Grande es el Señor y digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios.
Su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra: el monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey.
Entre sus palacios, Dios se ha manifestado como un alcázar.
Mirad: los reyes se aliaron para atacarla juntos.
Pero, al verla, quedaron aterrados,
y, despavoridos, huyeron deprisa.
Entonces se apoderó de ellos un temblor como de dolores de parto,
como un viento del desierto, que destroza las naves de Tarsis.
Lo que habíamos oído, también lo hemos visto en la ciudad del Señor de los Ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios: ¡Dios la ha fundado para siempre!
Oh Dios, meditamos tu amor
en medio de tu templo: como tu nombre, oh Dios, también tu alabanza alcanza los confines de la tierra.
Tu diestra está llena de justicia:
el monte Sión se alegra,
exultan las ciudades de Judá,
a causa de tus sentencias.
Dad vueltas en torno a Sión y recorredla, contando sus torreones.
Admirad sus murallas
y observad sus palacios,
para contar a las generaciones futuras:
«Este Dios es nuestro Dios».
Él nos guiará por siempre jamás.
Su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra: el monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey.
Entre sus palacios, Dios se ha manifestado como un alcázar.
Mirad: los reyes se aliaron para atacarla juntos.
Pero, al verla, quedaron aterrados,
y, despavoridos, huyeron deprisa.
Entonces se apoderó de ellos un temblor como de dolores de parto,
como un viento del desierto, que destroza las naves de Tarsis.
Lo que habíamos oído, también lo hemos visto en la ciudad del Señor de los Ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios: ¡Dios la ha fundado para siempre!
Oh Dios, meditamos tu amor
en medio de tu templo: como tu nombre, oh Dios, también tu alabanza alcanza los confines de la tierra.
Tu diestra está llena de justicia:
el monte Sión se alegra,
exultan las ciudades de Judá,
a causa de tus sentencias.
Dad vueltas en torno a Sión y recorredla, contando sus torreones.
Admirad sus murallas
y observad sus palacios,
para contar a las generaciones futuras:
«Este Dios es nuestro Dios».
Él nos guiará por siempre jamás.
Reflexión: La alabanza del corazón
En este salmo podemos imaginar a Israel entonando un himno de aclamación a Yahvé porque ha sentado su trono de gloria en Jerusalén: «Grande es el
Señor y digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios. Su
monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra...
Dios se ha manifestado como un alcázar».
El salmista nos describe el esplendor de la Ciudad
Santa, ensalzando el templo como cumbre de Jerusalén; lugar donde
Israel canta y evoca el amor que Yahvé tiene por su pueblo.
«Oh Dios, meditamos tu amor en medio de tu templo; como tu
nombre, oh Dios, también tu alabanza alcanza los confines
de la tierra».
El autor, inspirado por el Espíritu Santo, profetiza que la luz de Dios, asentada en el templo, se extenderá un día a todos los pueblos del universo.
Los salmos no son simplemente poemas literario-religiosos como
los que tienen numerosos pueblos con sus respectivas
religiones. La Iglesia, ha afirmado que los salmos fueron inspirados por el Espíritu Santo como oración por excelencia, tanto individual como comunitaria.
El autor de la Carta a los Hebreos, en su comentario al Salmo 95, nos transcribe la primacía del Espíritu Santo en la composición de estos
poemas oracionales. «Por eso, como dice el Espíritu Santo:
si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones...»
El salmo que nos ocupa anuncia una luz y alabanza universal
que alcanzará a todos los pueblos y naciones partiendo del
templo santo, anunciando proféticamente al Mesías. El Hijo de Dios proclama de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo»
Luz que alcanza a todo hombre iluminando las tinieblas
propias del pecado original que habita en él.
Luz de salvación que «acontece» en el ser humano por medio de la
predicación del Señor Jesús, sin distinción alguna de raza,
cultura, religión, condición social, etc.; escuchemos
el testimonio del apóstol Pablo: «Revestíos del
hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un
conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde
no hay griego ni judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo en todos».
Volvemos al salmo donde vemos que Dios se erige
a sí mismo como guía y conductor de la unidad de todos los
hombres: «Este Dios es nuestro Dios. Él nos guiará por
siempre jamás».
Dios, que se presenta como aquel «que nos guía»,
suscita al Mesías, su Hijo. Él es el enviado del Padre para
reunir a todos los hombres como un solo rebaño: «Yo soy el
buen pastor, conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí»
El mutuo conocimiento entre el pastor y las
ovejas, conocimiento que trasciende toda sabiduría e
iluminación humana, es posible porque Dios ha entregado su
palabra-luz al hombre por su propio Hijo.
La Palabra ofrecida al hombre no es solamente luz para
conocer a Dios, es también el eslabón divino que nos une a
todos; es, pues, el fermento de la unidad y comunión entre
nosotros.
Jesucristo anuncia que su misión es hacer emerger
en el mundo un solo rebaño, por el hecho de que este
escucha su voz. «También tengo otras ovejas, que no son de
este redil; también a esas las tengo que conducir y
escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño y un solo pastor»
Un solo rebaño y un solo pastor en Jesucristo,
por lo que, así como Él está en comunión con el Padre,
podamos también los hombres entrar en comunión con Dios.
Tan maravilloso don de la unidad de todos los hombres
con Dios, nos viene expresado por el apóstol Pablo en estos
términos: «Poniendo empeño en conservar la
unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo
cuerpo y un solo espíritu, como una es la esperanza a que
habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre
todos, por todos y en todos»
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