer que le acoge; seres humanos que tienen un nombre concreto como, por ejemplo, Zaqueo.

Todos sabemos quién es Zaqueo; un jefe de publicanos, es decir, un pecador-extorsionador público y notorio. Pero, sabiendo que Jesús va a pasar por Jericó, hace lo posible y lo imposible por verle, hasta subirse a un árbol a pesar del ridículo que este gesto le acarrea. Ridículo mucho más fuerte teniendo en cuenta su categoría social en la ciudad.

Al pasar Jesús a su lado, levantó la mirada y le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me hospede yo en tu casa» (Lc 19,5). Conviene para ti, para que mi encarnación, mi habitar entre vosotros, no sea un acontecimiento de salvación inútil: no te beneficies de él.

Zaqueo bajó del árbol como pueden bajar los niños saltarines. Efectivamente, algo empezaba a nacer en este hombre. Nos imaginamos que se agarró al brazo de Jesús, le dirigió por las calles tortuosas de la ciudad y le dijo: Esta es mi casa, entremos juntos. El Señor Jesús, con el poder recibido del Padre, poder para quitar el pecado del mundo, dijo a este buen hombre que tanto había buscado la verdad sin saberlo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa... pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9).

Ojalá, ante los momentos de luz que Dios, en su misericordia, arroja sobre nuestra vida, podamos asimilar la personalidad de Zaqueo. El buscador que consiguió romper la terrible coraza de sus dineros, preocupaciones y compromisos sociales, para encontrarse con la vida que nada ni nadie le había dado, la que solamente Dios puede dar. Para dárnosla envió a su Hijo al mundo.

Busquemos con ansia a Dios desde nuestro árbol de la cruz, desde el que se cruzan su mirada y la nuestra; y así podamos, sin miedo, acoger y hospedar el santo Evangelio en el que vive el Señor Jesús.