martes, 30 de octubre de 2018

LA PEREGRINACION (del Salmo 83)

…Bienaventurados los que encuentran en Ti su fuerza al preparar su peregrinación

Cuando atraviesan áridos valles

los convierten en oasis,  

como si la lluvia temprana los cubriera de bendiciones…

¡Señor de los ejércitos, bienaventurado el hombre que confía en Ti!

El salmista es consciente de que la vida del hombre es una peregrinación, similar a la del pueblo de Israel por el desierto durante cuarenta años; y en esa peregrinación, - el número cuarenta es simbólico para expresar “toda una vida”, - es sometido a multitud de incidencias de todo tipo: enfermedades, desencuentros, luchas, peleas, incomprensiones, todo tipo de maldades y calamidades que podamos imaginar. Y, sin embargo, es “bienaventurado” cuando es capaz de encontrar la fuerza para sobrevivir en el amparo y la fuerza de Dios. Entendiendo por “bienaventurado” en el sentido de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña, como nos relata el Evangelio de Mateo en el capítulo 5. Muchas traducciones dicen: “dichosos”, cuando en realidad, es bienaventurado.

Y hace un símil maravilloso, inspirado, como en todos los Salmos, por la Fuerza y Sabiduría del Espíritu Santo:

Cuando atraviesan áridos valles,  los convierten en oasis.

Estos áridos valles son la multitud de problemas que acompañan al hombre a lo largo de su vida. Es lo que antes anunciaba en esa peregrinación que no es otra cosa el devenir de los acontecimientos del día a día.

Pero la singularidad es que, a la Luz del Evangelio, que es la Luz de Dios, estos problemas se convierten en auténticos oasis, lugares del desierto donde el hombre encuentra agua, pan, sombra para resguardarse del calor y paz. Paz, como la da Jesucristo, no como la da el mundo. Es un oasis donde la lluvia, - simbología de la Palabra de Dios, - ha sido capaz de crearlos, anegándolos de bendiciones.

Pero surge una pregunta: ¿Estoy preparando mi particular peregrinación? Quizá No sea consciente de que mi tiempo se acaba, y he de presentarme al Señor a rendir cuentas, como el empleado al que su Señor le encomendó el control de su Hacienda. (Mt 25, 14-30)

Por eso: ¡bienaventurado el hombre que confía en Ti!


(Tomás Cremades)

 

 

 

 

 

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