jueves, 11 de octubre de 2018

Salmo 29(28).- Himno al Señor de la tormenta

Texto Bíblico :

Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor.
Aclamad la gloria del nombre del Señor, adorad al Señor en su atrio sagrado.
La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente, la voz del Señor es esplendorosa.
La voz del Señor despedaza los cedros,
el Señor despedaza los cedros del Líbano, hace brincar al Líbano como a un becerro, y al Sarión como a una cría de búfalo.
La voz del Señor lanza llamas de fuego, la voz del Señor sacude el desierto, el Señor sacude el desierto de Cades. 
La voz del Señor retuerce los robles y descorteza las selvas.
En su templo un grito unánime: ¡Gloria!
El Señor se sienta sobre el diluvio, el Señor se sienta como rey eterno.
El Señor fortalece a su pueblo,
El Señor bendice a su pueblo con la paz.


Reflexiones : El hombre y las aguas

En este Salmo se hace hincapié en el dominio de Dios sobre las aguas con fuerza y majestad, por el poder que despliega su Voz, es decir, su Palabra. 

En la Escritura, las aguas simbolizan el caos, la confusión...todo aquello que tiene que ver con la muerte. Vayamos al principio de la Biblia: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas». 
Este «viento» es la antesala de la Palabra, pues inmediatamente el texto continúa: «Dijo Dios: haya luz» (Gén 1,1-3). Es a partir de la luz que Dios va creando el mundo introduciendo una armonía en el caos. 
Damos un salto desde el inicio de la Creación hasta el pueblo de Israel en su salida de Egipto, y nos encontramos que apenas inicia la partida, se encuentra con una muralla infranqueable: las aguas del mar Rojo. Israel se queda paralizado, preso de mortal angustia. Dios interviene con fuerza y majestad sobre las aguas para que su pueblo pueda franquearlas sin que éstas supongan su tumba.
Damos otro salto hasta llegar a la plenitud de los tiempos: la Encarnación. En ella el enviado de Dios: su Hijo Jesucristo, va a hacer presente la gran novedad de amor de Dios sobre el hombre. Jesucristo no va tanto a separar las aguas que le ahogan y destruyen cuanto a darle el poder de caminar sobre ellas, de no hundirse en sus propias frustraciones, en las autodestrucciones que el hombre se hace por su lejanía de Dios.
Vamos a ver a los Apóstoles en la angustia que experimentan en una noche de tempestad estando ellos en la barca zarandeada por las olas. Cuando el pánico alcanza su cénit, ven a alguien caminando sobre el mar. Es tal el terror, que creían que era un fantasma, ya que nadie puede caminar sobre las aguas de la destrucción. Jesús les gritó: ¡Ánimo! que soy yo; no temáis!.
Pedro suplica a Jesús el poder caminar hacia Él sobre las aguas.
Jesús acepta con agrado la propuesta de Pedro, pues para esto ha venido del Padre, para que el hombre reciba el poder sobre las aguas destructoras, y le dice: ¡Ven! 
Pedro bajó de la barca hacia las aguas y caminó; después se hundió y gritó a Jesús, y fue levantado por Él (Mt 14,24-33).

Esto es la fe. Un caminar sobre las aguas, un dudar, un hundirnos, un suplicar, y una mano de Dios que nos vuelve a levantar afirmándonos ... Sí, esto es la fe.

Antonio Pavía- Misionero Comboniano.

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