La espada es la Palabra de Dios (Sal 149)
¡Cantad al Señor un cántico nuevo! Comienza a decirnos el Salmo 149. Y es un canto de alabanza a Dios por las maravillas que ha hecho en nosotros. Y llama la atención, que de nuevo los Salmos 95 y 97, insistan con la misma frase: ¡Cantad al Señor un cántico nuevo! Y es que nos pasamos la vida implorando-cuando no exigiendo- a Dios que nos realice milagros, sin darnos cuenta de las maravillas que hace cada día en nosotros. De ahí que entonemos nuestro particular “cántico nuevo”. Este cántico nuevo no es otro que el mismo Jesucristo, nuestro “vino nuevo” que hay que adorar en “odres nuevos”, nuestro “paño nuevo” que se ha coser a nuestro paño viejo (Mc 2,22) para que tire de él, arrancando nuestras idolatrías.
Y en ese contexto, continuando con el Salmo 149,decimos:
Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas
Con vítores a Dios en la boca y espadas de dos filos en las manos
Siempre me llamaron la atención estos versículos: nuestra fe es una fe que es alimentada por la Paz. Y no hay nada más opuesto a la Paz que la espada, entendida en términos mundanos.
Pero la Paz que nos da el Señor Jesús es otra. No en vano nos dirá Él: “…Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo…” (Jn 14,27)
La espada en la terminología de la Sagrada Escritura representa la Palabra, como se recoge en la carta a los Hebreos:”…Pues viva es la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón…” (Hb4,12) Esta espada que penetra, es la espada que penetró a Pablo, apóstol de los gentiles, apóstol de la Palabra. No en vano se le representa con la espada en su mano, símbolo también del martirio con que daría gloria a Dios. Él, a imagen de su Maestro Jesucristo, imitó al Cordero degollado que nos habla el libro del Apocalipsis, vertiendo con su sangre su amor por Cristo, siendo asimismo degollado.
Y es la espada la que atravesó el corazón de María, nuestra Madre, anunciada ya en la profecía del anciano Simeón (Lc 2. 34-35). Jesucristo es la espada que atraviesa con su Palabra los corazones descarriados de los hombres.
Y estos dos filos que penetran y entran hasta el fondo del alma, son el costado abierto de Jesús. Cuando Jesucristo consumó su entrega al Padre en el sacrificio de la Cruz, de su costado salió sangre y agua; según los santos Padres de la Iglesia, (san Juan Crisóstomo), símbolos de la Eucaristía y del Bautismo respectivamente.
De ahí el Salmo concluye: “…para tomar venganza de los pueblos y aplicar el castigo a las naciones, sujetando a los reyes con argollas y a los nobles con esposas de hierro…” Y con estas dos armas, podremos sujetar a los nobles y reyes que habitan en nuestro interior, nuestros dioses, que comienzan por el propio “ego”, nuestro yo, que nos empuja hacia el orgullo y la soberbia, a buscar el aplauso, y, en esencia, a robar la gloria que le corresponde sólo a Dios; y continúan con el amor y mal uso de las riquezas, cabeza de todos los pecados capitales. De nuevo el lenguaje de los Salmos, la oración de Jesucristo, sana nuestras heridas, y con ellas hemos sido curados (1P.2, 21)
Alabado sea Jesucristo
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