viernes, 6 de septiembre de 2024

SALMO 78(77).- Las lecciones de la Historia de Israel



1Poema. De Asaf

Pueblo mío, escucha mi enseñanza,

inclina el oído a las palabras de mi boca.

l Voy a abrir mi boca en parábolas,

voy a exponer enigmas del pasado.

3 Lo que oímos y aprendimos,

lo que nos contaron nuestros padres,

4 no lo ocultaremos a sus hijos,

lo contaremos a la generación futura:

las alabanzas del Señor, su poder,

las maravillas que realizó.

5 Porque él estableció una norma para Jacob,

y le dio una ley a Israel:

ordenó a nuestros padres

que las transmitieran a sus hijos,

6 para que las conociera la generación siguiente,

los hijos que nacerían después.

Que se levanten y las cuenten a sus hijos,

7 para que pongan en Dios su confianza,

no olviden las acciones de Dios

y observen sus mandamientos

8 Para que no sean como sus padres,

una generación desobediente y rebelde,

generación de corazón inconstante,

cuyo espíritu no es fiel a Dios.

9 Los hijos de Efraín, arqueros preparados,

volvieron la espalda el día de la batalla,

10 no guardaron la alianza de Dios,

se negaron a seguir su ley.

11 Olvidaron sus grandes acciones,

las maravillas que les había mostrado,

12 cuando realizó prodigios delante de sus padres,

en el país de Egipto, en la región de Tanis:

13 él dividió el mar y los hizo pasar,

sosteniendo las aguas como con un dique.

14 De día los guió con la nube,

y de noche con la luz de un fuego.

15 Hendió la roca en el desierto

y les dio a beber aguas abundantes.

16 De la peña hizo brotar torrentes,

y las aguas bajaron como ríos.

17 Pero volvieron a pecar contra él,

rebelándose contra el Altísimo en el desierto.

18 Tentaron a Dios en sus corazones,

pidiendo comida de su gusto.

[9 y hablaron contra Dios: «¿Podrá Dios

preparar una mesa en el desierto?».

20 Entonces él hirió la roca y brotó el agua,

y se desbordaron los torrentes.

«¿Acaso podrá darnos también pan

o proporcionarle carne a su pueblo?».

21 Oyéndolo, el Señor se enfureció;

un fuego se encendió contra Jacob

y la ira se alzó contra Israel.

22 Porque no tenían fe en Dios,

no confiaban en su auxilio.

23 Mientras, él dio órdenes a las nubes altas

y abrió las compuertas del cielo:

24 hizo llover sobre ellos el maná,

les dio un trigo del cielo.

25 El hombre comió pan de los ángeles,

Dios les mandó provisiones hasta la hartura.

26 Hizo soplar en el cielo el viento del este,

y con su poder trajo el viento del sur:

27 hizo llover sobre ellos carne como polvo,

aves numerosas como la arena del mar,

28 haciéndolas caer en medio del campamento,

alrededor de sus tiendas.

29 Comieron y se saciaron,

pues él les dio lo que querían.

30 Pero no habían satisfecho aún el apetito,

tenían todavía la comida en la boca,

31 cuando la ira de Dios estalló contra ellos:

mató a los más fuertes,

doblegó a la juventud de Israel.

32 A pesar de ello volvieron a pecar,

y no dieron fe a sus maravillas.

JJ Consumió sus días en un soplo

y sus años en un momento.

J4 Cuando los mataba, entonces lo buscaban,

madrugando para volverse hacia Dios.

35 Se acordaban de que Dios era su roca,

de que el Dios Altísimo era su redentor.

36 Ellos lo adulaban con la boca,

pero con la lengua le mentían.

37 Su corazón no era sincero con Dios,

no eran fieles a su alianza.

38 Pero él, compasivo,

perdonaba sunanus faltas y no los destruía.

Reprimía su cólera muchas veces,

y no despertaba todo su furor.

39 Se acordaba de que sólo eran carne,

un soplo que se va para no volver nunca.

40 ¡Cuántas veces lo afrentaron en el desierto

y lo ofendieron en lugares solitarios!

