miércoles, 27 de noviembre de 2019

SINTONÍA ENTRE EL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTOBENEFICIOS DE DIOS PARA CON SU PUEBLO (Deuteronomio 32, 1-12)

Es inspiración Divina toda la Escritura, pero hoy quiero detenerme en el libro del Deuteronomio, inspirado a Moisés. Todo el Antiguo Testamento es una preparación para la explosión de Dios en el Nuevo Testamento, y más especialmente en el Evangelio de Jesucristo.
El primer beneficio del pueblo de Israel, y, por ende, a nosotros, es “escuchar la Palabra”. Así nos dice este texto: “…Escuchad, cielos y hablaré…”. Ya nos lo había recordado Dios en el Shemá: “…escucha, Israel…”. Y la Palabra, que es el mismo Jesucristo, ya nos la va revelando cuando la compara con algo sencillo, para ser entendido por los hombres de la época: la lluvia. Imagen de la Palabra de Dios, que va impregnando como rocío, como llovizna, como orvallo, que es la lluvia fina propia de zonas montañosas como Asturias. 
Y comenta: “…voy a proclamar el Nombre de Señor…”. Y es que el único Nombre sublime, el único que se proclama es el Nombre de Jesús. Más tarde, muchos siglos después nos lo recordará Pablo en la carta a los Filipenses: “…Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios…por eso Dios le concedió el Nombre sobre todo nombre…”. Y aquí, está oculta la identificación del Nombre de Jesús con el Evangelio, ya que la única palabra que se proclama es el Evangelio de Jesús.
“Él es la Roca, sus caminos son justos, es un Dios fiel, Justo y recto”…En multitud de Evangelios Jesús se identifica como la Roca; podemos citar, por ejemplo cuando habla que el Reino de Dios (que es Él mismo), se parece a un hombre que edificó su casa sobre Roca, y, aunque vinieron las tempestades, no se derrumbó…Roca que nos ha transmitido a nosotros, sus discípulos, a través de Pedro, su representante en la tierra:
“…tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…”. Jesús, además, es el Camino, la Verdad y la Vida, que ya anuncia aquí cuando habla de la justicia que representan sus caminos; que, por otra parte, es la justicia que “se ajusta” a Dios.
El texto va desgranado el paso del pueblo de Israel de la fe a la idolatría, cuando en la Fuente de Meribá, se hace el “becerro de oro”. ¡Cuántas veces, en nuestra vida, habremos construido nuestro becerro de oro, poniendo una vela a Dios y otra al diablo!
El pueblo de Dios, que él se escogió como heredad suya, nosotros, lo encontró en una “soledad poblada de aullidos”, dice el texto. Estremecedoras palabras: el hombre se siente solo en un mundo lleno de todo, menos de fe; un mundo poblado de aullidos de lobo, donde, a pesar de las multitudes, el hombre se siente sin Dios, porque él mismo lo ha echado de su lado. Por eso dirá san Juan: “la Palabra (Jesucristo), vino a este mundo y el mundo no la reconoció; vino a su casa, y los suyos no la recibieron…” Y, a pesar de ello, Jesús extendió sus alas cual águila real y los llevó sobre sus plumas, nos dice al final el texto. Las alas del águila, que son los brazos abiertos de Cristo en la Cruz. 

(Tomás Cremades) 
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