Meditando el Salmo 94, vemos que el salmista implora: “…Ojalá escuchéis hoy la Voz el Señor…”. Está expresando un deseo: escuchar su Voz, sinónimo de Palabra, de su Evangelio, que es como el Señor Jesús nos habla. No en vano esta Voz va con mayúscula. Y es que, en el mundo de hoy, hay una sola Voz y muchas voces; hay demasiado ruido en el mundo. Y en muchas ocasiones escuchamos más la voz del mundo…
” …No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto…”. Y es que el hombre de entonces, igual que el de ahora, ha endurecido su corazón. Nos lo recuerda el profeta Ezequiel: “…arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne…” (Ez 36,26), un corazón que sea capaz de amar.
Continúa el salmista: “…cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras…”; se está refiriendo a la construcción del becerro de oro (Ex 32,4). El pueblo de Israel se construye un becerro de oro al que da culto, a sabiendas de que no es verdad, que es imposible esa farsa. El pueblo de Israel ha sido testigo privilegiado de las obras que Dios ha hecho con él, cómo les ha sacado del país de Egipto, cómo les ha alimentado en el camino… Sin embargo, es mucho más cómodo fabricarse un dios que él domina. El hombre de hoy no puede comprender esa necedad, y, sin embargo, actúa igual.
El hombre de hoy no construye con sus manos un becerro de oro. Lo construye con su corazón. Rinde pleitesía a otros dioses: al dios dinero, al dios “Ego”, que le impulsa a ser él mismo su propio dios. ¡¡Rinde pleitesía y adoración a la vanidad, a los vicios…pero también se equivoca incluso con cosas que son buenas!!
Estas cosas buenas pueden ser incluso el trabajo, el estudio, o el amor. ¡hasta en eso podemos ser tentados! Somos tentados en cuanto nos apartan del Dios verdadero, que no es el primero, sino el ÚNICO.
A veces el trabajo nos aparta de la dedicación a la familia, cuando realmente lo que buscamos es el no estar en casa más que el tiempo justo porque no estamos a gusto…
El amor, aunque parezca un contrasentido, puede apartarnos de Dios. Abraham amaba tanto a su hijo Isaac, que éste fue para él su propio “becerro de oro”. El señor Yahvé orientó su camino hasta el monte Moria, para que comprendiera que Él es el Único Dios.
(Tomás)
comunidadmariamadreapostoles.com
El “hoy” de Dios. Ojalá escuchéis hoy su Voz. Preocupémonos hoy de esa Voz, y pidamos, como en el Padrenuestro, el pan de hoy, para volver a pedir el de mañana: El Pan de la Palabra de Dios.
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