4! Volvieron a tentar a Dios,

a irritar al Santo de IsraeL

42 No se acordaban de su mano,

que un día los rescató de la opresión:

43 cuando realizó sus signos en Egipto,

y sus prodigios en la región de Tanis.

44 Cuando convirtió en sangre sus canales

y sus arroyos, privándolos de beber.

45 Cuando les mandó tábanos que los devoraban,

y ranas que los devastaban.

46 Cuando entregó a las langostas sus cosechas,

y su trabajo a los saltamontes.

47 Cuando destruyó sus viñas con granizo,

y con la helada sus sicómoros.

48 Cuando abandonó sus ganados al pedrisco,

y a los relámpagos sus rebaños.

49 Cuando lanzó contra ellos el fuego de su ira:

cólera, furor y aflicción,

ángeles portadores de desgracias;

50 y dio curso libre a su ira,

y ya no los preservó de la muerte,

sino que entregó sus vidas a la peste.

\! Cuando hirió a todo primogénito en Egipto,

a las primicias de la raza en las tiendas de Cam.

52 Hizo salir a su pueblo como un rebaño,

los condujo por el desierto como ovejas.

53 Los guió con seguridad, sin alarmas,

mientras el mar cubría a sus enemigos.

54 Los introdujo por las santas fronteras,

hasta el monte que su diestra había conquistado.

55 Expulsó ante ellos a las naciones,

y les asignó por suertes una herencia,

instalando en sus tiendas a las tribus de IsraeL

56 Aún así, tentaban y afrentaban al Dios Altísimo,

negándose a guardar sus preceptos.

57 Se desviaron, traicionaban como sus padres,

se torcieron como un arco infieL

58 Con sus lugares altos lo indignaban,

y le provocaban celos con sus ídolos.

59 Dios lo oyó y se enfureció,

y rechazó a Israel completamente.

60 Abandonó su morada de Silo,

la tienda donde habitaba entre los hombres.

61 Entregó a sus valientes al cautiverio,

puso su esplendor en manos del opresor.

62 Abandonó su pueblo a la espada,

se enfureció contra su heredad.

63 El fuego devoró a sus jóvenes,

y sus vírgenes no tuvieron cánticos nupciales.

64 Sus sacerdotes cayeron a espada,

y sus viudas no entonaron lamentaciones.

65 y el Señor despertó como quien duerme,

como un guerrero embriagado por el vino.

66 Hirió a sus opresores en la espalda,

y los entregó para siempre a la vergüenza.

67 Rechazó la tienda de José,

no escogió la tribu de Efraín.

68 Escogió la tribu de Judá,

y el monte Sión, su preferido.

69 Construyó su santuario como el cielo,

y lo cimentó para siempre, como la tierra.

70 Escogió a David, su siervo,

y lo sacó del aprisco de las ovejas.

71 De detrás de las ovejas lo sacó,

para que apacentara a Jacob, su pueblo,

a Israel, su heredad.

72 Los pastoreó con corazón íntegro,

y los condujo con mano inteligente.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Dios y sus maravillas

Israel evoca su historia bajo dos perspectivas. La primera  está marcada por la fidelidad de Dios a sus promesas. Fidelidad que se traduce en las continuas maravillas que Dios ha hecho y continúa haciendo con su pueblo liberándolo, protegiéndolo y engrandeciéndolo. La segunda perspectiva es la contumaz infidelidad del pueblo que, a pesar de tantos signos de salvación dados por Dios a lo largo de su historia, es incapaz de quitarse de encima la desconfianza natural que surge ante la prueba y el peligro.

Nos vamos a detener en esta segunda perspectiva escuchando al salmista: «Y hablaron contra Dios: “¿Podrá Dios preparar una mesa en el desierto?”. Oyéndolo, el Señor se enfureció; un fuego se encendió contra Jacob... Porque no tenían fe en Dios, no confiaban en su auxilio». Aun así, a pesar de que Dios se enfurece, es decir, se aleja de ellos retirándoles su protección, el pueblo persiste en su actitud de no dar crédito a Dios, que siempre les ha protegido: «A pesar de todo volvieron a pecar, y no dieron fe a sus maravillas».

