EL MATRIMONIO ES COSA DE TRES
Cualquiera que lea esta afirmación en clave que no sea la Fe de Nuestro Señor Jesucristo, pensaría que hablamos de adulterio. Efectivamente, el matrimonio es cosa de tres cuando Jesús está en medio. Así, de esta manera, las discusiones en la pareja, muchas veces inevitables, se convierten en intercambio positivo de opinión. Y así, los rencores desaparecen, el perdón se hace fuerte y vamos los tres de la mano. Incluso los problemas de la vida, que los hay, ¡vaya si los hay!, se hacen más livianos. Dice Jesús: “… mi yugo es suave y mi carga ligera…” (Mt 11, 28-30). Y así es: el yugo que une las yuntas de bueyes y que los hace tirar del arado repartiendo las cargas por igual, pues si no, se perdería la alineación de los surcos, lo podemos imaginar como los problemas que cada día nos sorprenden en nuestro camino, apretados a nuestro cuello, impidiendo levantar la cabeza…Pero si pensamos que el que está al lado tirando con nosotros es Jesús, seguro que la carga se nos vuelve ligera y se cumplen sus Palabras.
Dice el Salmo 126: “…Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles…” En la casa que comenzamos a construir cuando tuvimos uso de razón, quizá no tuviéramos proyectado una habitación para Dios. No se nos olvidaría el salón, grande, ni la habitación de invitados, ni una hermosa cocina que tuviera ventanas al jardín…El cuarto de baño sería tan espacioso que se podría bailar en él, y tendría todos los aparatos que nos pudieran dar placer y relax…Eso no se nos habría olvidado.
Quizá en la madurez de la fe, nos hemos dado cuenta que no tenemos una habitación para el Señor. O quizá la habitación para Él es en un lugar donde no nos moleste su “música”; donde no oigamos su “ruido”. A lo peor, lo tenemos lleno de devociones-que por otro lado no está mal si nos llevan a Dios-, pero puede ser que nos falte el Evangelio, Palabra de Dios por excelencia. Y es que el Evangelio te pone frente a tu realidad, frente a tu pecado. El Evangelio te denuncia a ti mismo en lo más íntimo de tu corazón. Por eso, quizá, es mejor llenarme de otras cosas que adormezcan mis sentidos…Hemos construido una casa con sudores y fatigas propios de la vida, y nos hemos cansado en balde, en vano, dice el Salmo. Porque el Señor no estaba allí con nosotros eligiendo nuestro cuarto de relax, nuestro pequeño santuario, nuestro lugar de encuentro con Él: nuestra “Tienda del encuentro”, donde, al igual que Moisés, pudiéramos ver al Señor cara a cara, como un amigo habla con su amigo (Ex 33,11)
Hoy el Señor nos invita a construir con Él nuestra casa, a reconstruir quizá, nuestro matrimonio; a entender mejor a nuestros hijos, a aprender a amar a nuestros hermanos, a perdonar a los que nos hacen sufrir. Y entonces podremos decir como el Salmo: “…los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares, al ir iba llorando llevando la semilla, al volver vuelve cantando trayendo las gavillas” (Sal 125)
Sembramos con sudores e incomprensiones la Palabra cada día, son nuestras lágrimas, lloramos mientras llevamos la semilla; al volver - volver es igual a convertirse - , volvemos cantando himnos de alabanza a Dios, pues, como dice san Pablo: “…ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que lo aman…” (1 Cor.2-9)
Alabado sea Jesucristo
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