Dios, cuando su pueblo se empecina en su testarudez, le deja a merced de sus fuerzas para que aprenda que, sin Él, no puede sobrevivir. A pesar de ello, Israel persiste en su terquedad y no se vuelve a Yavé que tantas maravillas ha hecho por él. A un cierto momento, parece que el pueblo va aprendiendo la pedagogía que Dios usa con él, y se acoge a su protección. Pero no nos engañemos, es una conversión superficial, algo así como para salir del apuro: «Cuando los mataba, entonces lo buscaban, madrugaban para volverse hacia Dios... Ellos lo adulaban con la boca, pero con la lengua le mentían...».

Esta vuelta engañosa a Dios, marcada por el interés y el temor, a fin de salir airosos de una situación peligrosa, la denuncia Dios mismo por medio del profeta Oseas con palabras que nos atraviesan el alma: «Venid, volvamos a Yavé, pues él nos ha desgarrado y él nos curará, él nos ha herido y él nos vendará. Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir y en su presencia viviremos» (Os 6,1-2). Así habla el pueblo, proponiendo una vuelta a Dios fríamente calculada. Es una conversión en la que no interesa tanto Dios cuanto el hecho de que les libre de la calamidad. No es una conversión interior, es una simple fachada para que el pueblo pueda superar sus desgracias. Dios mismo responde así a una conversión tan ficticia como ridícula: «¿Qué he de hacer contigo, Efraín? ¿Qué he de hacer contigo, Judá? ¡Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío matinal que pasa...!» (Os 6,4).

Dios responde así a Israel para hacerle ver que, como ya denuncia el salmo, «su corazón no era sincero con Dios, no eran fieles a su alianza». Con estas palabras, Dios pone el dedo en la llaga de lo que constituye la razón de la incredulidad del hombre. El corazón de Israel no era sincero y no podía serlo porque no daba crédito a su alianza. ¿Cómo puede creer un hombre que echa en saco roto todo lo que Dios ha hecho por Él? ¿Cómo puede creer un hombre cuando, en su soberbia, piensa que lo que ha llegado a ser se debe a sus esfuerzos y capacidades? ¡Dios no ha hecho con él ninguna maravilla, tal y como ya vimos en el salmo! «No dieron fe a sus maravillas». ¡Pobre del hombre que piensa que todo lo que es, se lo debe a sí mismo!

Habrá que volver nuestros ojos a María de Nazaret, imagen preciosa de la fe, que, en su cántico de acción de gracias, proclama con todas sus fuerzas: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el poderoso, santo es su nombre» (Lc 1,48-49).

María, espejo de la fe de todo creyente, pregona, exultante, que el nombre de Dios es santo porque, en su fidelidad, Dios ha hecho en ella maravillas. Maravillas que Israel no pudo o no quiso reconocer, no las tuvo presentes en el momento de la prueba, de la tentación, del peligro.

María es portadora de una misión única en la historia. No pudo ni quiso dar explicaciones a nadie, ni siquiera a José, su esposo. Sabía que, si se habían de dar explicaciones, las daría Aquel que le confió la misión: el mismo Dios. Y así lo hizo. Por eso sus labios se articularon gozosamente para anunciar a su prima Isabel y a toda la humanidad que Dios, el Dios de sus padres, es el Dios fiel, el que no olvida, el que no abandona, el que ha hecho en ella las maravillas que fundamentan su fe.

Dios hace sus maravillas con todo hombre; maravillas que son aún más evidentes en todo aquel que busca sinceramente a Dios, tan sinceramente que se pone en sus manos. Al igual que María de Nazaret, el discípulo del Señor Jesús rescata de su alma las maravillas en ella acontecidas. Estas se convierten entonces en baluartes y ciudadelas que resisten toda tentación. Se convierten en bálsamo para nuestras heridas. También son surtidores de esperanza en momentos de desánimo. En definitiva, estas maravillas marcan nuestra fidelidad con Dios; así como también crean en nosotros la conciencia de que es verdad que tenemos un Padre.

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